La primera vez que abrí la puerta de la casa me quedé gratamente sorprendida. Era primavera y aún hacía bastante frío. Al menos comparando con Canarias, pero la luz del sol iluminaba todos los rincones del gran salón.
La verdad es que cuando mi padre me comentó la posibilidad de venir a vivir con Julia y no tener que hipotecarme de por vida por perseguir mi sueño, me pareció una idea estupenda. Pensaba contribuir a los gastos por supuesto, en cuanto empezaran a pagarme. Sin embargo, tenía que reconocer que no tener que hacer el desembolso cuando aún no tenía nada era un aliciente extra para venir a vivir aquí.
Julia no estaba. Me había llamado disculpándose. Una emergencia con una amiga que la necesitaba. Me dijo que encontraría las llaves en la maceta de la ventana y que mi habitación era la segunda puerta a la izquierda. Lo que no me dijo en ningún momento es que su casa era casi una mansión. Ahí estaba yo con mis maletas y la boca abierta. Sólo el salón era más grande que todos los pisos en los que había vivido juntos. La televisión parecía una pantalla de cine y en el sofá cabían perfectamente más de 10 personas.
Una gran península separaba la zona de estar de la cocina. Una cocina de ensueño. Ya me imaginaba cocinando allí. Había decidido que esa iba a ser mi forma de agradecerle a Julia que me dejara vivir con ella. Al fin y al cabo era lo que mejor se me daba y la única cosa que podía ofrecer por ahora.
Decidí meterme directamente en mi habitación. No quería parecer cotilla o fisgar en cosas ajenas y, puesto que la dueña de la casa no estaba aquí para hacerme el tour oficial, creí que lo mejor que podía hacer era descansar un rato.
Cuando abrí la puerta no podía creerlo. La habitación era tan grande que podría haber servido para una familia de cinco. La cama, que estaba colocada sobre la pared opuesta a la puerta. Tenía tamaño para casi tres personas. A un par de metros de la cama unos ventanales enormes que dejaban ver el patio. En el más lejano. Una mesa de trabajo que sería perfecta para colocar mi maquina de coser, cuando comprara una.
En frente de la cama, sobre la pared dónde se encontraba la puerta, había una cómoda enorme con una televisión sobre ella. Y tras ella una puerta blanca que suponía se correspondía al armario.
Me acerqué hacia él. No parecía demasiado espacioso, pero tampoco es que tuviera mucha ropa que ponerme. Al abrirlo me quedé sin habla. No era el armario minúsculo que esperaba ¡Era un jodido vestidor! y detrás de él había un baño. Un baño privado y un vestidor. Tenía que estar equivocada. Me había metido en la habitación de Julia casi seguro. Cogí el teléfono y marqué su número.
-¿Julia? Sí, soy yo otra vez. Es que no me acuerdo si me dijiste que la habitación era la segunda a la izquierda porque creo que esta es la tuya. Sí, tiene una mesa y si me asomo en la ventana veo la piscina...-¿teníamos piscina?- ¿Entonces estas segura de que esta es la habitación pequeña? Vale gracias. Sí, dejo mis cosas y te veo luego.
Colgué y empecé a reírme como una perturbada. ¡Mi padre me había conseguido alojamiento en una mansión! Me tiré de espaldas en la cama. Después de un año horrible al fin me sonreía la suerte.
Cuando descubrí a Jadel siéndome infiel con mi mejor amiga me cabreé tanto que hice las maletas y volví con mi padre. Él intentó por todos modos volver conmigo. Me llamaba a todas horas, se presentaba en mi trabajo, hablaba con mis amigos y conocidos para intentar darles lástima. Era tan mezquino. Había sido él el que me puso los cuernos y no sé cómo se las había apañado para que pareciera que era yo la mala. Así que me harté. Decidí acabar con todo e irme tan lejos que nunca pudiera encontrarme.
Tras varios meses probando fortuna recibí una carta. Esa carta fue la mejor noticia en esos momentos. Una empresa Canadiense había visto mi portafolio y me ofrecía un puesto de aprendiz durante seis meses en Toronto. Si mi trabajo les gustaba. Pasaría a formar parte de la plantilla como diseñadora junior y empezaría a tener un sueldo decente. Lo único malo era que, hasta entonces , el dinero que me pagaban como aprendiz era tan bajo que durante esos seis meses iba a tener que gastarme mis ahorros en vivienda y aún así, sería pobre como una rata. Por eso acepté sin dudar la proposición de mi padre.
La tal Julia era la hija de un amigo de juventud de mi padre. Por lo visto habían hecho el servicio militar juntos. Mi padre como enfermero le echó una mano con una herida muy fea y desde entonces había sido inseparables. Luego él emigró a Canadá y perdieron un poco el contacto, aunque seguían hablando de vez en cuando. El caso es que cuando mi padre comentó con él que me mudaba a Canadá su amigo me ofreció asilo en casa de su hija.
Julia debía ser más o menos de mi edad. Quizás algo más joven. Era medio Canadiense, medio española, lo cual me venía muy bien porque mi inglés no era del todo bueno. Yo no la conocía de mucho. Unos cuantos skypes antes de venir, pero parecía bastante abierta, hablábamos el mismo idioma y ya tenía la vida hecha aquí, eran todo ventajas.
-¿Ana? -Oí la puerta abrirse mientras la voz de Julia resonaba en el salón.
-Sí Julia, estoy en mi habitación -Las palabras "en mi habitación" me sonaron extrañas al salir de mi boca.
-¿Y estas decente? Vengo acompañada. -Me hizo gracia que me hiciera esa pregunta.
-Claro. No pensarías que iba a quitarme ropa con el frío que hace en esta casa-dije mientras me dirigía al salón.
-Ya te acostumbrarás. Por cierto, esta es mi amiga Miriam.
Me quedé parada en medio del salón observando a una chica que me tendía la mano con una sonrisa en la cara. Era rubia, un poco más alta que yo, con una melena rizada y unos ojos color miel que podrían derretir los polos con sólo una mirada. En ese momento me sentí extraña. Había algo en esa chica que me intimidaba. No sé si era su mentón afilado o la mirada desafiante pero con solo mirar a los ojos de esa chica de repente me sentí pequeñita. Así que baje la vista al suelo, alargue mi mano y murmuré patéticamente entre dientes.
-Me llamo Ana -Me di la vuelta y salí corriendo hacia mi habitación.
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Tu compañera de piso (wariam)
FanfictionAna es una chica española que se muda a Canadá para probar suerte como diseñadora de moda. Recién llegada y con poco dinero, Ana se encuentra alojada en la casa de Julia, una chica Canadiense hija de uno de los mejores amigos de juventud del padre...