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No necesitaba mirar la baraja de nuevo para saber que la victoria era suya, pero lo hizo para deleitarse con la vista del dragón de oro que le aseguraba el triunfo.

―Entonces, caballeros ―Se detuvo para soltar las cartas, mirando directamente a sus adversarios ―me parece que es momento de dejar de fingir que pueden ganar esto y empezar a dar respuestas, ¿No creen?

Los tres hombres mantuvieron la vista fija en la mesa, negándose a mirarla directamente.

―El trato sigue siendo el mismo ―aseguró ―si me cuentan algo útil, el jefe se encargará de que lo que está escondido se mantenga de ese modo.

Seguía sin obtener respuesta, pero no tenía tiempo para recurrir al resto de sus tácticas habituales. Se obligó a calmar sus nervios, recordándose que cada segundo era valioso.

―¿Cómo entro en la prisión del conde? ―preguntó, extrayendo visiblemente el arma del escote de su pierna para luego depositarla con delicadeza sobre la mesa.

Los miró con firmeza; cada uno de ellos había sido cuidadosamente elegido por sus influencias y posición social, si alguien podía darle la información que necesitaba, era uno de ellos.

―Ni siquiera lo intentes ―comentó con sorna el primero de ellos ―no hay forma de entrar allí y salir con vida, no serías la primera en intentarlo y perecer en el intento.

Sus manos temblaron apretadas en puños, delatando la sombra de rabia que había descendido sobre ella; golpeó la cabeza del hombre con la culata de su arma, dejándolo inconsciente.

― ¿Alguien más? ―La ansiedad empezaba a apoderarse de su cuerpo, a pesar de lo mucho que intentase controlarla ―. Les recuerdo que la bondad del jefe tiene su límite.

Los dos hombres restantes compartieron miradas de nerviosismo ante la mención del jefe, que no tenía ni la más mínima idea de que aquella redada se llevaba a cabo, siendo su primera misión en solitario, y probablemente la última; pero ellos no necesitaban saberlo.

―Los guardias cambian de turno a partir de la media noche ―afirmó el segundo de los hombres ―, inician desde el círculo exterior hacia adentro, con cinco minutos de diferencia entre cambio y cambio.

Eso solucionaba una parte de su aprieto, pero aún debía averiguar cómo entrar y salir sin ser detectada.

―Yo no me apuraría por entrar allí, ahora mismo está infestado de guardias ―intervino el tercer hombre repentinamente―.

Levantó el arma, apuntándolo directamente.

―No es información pública, pero varios de los reos del pabellón central escaparon ―informó ―. Para este momento quizá estén cerca de los muelles del sur.

Todo se detuvo por un segundo.

El hermano de aquel hombre era el asistente del director de la prisión, así que la información debía ser cierta, justo lo que necesitaba.

Se levantó, era momento de pagar una deuda de vida. Quizá él aún tenía esperanza, quizá ambos tenían esperanza.

Salió de la habitación, deteniéndose rápidamente junto al mercenario que la esperaba junto a la puerta.

―Solo uno. Ya sabes que hacer ―ordenó.

Y corrió.

―Resiste ―rogó mentalmente ―voy por ti, no desesperes.

Los sueños que perdimos en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora