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¿Debía hacer caso a todos los que lo tildaban de demente y desistir en su búsqueda?

A pesar de que la sensación de la victoria tan cercana al tacto lo embriagaba, no podía evitar preguntárselo mientras avanzaba por el oscuro pasillo; aunque sabía que no tenía caso, ya que volver atrás no era opción, al menos no sin conseguir lo que buscaba.

El cuarto estaba vacío o al menos eso le pareció, hasta que escuchó la voz.

― Todos solían gritar mi nombre, ahora lo susurran ― murmuró.

Temió que las largas horas en vela le estuviesen pasando factura al encontrarse visiblemente solo; hasta que su acompañante decidió dejarse ver: A su derecha se materializó la maltrecha figura de un anciano que rozaba la línea de lo patético; ni siquiera un fantasma de lo que fue en el pasado.

¿Para eso había perdido su credibilidad, demostrando la realidad escondida detrás de las metáforas? ¿Para eso destruyó su vida? Quiso irse en ese mismo momento, pensando en la nueva vida que tendría que levantar lejos de todo aquel que pudiera reconocerlo, posiblemente criando animales de granja en una remota montaña.

Pero se convenció de al menos inventarlo, pues no poseía especial afección por los animales.

― Si acaso lo recuerdan ― se mofó el joven― No es que seas muy popular en estos días, si entiendes lo que quiero decir.

― Eres muy valiente, o muy estúpido ― dijo, levantando el rostro por primera vez―.

― Puedo ser ambos o ninguno ― continuó él ― Todavía no lo decido ¿Tú qué crees?

― Sabes quién soy ― aseguró el anciano, pasando de su última pregunta ― O no habrías llegado hasta aquí, y aún así intentas tentarme ¿Por qué?

Se veía más curioso que furioso en su opinión, pero estaba llegando a algún lado; la posición del viejo se había modificado ligeramente; enderezándose y poniendo sus palmas a descansar sobre el suelo. Tenía su atención, así que continuó su pantomima.

― El mundo se ha vuelto muy aburrido en el tiempo que llevas fuera ― le informó, fingiendo pereza ― No sabes lo tediosa que puede ser la vida de un experto en panteones antiguos en un mundo de ateos.

Se retrajo levemente ante la última palabra, como si le hubiese causado dolor físico el que existieran personas sin fe en los tiempos que corrían.

― Vete ― le ordenó con fuerza.

Solo un poco más.

Decidió arriesgarse, avanzando y sentándose frente al hombre.

― Te ves solitario ― se compadeció falsamente ― ¿Te importaría si me quedo a hacerte un poco de compañía?

― Eres estúpido ― decidió.

― ¿Qué haces aquí para divertirte? ― continuó, usando el tono más sarcástico que fue capaz de idear ― Me causa curiosidad.

― No pareces valorar tu triste vida ― bramó con fuerza el anciano ― Pero si aprecias aunque sea un poco la de todo aquel que conoces, te irás; o arrasaré con todo lo que posees y amas antes de que si quiera puedas parpadear.

― No quiero que te ofendas ― empujó el teólogo, ladeando la cabeza ― Pero no creo que un triste anciano como tú pueda levantarse y salir de esta habitación, mucho menos hacer todo lo que amenazas.

Y ahí estaba.

Sus iris se tornaron dorados y se acomodó, preparándose para saltar sobre él en cualquier segundo; todavía menos de lo que solía ser, pero aún así más que la decrépita figura de su llegada.

― Debes ser menos inteligente de lo que pensé si osas de hablarme así ―amenazó, mostrando por primera vez un tono autoritario.

― Contesta mi pregunta y me iré ― propuso.

Era todo o nada.

― Solo responderé una pregunta ― sentenció, volviendo a su posición anterior, aunque manteniendo su cuerpo en tensión ― Escoge bien.

― ¿Por qué desapareciste? ― preguntó anhelante el joven.

Un culto tan antiguo como el mundo mismo, estando en el epítome de su fe; de repente viendo su auge al ser condenados al silencio por su dios. Y milenios más tarde, nada más que interrogantes sin respuesta que no hacían más que multiplicarse, empujándolo hasta aquel punto.

El viejo hombre extendió su mano, esperando a que el joven teólogo la tomara.

― Averígualo por ti mismo ―ofreció.

Y al tomarla, el peso de millones de años cayó sobre su cuerpo, aplastándolo.

Sí, debió haber dado la vuelta cuando tuvo la oportunidad; la verdad no valía la pena, si no podía vivir para contarla.

Los sueños que perdimos en la nieblaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora