Capítulo treinta y dos

1K 38 0
                                    

– Te extrañé – susurró en mi oído, abrazándome por la cintura.

– Y yo a ti.

Nos separamos de nuestro cálido abrazo, me mantuvo pegada a su cuerpo y se acercó tanto a mi rostro que pude sentir su respiración chocar contra la piel de mi mejilla. Admiré sus hermosos ojos verdes.

– ¿Sabes?, mi padre me enseñó que a las mujeres no se les pide permiso...

Y fue cuando juntó sus labios contra los míos de nuevo, después de estar separados, estábamos juntos de nuevo, éramos uno solo de nuevo. Sentí su lengua juguetear con la mía y hacer movimientos tan sensuales que me daban ganas de llevarlo a la cama en ese instante.

– Lo siento – dijo cuándo se separó de mí. – Tenía que hacerlo, no aguantaba la tentación.

– ¿No quieres hacerlo de nuevo?

– Lo haría todo el día...

Volvió a pegar sus labios contra los míos, pero ahora con más pasión, con más entrega.

Mi mano viajó hasta su nuca y empecé a juguetear con el extremo de pelo que le sobresalía de la camisa. Mientras yo me mantenía pegada a sus labios, él tomó las rosas de mis manos, me levantó en el aire sin despegar nuestros labios y empezó a subir las escaleras conmigo en brazos aún.

– Vamos a caernos – reí.

– No vamos a hacerlo – rio también.

Reí todavía más.

– ¿Sabes cuánto me gusta tu risa?

Negué con la cabeza.

– Me encanta. Es la risa más hermosa que haya escuchado jamás.

Le sonreí ampliamente y regresé mis pensamientos al momento exacto en el que Robert me besó por primera vez, en el momento que su mano viajó hasta mis bragas y empezó a acariciar mi feminidad con delicadeza y me invitó a tener una de las noches más perfectas de mi existencia.

– ¿Qué pasa? – me preguntó mientras me depositaba en el suelo.

– Tenemos que hablar, Robert – solté sin ningún rodeo.

– Dime, princesa.

Cerré los ojos e intenté no soltar las lágrimas que se avecinaban en mis ojos. Tomé un suspiro y besé la comisura de sus labios.

– No quería hacer esto, porque sé que me lastimo yo y te lastimo a ti, pero no es correcto mentirle a la persona que te ha hecho feliz durante varios meses... 6 de hecho. Quiero aclararte que han sido de los mejores meses que he vivido y que esos recuerdos no se irán fácil de aquí – puse ambas manos en mi pecho señalando al corazón y alcé la mirada para poder notar un par de lágrimas en los ojos de Robert. – Te amo, de verdad que lo hago, pero ya no puedo engañarme a mí ni a nadie más...

– Ve al grano, ¿quieres? – espetó casi en silencio.

– Siento cosas por otra persona, y creo que no mereces sufrir. No quiero hacer lo mismo que tú me hiciste a mí. Prefiero besarte hoy todo el día en lugar de acostarme con cualquiera mañana... Te invité ésta tarde como amigo, como parte de mi vida, porque lo que pudimos vivir no fue cosa de inventos, fui sincera contigo y creo que tú también lo fuiste, pero hoy solo quiero disfrutar de tu amistad, de tu compañía, tal vez de tus besos, de tus abrazos y de todo lo que no podré volver tener nunca más...

Cuando terminé me solté a llorar. Estaba decidiendo en un hombre, en uno solo, cuyo nombre era Justin Bieber.

– Hey... – me jaló hacia él y me abrazó. Besó mi frente y acarició mi espalda. – No pasa nada, preciosa. Sé que lo que hice no estuvo para nada bien, y que te duele lo que te hice... merezco sufrir por tu amor, eres una chica excepcional. Te lo digo como tu amigo, novio, profesor, como lo que desees: lo único que quiero es que seas feliz. Nada más. Espero que con quien quiera que sea el próximo que te tenga entre sus brazos haga lo que yo nunca hice; valorarte y tratarte como la gran dama que eres.

– Te amo – susurré.

– Te amo más.




...






Después de unas horas, casi cuando el sol ya no daba a más, Robert decidió recostarse conmigo. Me quedé dormida y cuando desperté ya no estaba el aroma fresco de Robert cerca de mí, se había ido, y en la marca hundida de la cama solo quedó una hoja de papel doblada por la mitad y una foto mía y de Robert en nuestro mes número cuatro. Primero examiné la foto. Yo estaba sonriendo, mi rostro estaba pegado al de Robert y él parecía estar riendo... El osito que me regaló ese día estaba en mis manos que se mantenían entrelazadas con las de él. Detrás estaba la feria de los suburbios y toda la gente que igualmente esperaba su oportunidad para una foto.

Puse la foto en la cama de nuevo y tomé la hoja de papel entre mis manos y empecé a leer.

"Querida ______,

No quiero que me disculpes, solo quiero que seas feliz con él, que disfrutes tanto y más como lo hiciste mientras estuvimos juntos. Olvídame, sé feliz y sigue adelante. Te mereces todo en el mundo. Te amo y siempre lo haré, princesa.

Con el corazón en la mano y siempre tuyo,
Robert."

Sonreí. Estaba contenta de dejar todo en claro con Robert para así poder ser sincera con Justin. Me levanté de la cama y bajé las escaleras en busca de mi celular. Cuando lo encontré marqué el número de Justin.

– Diga – contestó la voz masculina y gruesa de Justin.

– Justin, soy ______.

– Oh, ______. ¿Pasa algo? – preguntó.

– No, no pasa nada. Solo quería saber si podía meterme a la piscina desnuda esta noche – sabía que después de decirle eso, dejaría todos sus compromisos de largo solo para verme nadar.

– Ahm – carraspeó la garganta. – Supongo que sí – dijo con dificultad.

– Bueno. Gracias.

Colgué y nuevamente subí las escaleras en busca de una toalla y todo lo que necesitaría para empezar mi juego, a mi manera.

Cuando tuve todo lo necesario para poder ir a la piscina, me solté el cabello y anduve descalza hasta llegar a ésta. En la esquina de la piscina había una regadera, me quité la bata de satín negra y me metí para calentar un poco mi cuerpo. Me detuve en la orilla de la piscina y me eché de un clavado, desnuda. Salí a la superficie y eché todo mi cabello para atrás. No saqué nada más que la cabeza, sabía que Justin estaba mirando, y no lo decía solo porque sí, sentí su mirada en algún lugar. Estaba espiándome de nuevo como la vez que nos encontramos en el hotel.

No dejé que viera mi desnudes solo hasta que él llegara a mi encuentro.

– No seas tímido – dije entre labios. Sabía que me estaba mirando. Estaba casi segura de ello.

Volví a nadar, mi rutina que hacía cuando iba a natación. Di dos vueltas y mi querido Justin no apareció, sino hasta que decidí salir de la piscina pude escuchar el sonido de la puerta de la entrada. Me metí a la regadera de nuevo para enjuagarme el cloro del cuerpo e incorporarme a la vida real con mi ropa interior ya puesta y una bata encima de mi cuerpo.

– ¡______! – gritó la voz de Justin.

– ¿Sí? – contesté aún escaleras abajo.

– ¿Estás en la piscina? – preguntó incrédulo.

– Ya salí – exclamé.

Sequé mis pies y esperé a que se apareciera en la puerta.

– Esperaré a que subas.

Rodeé los ojos. Lo bueno que no estaba mirándome. Tomé la toalla y sequé mi cabello. Abrí un poco la parte de la toalla que lograba mostrar un escote y subí las escaleras para encontrarme con Justin en un traje de terciopelo negro y una canasta de flores preciosas en sus manos. Dibujó una sonrisa en su rostro y me recorrió con la mirada.

– Son para ti – dijo al final.

Sonreí y las tomé. Las admiré unos segundos para después regresar a la vista de Justin y encontrarlo sentado en el sofá. Acomodé el arreglo floral en la mesa y me senté en una de las sillas altas de la cocina.

Era tanta la emoción que sentí cuando Justin regresó con el arreglo floral impresionante al pent-house, que solo pude empezar a desnudarme frente a él, pasando de niña buena a una prostituta total, que a pesar de parecer eso, no me sentía así. Me sentía dichosa por tener la mirada de Justin atenta a mí, a mi cuerpo, a mi semidesnudo cuerpo, que al final de todo, sería suyo siempre, en cualquier momento o circunstancia.

Empecé a quitarme el sostén y luego me acerqué a Justin, que estaba sentado en el sofá admirando mi cuerpo, soñando con tenerlo una vez más en su cama.

– Como me gustaría hacer esto todos los días – dijo sensualmente.

– No hay imposibles, amor.

– ¿Amor? – enarcó la ceja. – Eso suena más sexy cuando lo dices tú a cuando lo dice cualquier otra chica con la que he estado.

Sonreí amargamente.

– Soy única en toda tu colección de princesas y muñecas de porcelana.

– Oh, por supuesto que sí. Eres la más chica, la más sensual y la más extrovertida.

– ¿Ah sí?

– Estoy seguro de ello, dulzura.

Me acerqué a él y me senté en sus muslos para al fin poder saborear sus labios una vez más. Deseaba tanto a Justin que era imposible contener las reacciones en mi cuerpo en cuanto sus manos rozaban cualquier parte de mi cuerpo. Era imposible no querer estar encima, enfrente, debajo o acostada a un lado de Justin Bieber. Era simplemente imposible.

Sex Instructor. Primera temporada (ORIGINAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora