Capítulo Nº 8: «La invitada del invierno» - Petunia -

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¡Lumos!

7:56 – 16 de Diciembre.

Severus yacía parado detrás de la puerta del despacho del director. Su mano izquierda tenía el puño cerrado y su intención de golpear estaba preparada, pero él no. ¿Qué querría pedirle esta vez Dumbledore?

Respiró un poco más hondo que de costumbre y golpeó. La voz amable de Albus le indicó que ingresara y así al girar el pomo de la puerta avanzó hacia el interior.

—¡Gracias por venir, Severus! —musitó el anciano y le señaló una silla para que se acomodara—. Sé que aún te encuentras confundido con lo que descubriste, pero confío que sabrás asimilarlo en poco tiempo. Ahora... —realizó una breve pausa y luego prosiguió—, tengo que pedirte otro gran favor.

—Usted dirá, profesor —concedió el joven algo impaciente.

Albus se levantó de su cómodo sillón y comenzó a caminar alrededor de su despacho con las manos detrás, finalmente detuvo sus pasos a uno de los costados de donde se hallaba Severus y le dijo:

—Este también es un secreto que deberás guardar. Voy a pedirte que hagas algo, pero no voy a obligarte a hacerlo. Si decides cumplir con mi pedido, quiero que sea por voluntad propia.

—¿Otro secreto, profesor? ¿De qué se trata esta vez? ¿Filch es un vampiro? —arriesgó casi molesto el joven Snape.

—No, no muchacho, nada más lejos de eso —lo tranquilizó Albus, conteniendo su risa—. Quisiera pedirte que realices una poción...

—¿Una poción? Eso es una tontería.

—No, Severus. Esta poción no es ninguna tontería. Hay muy pocas personas que pueden realizarla, pero sólo confío en ti para hacerla correctamente.

—¿Y el profesor Slughorn?

—No, él no debe saber nada acerca de esto y además él no podría hacerla como sólo tú podrías...

—¿Qué... poción es, profesor? —inquirió dubitativo, Severus. Tanto secretismo comenzaba a incomodarlo.

—La poción matalobos.

Severus no necesitó explicaciones, comprendió prontamente que desde que había descubierto el secreto de los merodeadores, ahora estaba condenado a hacer lo que fuera por mantener ese secreto y, por ende, también ayudarlos.

Recordó de repente la preocupación de Lily respecto de la misma poción el día anterior e intuyó que ella también podría estar sospechando algo, pero Lily no podría imaginar siquiera la mitad de todo lo que él ahora sabía y lo que tendría que ocultar el resto de su vida.

—Supongo que no tengo alternativa, ¿no es así, profesor?

—Sí, la tienes, Severus. Siempre tienes la alternativa de negarte —musitó Albus—. Nada en este mundo es obligatorio si tú no lo aceptas. Pero si lo hicieras, estarías salvando muchas vidas y ayudando a mucha gente que es importante para el futuro del mundo mágico. Incluso te estarías ayudando a ti mismo, Severus.

El joven no comprendía aquellas palabras completamente. Sabía que Albus podía predecir muchas cosas y que seguramente sabía más que nadie lo que sucedería pero, ¿por qué eran tan importante los merodeadores?

Decidió una vez más darle descanso a sus pensamientos y optar por resolver lo más urgente.

—De acuerdo, profesor, haré la poción para Lupin.

—Me alegra oír tu sabia decisión, muchacho —musitó Albus palmeándole lentamente uno de sus huesudos hombros—. Voy a concederte dos horas libres por día para que te dediques a realizar la poción con tranquilidad y también te proveeré de todos los ingredientes que requieras.

—Gracias, profesor. Dos horas serán más que suficientes. Intentaré hacer lo mejor que pueda esa pócima, creo que para antes de navidad la tendré lista.

—Tómalo con calma, Severus. Sé de tu gran habilidad con las pociones, pero no quiero que lo tomes como un desafío, sino como una virtud que tienes para hacer que el joven Lupin deje de padecer lo que padece desde hace tantos años.

Severus asintió y se levantó con intenciones de retirarse. No había mucho más que decir, sólo quedaba esa extraña sensación en el aire de que las cosas estaban cambiando estrepitosamente en su vida y que ya nada estaba librado al azar.

—Con su permiso, profesor.

—Concedido, Severus. ¡Ah! Antes de que te vayas quería decirte algo más... —Snape lo miró y esperó atentamente—: puedes decírselo a la señorita Evans, a ella también le concederé dos horas diarias. Es posible que sea una buena compañía y te sirva de inspiración.

Snape enrojeció hasta la raíz de su cabello y asintió lentamente. Luego se retiró con su torpe paso de siempre y desapareció tras la puerta del despacho del Director.


Salió al patio a tomar un poco de aire. No estaba listo aún para ir a clases. Era extraño que eso le sucediera, pues no había llegado tarde a ninguna de ellas en los cuatro años que llevaba cursando en el colegio pero, ¿cómo asimilar tantas cosas en tan poco tiempo?

Se sentó en una de las rocas de las que adornaban el ondulado camino que descendía hacia una amplia pradera que lindaba con el bosque prohibido. Tomó del suelo un manojo de pequeñas flores que crecían entre el césped y lo arrancó de cuajo para después arrojarlo al aire; pensó de repente que así había sido su vida hasta ahora: un montón de algo bello que había sido arrancado brutalmente de su destino y que ahora sólo estaba allí flotando en el aire sin poder cumplirse.

«Si no fuera por Lily...», susurró con una sonrisa.

—Si no fuera por mi, ¿qué...?

La voz a su espalda era de ella. Se giró sonrojado, y con una tímida sonrisa, la miró con ternura a los ojos.

—Si no fuera por ti, quién sabe qué sería de mí —respondió luego.

—Mmmm... intuyo que no sonreirías tanto y que serías un arrogante aburrido —dijo Lily, sentándose a su lado.

—Creí que ya era un arrogante aburrido.

—Bueno, pero al menos ahora sonríes.

Severus soltó una breve risa y luego sin dudarlo la besó. No podía hacer otra cosa cuando la tenía así de cerca. El beso no se prolongó mucho, pero su intensidad hizo que Lilian sonriera y acariciara el rostro de su novio.

—¿Puedes decirme por qué estás aquí solo? —le preguntó luego, tomándole una mano.

El joven Snape bajó la cabeza y pensó que era un buen momento para contarle todo a Lilian. Dumbledore le había dado autorización y sabía que ella era la persona más confiable que conocía.

—Lilian, lo que voy a contarte es un secreto —manifestó mirándola a los ojos—, uno que no puedes contarle a nadie y que debes prometerme que vas a guardar por siempre.

La jovencita asintió con algo de temor en sus ojos, pues en la mirada de Severus había descubierto una opacidad inusitada que la alertó que no se trataba de ninguna broma, sino de algo bastante serio.

El muchacho corrió un largo mechón de sus negros cabellos hacia atrás y tratando de hallar las palabras exactas, comenzó a contarle todo...
A cada momento del relato, la joven Evans abría más y más sus ojos y se contenía de preguntar, exclamar o siquiera gesticular.

Al terminar Severus de contarle con detalle la situación, vio que el bello rostro de su novia se veía en extremo pálido y preocupado.

—Así que todo este tiempo ése había sido el motivo de sus andanzas —murmuró estupefacta. Miró a Severus y trató de sonar lo más calma posible cuando le preguntó—: ¿Y vas a hacer la poción que te ha pedido el profesor Dumbledore?

Snape asintió con la cabeza y miró hacia la lejanía.

—Yo te ayudaré —musitó la muchacha con tono suave—. Lupin también es mi amigo y además... además no quiero dejarte solo con todo este peso.

—¡Gracias, Lily!

La muchacha apretó fuerte la mano de Severus que sostenía en la suya; luego sin hacer preguntas o decir una palabra, lo alentó con un dulce tironeo para que la acompañara al interior del castillo. Había pasado ya la primera hora de la mañana y la segunda clase del día los esperaba.

Ambos tenían mucho que pensar y resolver, pero sin importar la manera, sabían que iban a hacerlo juntos.



7:50 - 24 de Diciembre.


Lilian Evans se caracterizaba por ser muy resuelta, además de buena alumna, bella e inteligente. Por eso fue que unos días antes de que Navidad llegara, había enviado a sus padres una carta anunciándoles que tenía novio y que deseaba presentárselos para esa fecha.

Por supuesto, la respuesta fue inmediata y en ella constaba que lo recibirían muy contentos y con gran curiosidad.

El que no estaba demasiado contento, era el mismísimo Severus.

—Lilian, no creo que sea correcto. Apenas me vean me van a echar a la calle —farfullaba el muchacho, arrastrando su pesado baúl hacia la entrada del castillo.

—¿Echarte? Pero, ¿por qué? —Reía la joven al ver el ofuscado rostro de su novio—. Créeme, amor, ellos te adoraran tanto o más que yo.

—Claro, tú lo dices porque me quieres, pero yo no soy... no soy...

—No eres qué... ¿James Potter? —arriesgó la pelirroja con seriedad.

—Bueno, no esperaba que me compararas con el rey de Hogwarts precisamente, pero si te complace saberlo, sí, no soy como James Potter —gruñó el pelilargo.

Lilian soltó una sonora carcajada y se tapó los ojos con una mano. Luego lo miró y acariciándole una de las mangas de su túnica le dijo:

—Severus, en serio, eres todo lo que quiero y mis padres se darán cuenta apenas te vean —se sinceró ella—. Y además... me alegro que no seas James Potter.


Severus la hubiera besado allí mismo de no ser porque nadie en Hogwarts sabía que ellos eran novios. Sólo algunos muy perspicaces podrían haberlo descubierto y no era novedad que esas personas eran Albus Dumbledore y los propios merodeadores.

Mientras Lilian y Severus se alejaban hacia la salida del colegio, James y Sirius los observaban detrás de una de las gárgolas que adornaban uno de los pasillos.


—¡Lo sabía! —rumió James—. Estaba seguro de que ese infeliz de Snape tenía algo con Lilian. ¿Notaste cómo se miraban?

—Tranquilo compañero —lo palmeó Black por la espalda, viendo con arrogancia la escena—, yo creo que eso no durará mucho. Cuando las vacaciones de invierno hayan acabado, Evans estará sola de nuevo y podrás conquistarla a tu gusto.

Potter, poco convencido, dejó de mirarlos y tomó su baúl para también emprender el camino de regreso a su casa para navidad.

Sirius estaba a punto de seguirlo, cuando por detrás de este llegaron Pettigrew y Lupin.

—¿Qué traes ahí, Remus? —inquirió el muchacho con interés, observando un frasco con algo de aspecto horrendo en su interior.

—Sí, cuéntanos, Remus —agregó impaciente el pequeño Peter.

—Esto... esto es la poción matalobos —les contó a ambos ente susurros para que nadie más los oyera.

—¿Qué has dicho? —se sorprendió Sirius.

—Lo que escucharon —confirmó el castaño con seriedad—. El profesor Dumbledore me llamó a su despacho muy temprano y me dijo que Severus Snape ha preparado la poción para mi.

—¡Snape accedió a ayudarte! —se asombró aún más Black.

De pronto, aquel jovencito debilucho y de aspecto desagradable ya no le caía tan mal a Sirius. No era de su simpatía precisamente, pero ese tremendo gesto de realizar la única poción que podía ayudar a uno de sus amigos, lo había hecho sentir respeto y admiración hacia él.

—Ven, será bueno que se lo cuentes también a James —sugirió el joven Black, apresurando a sus dos amigos para alcanzar al primero.

Detrás de ellos, las puertas de Hogwarts se cerraron para los que se marchaban, quedando a la espera de su regreso luego de las fiestas.



19:46 – Mismo día – En algún lugar de Cokeworth.


El aire tibio del sol acariciaba las calles solitarias de Cokeworth. Lily esperaba a Severus para llevarlo a su casa como había prometido, a su lado estaba parada su hermana mayor Petunia, y por su gesto, se notaba que no estaba de buen humor.

Lilian se puso a hacer flotar hojitas en el aire con su varita, el aburrido silencio de Tuney no le dejaba muchas otras opciones.

—Esas cosas que haces son desagradables, ¿lo sabes?

—¿A qué cosas te refieres específicamente, Tuney?

—A todo lo que haces, a eso que lees de los encantamientos y las transformaciones —respondió su hermana con desdeñosa actitud.

—No tienes que mirarme mientras hechizo las hojas o mientras estudio, lo sabes bien. Puedes irte con tus amigas si quieres.

—No puedo dejarte sola. Mamá y papá me encomendaron que te cuidara.

—¡Ah! Claro porque seguro no soy lo bastante grande como para cruzar la calle sola... —ironizó la pelirroja.

—Tú sabes a lo que me refiero. Es por si haces alguna de esas «cosas».

—¿Cosas? ¿Te refieres a si te apunto con mi varita y te convierto en un gusano? —indago la joven mientras le mostraba una reluciente varita de ébano con centro de pelo de unicornio.

—¡Guarda esa cosa! Si alguien te ve...

—¡Tuney, relájate! No puedo hacer esa clase de magia fuera del colegio así que no tengas miedo que no la usaré.

—Pero lo estás haciendo ahora —refutó la muchacha con fastidio, señalando las hojas que aún se hallaban suspendidas en el aire.

—Esto es un encantamiento inofensivo. Nadie podría notarlo a menos que me viera con mi varita, y además, si conversaras conmigo no tendría que des aburrirme con esto.

—Pero estamos conversando.

—No, Tuney, estamos discutiendo sobre algo que a ti no te gusta.

En ese instante, la figura tibia del sol comenzaba a hundirse en el horizonte a unos pocos metros de ellas.

—Ya está por llegar Severus, más te vale que seas amable con él —le advirtió la pelirroja. Petunia torció la boca en un gesto de desprecio hacia Severus e intentó no decir nada más por unos cuantos minutos.

Aún así su hermana la seguía mirando como a un bicho raro.

¡Crack!

La joven de rostro de caballo giró su cuello con tal brusquedad que casi podría haberse hecho daño; aún así el dolor era menos que la curiosidad.

—¿Quién anda ahí? —chilló.

Lily miró también con gran interés hacia la gran mata de arbustos que había detrás de ellas y esperó cautelosamente para saber quién estaba detrás.

Severus Snape apareció con su rostro cetrino y sus mejillas coloreadas por la vergüenza. Había aparecido por detrás de ellas y no contaba con que Lily estuviera acompañada.

—Soy yo, siento haberlas asustado —se disculpó, tratando de volver sus mejillas a su color habitual.

—¡Ah! Es este indigente amigo tuyo —vociferó Tuney, mirándolo con sus ojos saltones y su boca torcida en un gesto de desprecio.

—No lo llames así —la reprendió Lily entre dientes. La rubia la miró otra vez como a una rareza y bufó sonoramente.

—¡Está bien! Me voy, seguro tienen mucho de que hablar. Voy a dar una vuelta por aquí cerca, pero antes de las ocho debemos estar en casa, recuérdalo.

Lily asintió casi por inercia y vio como su hermana se iba alejando sin dejar de echarle miradas despectivas a Severus.


—Severus, creí que no vendrías.

—Si, Lily, casi no vengo —aseveró el joven resignado—. Pero no quería que te enojaras, así que aquí me tienes.

La jovencita sonrió ampliamente y se levantó de donde estaba para tomarlo de la mano.

—Sígueme, mis padres nos están esperando —le avisó luego sin dejar de sonreírle —. ¿Te gusta el pollo con salsa de champiñones?

Severus asintió tímidamente y caminó junto a ella para ir al encuentro de Petunia que los aguardaba impaciente a un costado del camino.

La velada no pudo ser más agradable; los padres de Lilian y Petunia eran tan amables y cariñosos como su hija menor. Estaban orgullosos de que ellos fueran amigos y también novios.

Nada parecía molestarles de Severus, aún cuando este se había presentado vestido con ropas muggles que no combinaban de ninguna manera. Su cabello largo y negro como la noche fue uno de los temas que más entusiasmo despertó entre ellos. Esa noche el joven Snape se sintió realmente como en familia.

Por supuesto, la única de los Evans que no le dio gran importancia y de la cual tuvo que soportar su absoluta indiferencia y mala predisposición, fue Petunia.
Pero, ¿quién le presta atención a una nube negra si tiene a su lado al sol?

Lamentablemente, como todos los buenos momentos, este también debía acabar. Luego del brindis de navidad, la noche se presentó algo helada y bastante estrellada.

Lilian y Severus, estaban en el patio de la casa, terminando de degustar el delicioso helado que había preparado la señora Evans.

—Este helado es exquisito, Lily. Creo que tu madre podría hacerle una buena competencia a Florean Fortescue si se lo propone.

Mientras Lilian y Severus reían por lo dicho, desde la ventana detrás de ellos, la figura enjuta y maliciosa de Petunia los observaba con desagrado.

Nada parecía desagradarle más que ver a aquellos dos tan felices.

¿Envidia? ¿Celos? Todo podía ser viniendo de ella, pero había algo más que todo eso en su interior: malicia.

Al día siguiente, Snape y su novia se reencontraron para salir a dar un paseo. Se abrigaron bastante, pues el frío calaba hasta los huesos incluso más que la noche anterior.

Atravesaron el bosquecito en el que solían pasar todos los veranos y vieron con una mezcla de nostalgia y fascinación como todo el río era una enorme capa cubierta de grueso hielo.

El gran ombú en el que pasaban horas leyendo o dormitando en aquellos calurosos días, estaba ahora deshojado y sus ramas estaban ocultas por una espesa mata de nieve y escarcha.

Continuaron su camino para explorar como se hallaba el resto del bosque y se detuvieron a conversar bajo un delgado árbol que entre sus finas ramas apenas cubiertas de hielo y nieve, dejaba entrar un poco del tibio sol que asomaba en el cielo.

Estaban concentrados en la charla sobre Lupin y si habría probado ya la poción, cuando escucharon el crujir de unas ramas del otro lado de unos matorrales.

El primero en sacar su varita fue Severus; se levantó muy despacio y caminó cautelosamente hasta el lugar de donde provenía aquel sonido. Apenas asomó su cabeza por encima del congelado ramaje, se sorprendió al ver lo que allí se ocultaba.

—¡Lily, ven!

La pelirroja se acercó por detrás de él y logró ver la escena más tierna que jamás habría creído ver ese día: una pequeña ciervita se hallaba enredada entre las retorcidas raíces de un árbol y luchaba afanosamente por conseguir liberarse.

—¡Pobrecita! ¿Cómo habrá quedado así? —se lamentó Lilian, mientras cruzaba con precaución de no asustar al animal, del otro lado de los matorrales. Severus la siguió y entre ambos rodearon a la ciervita para intentar liberarla.

Después de algunos esfuerzos, consiguieron por fin recatarla y la ayudaron a levantarse. Al principio, como todo animal temeroso, la cervatilla optó por alejarse de sus rescatistas, pero luego se detuvo a unos pocos metros de ellos y desde esa distancia los observaba con una mezcla de agradecimiento y temor.

—¡Es hermosa! —exclamó Lilian, mirándola con cariño.

—Sí, pero nos tiene miedo —dedujo Severus, metiendo una mano dentro de su saco y sacando de este un paquete de almendras. Echó algunas en una de sus manos y con cuidado la extendió hacia el animal.

—¿Qué haces? —preguntó Lily, sorprendida de ver a su novio caminar hacia la cierva.

—Intento atraerla —respondió caminando muy despacio hacia la cervatilla—. Creo que le gustaran estas almendras, parece que no ha comido en varios días.

—¡Ah, claro! Y por si hay algún animal hambriento, tú siempre llevas un paquete de almendras encima, ¿no es verdad? —rió la pelirroja jocosamente. Snape le hizo señales de que hiciera silencio, pues su plan parecía funcionar.

Lentamente la cervatilla iba acercándose a la mano de Severus, y este a su vez, hacia ella. Pronto ambos estuvieron a un centímetro de distancia y fue el animal quien rompió la distancia, pues comenzó a comer con gran entusiasmo las almendras una a una.

Al ver aquella escena, Lilian no pudo evitar acercarse y dándole confianza a la ciervita, comenzó a acariciarla. Al cabo de algunos minutos, ambos estaba sentados cada uno a un costado de la misma y procuraban hacerla comer más almendras mientras le hacían perder el temor y poco a poco se dejaba acariciar y mimar cada vez más por la pareja.

—Podríamos adoptarla como nuestra mascota, ¿qué dices? —sugirió Lily.

—No es mala idea —aceptó Severus—, tal vez mañana podamos traerle algo mejor para que coma.

—Me gusta eso, será nuestra invitada de invierno. Me ocuparé de recolectar bastante comida para traerle —se entusiasmó la jovencita—. Deberíamos bautizarla, ¿qué nombre te gustaría?

—No lo sé, el que a ti te guste estará bien.

—Bien, entonces... qué te parece... ¿Almendra? —Severus sonrió y luego asintió. Sin dudas, era un buen nombre para su nueva mascota.

A partir de ese día, fueron sin falta a la misma hora a reencontrarse con Almendra. Sabían que deberían dejarla cuando regresaran a Hogwarts justo después de año nuevo, pero tenían la esperanza de que los padres de Lilian les permitieran llevarla a la casa para que no le sucediera nada.

Aquella dulce ilusión de adolescentes no les permitía creer que nada malo pudiera suceder y ni que nadie pudiera negarse a ayudarlos con su mascota.

—Mañana hablaré con mis padres —prometió Lilian, al tercer día, cuando ya se estaban yendo a sus hogares y se habían encargado de que Almendra tuviera suficiente alimento y abrigo para pasar la noche.

Pero ninguno de los dos se imaginó que nuevamente la oculta figura de Petunia estaba observándolos desde las sombras. Salió de atrás de unos árboles apenas su hermana y su novio se fueron y se acercó a ver a la cervatilla.

—¡Sucio animal! No permitiré que lo lleven a mi casa. De ninguna manera cuidaré a esta monstruosidad —masculló con repulsión.

Todavía era de día, pero las primeras estrellas ya asomaban en lo alto de rojizo cielo. Mientras Lily y Severus se hallaban entretenidos hablando en alguna esquina de Cokeworth; Petunia tocaba a la vieja puerta de madera de la calle La Hilandera, en la que vivía Severus.

Quien abrió fue el único que se hallaba en la misma: Tobías Snape. Justo a quien Petunia deseaba encontrar. Eileen estaba en la ciudad como todas las tardes trabajando y sólo él con su repugnante aliento a alcohol era capaz de permanecer en la casa como un vigilante.

—Señor Snape, ustes no me conoce, pero yo soy la hermana de... Soy Petunia Evans —se presentó dándose cierta importancia—. Su hijo y mi hermana están haciendo algo muy malo y creo que usted debería saberlo.

—Mira mocosa, no tengo tiempo para perderlo con cuentitos, así que habla de una vez o lárgate por dónde has venido —la apremió Tobías de mala gana.

—Está bien —gruñó la nerviosa y despectiva rubia—. Severus está gastando su dinero para mantener a una cierva abandonada en el bosque.

—¿Qué has dicho? —bramó Tobías, sosteniéndose en el marco de la puerta—. ¡Ese imbécil, inútil y mal agradecido! ¡Ya me las pagará por la mañana! —escupió luego y dando un sonoro portazo en las narices de Petunia, ingresó nuevamente a la casa.

La rubia muchacha quedó algo ofendida por el portazo, pero era más fuerte su satisfacción de pensar en lo que haría el padre de Severus ahora que creía que su hijo malgastaba su dinero alimentando a un animal salvaje.

Se marchó sonriendo y planeó que a la mañana siguiente se levantaría muy temprano para asistir al final de todas las absurdas ilusiones de su hermana y su novio respecto de esa cervatilla.



8:25 – 29 de Diciembre.


Lilian cargaba una pequeña canasta con alimentos que había conseguido para Almendra. Detrás la seguía Severus con un par de mantas y una amplia sonrisa. Ambos estaban muy entusiasmados desde que tenían a su nueva mascota.

Estaban casi llegando al lugar en donde se hallaba Almendra, cuando vieron la figura alargada de un hombre que cargaba una escopeta de gran tamaño.

—¿Qué está haciendo ese Hombre, Sev? —preguntó muy asustada la pelirroja, soltando en el suelo la canasta con los alimentos y corriendo hacia los matorrales.

—¡Espera Lily! —la retuvo Severus, temiendo lo peor.

Ambos cayeron de rodillas al suelo cuando aquel hombre elevó su arma y apuntó directo hacia Almendra.

—¡¡No, Severus!! No permitas que le hagan daño, ¡detenlo por favor! —le suplicó Lilian, tratando de zafarse de de los brazos de su novio.


El joven Snape, lleno de enojo por lo que estaba viendo, soltó a Lily y sacó su varita, apuntó directamente hacia el hombre y cuando estaba a punto de pronunciar un hechizo de desarme, logró reconocerlo: era su propio padre.

Aquel fatídico segundo de distracción, hizo que Tobías apretara el gatillo de la escopeta y que Severus no pudiera reaccionar a tiempo para detenerlo.


—¡NO! —gritó la muchacha con horror. Eso fue lo que despertó al joven Snape justo a tiempo para ocultarse de la mirada de Tobías.


Abrazó fuertemente a Lilian que lloraba desconsoladamente contra su pecho y trataba de entender por qué su padre había tenido tanta crueldad con aquel inocente animal.

Un par de duras lágrimas cayeron por el rostro cetrino de Severus, no eran tantas como las de Lilian, pero igual eran de dolor. Mientras sentía como su hermosa novia sufría entre sus brazos, pensaba que se vengaría de aquel acto cruel cuando regresara a su casa.

Más allá, entre los árboles que rodeaban el bosque, nuevamente la figura maliciosa de Petunia asomaba para disfrutar lo que había logrado. Ya no tendría que cuidar a ningún animal, ni seguiría viendo aquellas sonrisas de felicidad en el rostro de su hermana y su desagradable novio indigente.

La invitada de invierno ya había partido. Sólo fue una visita de navidad...



NOX.

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