Silencio

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No podía escuchar nada. Siempre había deseado poder llegar a cierto nivel de paz; hacer que el mundo pareciera detenerse por lo menos un instante. Nunca esperé que fuera así de aterrador.

Mi dosis de oxígeno pronto acabaría. Tenía que acabar pronto. No quería imaginar cómo sería quedarme dando vueltas en la inmensidad de la galaxia hasta el fin de los tiempos. Y pensar que hace unos pocos minutos, todo marchaba bien.

Estuve años preparándome para esta misión. Desde muy joven había comenzado mis estudios y mis entrenamientos para, algún día, llegar a ir al espacio. Mi familia siempre me apoyó con mis deseos de explorar la Vía Láctea. La misión, ahora que la veo, no valía tanto, valor en términos no económicos. Al montarme a la nave, nunca pensé que una vez estuviera fuera del planeta, al subirme en una de las naves menores para dirigirme hacia Marte a recolectar rocas y analizar el terreno, esta última decidiera descomponerse y estallar en un montón de pedazos. La nave madre había partido sin mí una vez dejaron de funcionar mis formas de comunicación. Algo era cierto, yo debería haber muerto en tal accidente y seguramente mis compañeros creyeron que lo había hecho... pero no fue así. Para ser honesta, preferiría morir a seguir por siempre flotando en esta falta de certeza, en estos nervios y el miedo invadiendo cada nervio de mi cuerpo, segundo a segundo.

Quería poder sentir paz, mas el terror ante tal inmensidad y la idea de que moriría en cualquier momento, dejando tras de mí tan solo la historia de un cadáver flotante en medio del espacio, sin que mi familia supiera nada de qué me pasó era simplemente abrumadora.

Ante la inmensidad del espacio y la falta de certeza, el no saber qué hacer, cómo actuar, ni siquiera poder hacer algo al respecto de mi situación, todo eso me quería enloquecer. El silencio era ensordecedor; la ira, la tristeza y la desesperación me ahogaban en ese inmenso mar de nada. Daba una, dos, tres vueltas... nada me permitía salir. La soledad que sentía era más que aterradora. Era como si todos los monstruos a los que los niños temen se hicieran realidad y se presentaran en frente tuyo, mientras tú te encuentras indefenso, con las manos y los pies amarrados.

De repente, mis pulmones comenzaron a arder. Mi garganta se llenó de esa nada. La presión en mi cabeza quería hacerla estallar en mil pedazos. Dicen que la muerte por ahogamiento es rápida e indolora; mas, lo que experimentaba en ese momento era todo lo contrario. No sabía si duraría poco o mucho así; sin embargo, se sentían como años, cada segundo que mis pulmones luchaban por conseguir un poco de aire sin lograrlo. Era consiente de cada uno de mis latidos. Pum....Pum....Pum... Eran muy rápidos y, al mismo tiempo, era más lento que la vida misma. Entonces, comencé a sentir calma. Una calma tan intensa, que sabía que ya no había vuelta atrás. Vi la tierra y, sin poder sentir nada, mis pensamientos dispersos se calmaron completamente.  


Aquí está el cuento de esta semana. Espero les guste. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo! 

Cuentos de media nocheWhere stories live. Discover now