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No había peor idea que la de poner una sede oficinas al lado de una gasolinera; el alboroto, el ruido y los conflictos impedían a cualquier persona con capacidad normal de concentración el poder enfocarse: Todo era un completo desastre.

Lo que por supuesto, adhería a su vida una cantidad excesiva de drama y estrés que no habría tenido de otra forma: Silvia, que Anna se desmayó. Silvia, Juana perdió a su bebé. Silvia, los derechos de los trabajadores dicen que....

La palabrería a la que se veía expuesta cada día era irritante, pero si algún ser Divino se dignaba a interceder por su éxito en la tarea que debía realizar, no tendría que soportarla nunca jamás.

Estacionó su auto frente a la gasolinera, y ajustó el borde de su costoso traje de dos piezas antes de tomar su café; mientras caminaba hacia la cutre oficina del jefe revistió sus labios con su llamada sonrisa de negocios, lista para finalizar con su problema de una vez por todas.

― Usted debe ser Silvia, la dueña del bloque de al lado, ¿cierto? ― Dijo el hombre detrás del escritorio, levantándose.

Lo recorrió con la mirada, buscando algún punto que pudiese usar a su favor en aquella negociación que le parecía eterna: Alto, robusto, rostro cuadrado, nariz prominente, ojos brillosos. Nada que le fuese de utilidad, hasta que se fijó en la cicatriz de color rojo que surcaba su frente: Una línea recta que unía ambas sienes, cruzada justo por la mitad en forma vertical por otra más delgada y corta de color morado, que le daba un aire de peligrosidad.

― Un gusto ― Contestó, insatisfecha con los resultados de su rápido análisis, así que agrandó su sonrisa falsa ― No quiero hacerlo perder más de su valioso tiempo; ya que usted debe saber la razón de mi presencia aquí.

― En efecto ― Dijo el hombre, sonriendo para mostrarle una hilera de perfectos dientes blancos ― Quiere tratar de convencerme, de nuevo, a cerca de venderle mi terreno para que pueda extender sus oficinas ¿me equivoco?

― En lo absoluto, señor ― Inició Silvia, poniendo su mente a trabajar en modo negocios ― Sé que nos ha dicho una buena cantidad de veces, que como parte de una franquicia, la decisión de vender el terreno es de la sucursal principal; pero si se comprometiera a convencerlos de tomar una posición ventajosa para nosotros, estaría dispuesta a concederle una importante suma del precio total de la...

El hombre la detuvo abruptamente con un ademán, dejándola perpleja.

― Hemos pasado por esto ya varias veces ¿no es así? Recién he podido hablar con mi superior; y me dio el permiso del vender los terrenos ― Le informó ― Con la sola condición que usted misma me acompañara a firmar los papeles del traspaso.

― ¡Fantástico!― Exclamó Silvia, levantándose de la incómoda silla de un salto ― ¿Podríamos ir ahora mismo?

El hombre asintió, y se levantó para guiar el camino a la salida; a las puertas del sucio despacho, se detuvo y volteó hacia ella.

― ¿Sería tan amable de pasarme el abrigo que está dentro del armario, por favor? ― Le preguntó.

― Claro― Dijo ella, ansiosa por salir de aquel lugar cuanto antes.

Tomó el resto de su café de un trago, y tiró el envase con un fluido y elegante movimiento.

Abrió el armario en busca del abrigo, cuando sintió una fuerte mano empujarla por la espalda hacia el interior del mismo; la puerta se cerró detrás de ella, dejándola atrapada en un pequeño espacio que estaba a punto de causarle un ataque de claustrofobia.

― ¡Ayuda! ― Gritó, golpeando la puerta con sus dos puños.

― ¡Buen viaje! ― Escuchó al hombre decir del otro lado, acompañado del sonido de una risa y pasos alejándose.

¿Viaje? ¿De qué hablaba el hombre?

No tuvo que esperar demasiado para averiguarlo, cuando frente a sus ojos aparecieron miles de cegadoras luces moradas, que la envolvieron como una segunda piel. La luz se incrementó cada vez más, hasta que todo fue un destello.

Los sueños que perdimos en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora