"La bella y la Bestia"
Había una vez un hombre muy rico que tenía dos hijos. De pronto, de la noche a la mañana, perdió casi toda su fortuna. La familia tuvo que vender su gran mansión y mudarse a una casita en el campo.
Un día su padre se fue a la ciudad a ver si encontraba trabajo. Cuando montó en su caballo, preguntó a sus hijos qué les gustaría tener, si él ganaba suficiente dinero para traerles un regalo a cada uno. Scott, sin pensarlo demasiado, exclamó:
- Para mí un nuevo lienzo y pinturas.
-Yo solamente quiero que vuelvas a casa sano y salvo - murmuró Alex en voz baja -.Eso me basta.
- Debe haber algo que desees, Alex - insistió el señor Summers.
-Bueno, una rosa con pétalos rojos. Pero como estamos en invierno, comprenderé que no puedas encontrarme ninguna.
- Haré todo cuanto pueda por complacer a ambos - aseguró el comerciante y emprendió la marcha a todo galope.
En la ciudad, todo le fue mal. No encontró trabajo en ninguna parte. Los únicos regalos que pudo comprar fueron frutas y chocolate, pero no consiguió la flor para Alex. Cuando regresaba a casa, su caballo se hizo daño en una pata y tuvo que desmontar.
De repente se desató una tormenta de nieve y el señor Summers se encontró perdido en medio de un oscuro bosque.
Entonces percibió, a través de la ventisca, un gran muro y unas puertas con rejas de hierro forjado bien cerradas. Al fondo del jardín, se veía una gran mansión con luces tenues en las ventanas.
- Si pudiera pasar la noche aquí...
No había terminado de hablar cuando las puertas se abrieron. El viento huracanado le empujó por el sendero hacia las escaleras de la casa. La puerta de entrada se abrió con un chirrido y apareció una mesa con unos candelabros y los manjares más tentadores.
Miró atrás, a través de los remolinos de nieve, y vio que las puertas enrejadas se habían cerrado y su caballo había desaparecido.
Entró. La puerta chirrió de nuevo y se cerró a sus espaldas.
Mientras examinaba nerviosamente la estancia, una de las sillas se separó de la mesa, invitándole claramente a sentarse. Pensaba...
"Bien, creo que aquí soy bien recibido. Intentaré disfrutar de todo esto."
Tras haber comido y bebido todo lo que quiso, se fijó en un gran sofá que había frente al fuego, con una manta de piel extendida sobre el asiento. Una esquina de la manta aparecía levantada como diciendo: "Ven y túmbate." Y eso fue lo que hizo.
Cuando se dio cuenta, era ya por la mañana. Se levantó, sintiéndose maravillosamente bien, y se sentó a la mesa, donde le esperaba el desayuno. Una rosa con pétalos rojos, puesta en un jarrón de plata, adornaba la mesa. Con gran sorpresa exclamó: