Casa

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Finalmente, había llegado. Después de despedirme de mi familia y un largo viaje, había llegado a la que desde ahora sería mi casa. No era muy grande, ni muy lujosa, pero era para lo que me alcanzaba con el presupuesto que tenía.

Las cajas estaban por todas partes y, a pesar de eso, el lugar se sentía aún frío y algo deprimente. Las nubes parecían rodear la casa, como lobos asechando a su presa. Para acabar de ajustar, el lugar era bastante estrecho. Había una cocina pequeña, una sala y una habitación. Eso era todo. No era el mejor lugar posible, pero era algo.

Antes de mudarme, había escuchado ciertas leyendas sobre mi nuevo hogar, si es que le podía llamar así. Se dice que en esta casa había vivido una familia poco funcional que constaba de un padre, una madre y una niña no mayor de diez años. El padre era un alcohólico, que solía maltratar tanto a la mujer como a la menor. La mayor parte del tiempo no lo hacía de manera física, sino con palabras, sin esto significar que fuera menos grave la situación. Duró mucho tiempo, hasta que un día la madre se cansó y se fue, dejando a su hija sola con el hombre. Este último, al enterarse, entró en un ataque de ira. Tiraba cosas, rompía los vidrios... La niña intentó hacer que se detuviera, pidiéndole con lágrimas en los ojos que dejara de hacer todo aquello, mas él no se detuvo, sino que empeoró su conducta, al punto de que, cegado por el rencor y el enojo que tenía, comenzó a golpear a la menor hasta que esta cayó muerta en la sala, justo en frente de un espejo que tenían allí. El hombre, al ver lo que había hecho, se escapó y nadie nunca lo volvió a notar. Más aún, hoy en día, dicen las personas que pueden escuchar los gritos de la niña provenientes de la casa.

En fin, nunca me he considerado una persona supersticiosa y, aunque aquella historia me pareció muy triste, era un buen lugar para quedarse y la compré de todas formas.

En la noche, al irse los encargados de la mudanza, me estaba preparando comida antes de irme a dormir cuando escuché un golpe leve. No me preocupé mucho, pero igualmente fui a ver en la habitación que nada valioso o frágil se hubiera caído. Efectivamente, todo parecía estar en orden. Salí de la habitación a la sala y lo primero que vi fue un espejo. Me pareció un tanto extraño, ya que nunca había visto un espejo como ese, mucho menos lo había comprado. Era de cuerpo entero, de forma ovalada, con bordes dorados y patas delgadas que lo sostenían. Parecía ser un tanto antiguo a causa de las manchas en él. No pude evitar quedarme viéndolo por un rato, tratando de entender de dónde había salido. De repente escuché otro golpe, más fuerte que el anterior, lo que me hizo voltear. Al ver que no había nada, volteé otra vez. En esta ocasión, en vez de encontrar el espejo, encontré algo mucho más desconcertante.

Había un cuerpo. Era el cuerpo de una niña. Su cabello negro se esparcía por la alfombra bajo mis pies como el agua. Su rostro pálido parecía más el de un monstruo que el de un ser humano a causa de los golpes que lo cubrían. La sangre seca cubría su vestido, sus piernas sus brazos... Intentaba moverme, hacer algo, tal vez llamar a la policía o por lo menos salir de la casa, mas mi cuerpo no me lo permitía. Era como si todo mi alrededor fuera un imán y yo fuera de metal. Mis ojos no podían dejar de ver al cuerpo frente a mí.

Un grito hirió mis oídos, que no dejaban de pitar y algo me golpeó la cabeza, oscureciendo todo a mi alrededor.

¡Hola otra vez! Espero les guste este cuento. Este me costó un poco más escribirlo, ya que fue una pesadilla que tuve cuando era muy pequeña y no me acuerdo ya de muchas cosas, pero es una de esas pesadillas que simplemente te marcan y te persiguen por el resto de tu vida.

¡Nos vemos en el próximo cuento!

Cuentos de media nocheWhere stories live. Discover now