Capítulo 3: Sorpresas inesperadas

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                                                         Joe Jonas como Luis Cerodia

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                                                         Joe Jonas como Luis Cerodia


              Esto ya era demasiado. ¿Cómo podía llegar a sentir algo por dos personas a la vez? Sé de sobra que es posible, pero por qué me tenía que pasar a mí. Además, no podía tener nada con Luis. No era porque fuera tres años mayor que yo, para mi la edad no era un impedimento. Era porque mi prima Andrea, que tenía la misma edad que él, sentía algo mucho más profundo que yo por Luis desde hace tiempo. Se habían enrollado varias veces, aunque nunca habían llegado a dar el siguiente paso para ser novios. No sabía cuales eran los sentimientos de Luis por Andrea, pero si sabía cuales eran los de mi prima. Y no estaba dispuesta a interponerme en su relación, fuera cual fuese. Mi prima era mucho más importante que un chico, por lo que no iba a romper mi relación con ella por él. Decidí coger las pequeñas mariposas que surcaban mi cuerpo y guardarlas en una caja lo suficientemente grande para que entraran todas ellas, más los recuerdos que tenía por Luis. Eso sí, solo  guardé los momentos divertidos y bonitos que había pasado con él, de esta manera los malos momentos quedarían libres en mi memoria y harían que cuando pensara en él le odiara. Coloqué la caja en lo más oscuro y profundo de mi mente, para no encontrarla nunca.

                Por las calles no había gente, pero eso no hacía sentirme segura. Era de noche desde hacía un rato. En el parque que había cerca de mi vivienda, unos borrachos gritaban groserías a las mujeres que pasaban por allí. Y después se reían de ellas. Aquello me enervaba. Por su físico, diría que eran unos treintañeros ebrios a más no poder. Suponían que no tendrían trabajo, ni nada por lo que luchar y salir adelante. Intenté pasar desapercibida, pero no funcionó. Uno de ellos miró en mi dirección. Su rostro era un cuadro. La barba de hace días enmarcaba su cara. Dos profundas fosas rodeaban sus ojos. Unos ojos sin vida, eran negros como la noche, pero con un brillo característico. Un brillo que nunca antes había visto, pero supe identificar.  Un escalofrío recorrió mi espalda. No debía estar allí. Seguí andando en dirección a mi hogar, pero continué sintiendo su fría mirada acompañándome. En ese momento sentí miedo, un miedo que no sabría explicar. No era esa sensación que tienes cuando ves una araña, era algo que te recorre por dentro y no te deja mover. No podía más. Giré la cabeza. Aquel hombre ya no me miraba, ahora se reía con sus amigos de algún absurdo chiste. Y entonces me di cuenta. No podía a verme visto, dado que estaba ebrio, y no podría enfocar su vista. Así que me relajé. Me prometí a mi misma que nunca jamás, pasará lo que pasará, me tomaría lo que a ese hombre le había dejado en aquel lamentable estado.

               Entré en casa en sumo silencio. Mis padres se habrían acostado hace unos pocos minutos, y no me apetecía despertarlos. Inés no estaba en la habitación, se me hizo raro. Ella siempre regresaba antes que yo, pero no le di importancia, ya que era mayor que yo y la dejaban quedarse de fiesta hasta más tarde. Cerré la puerta de mi habitación, me puse el pijama y me metí en la cama. Debía descansar muy bien porque mañana tendría que madrugar para ir al instituto. El fin de semana, había transcurrido con mucha velocidad y no había podido disfrutarlo al máximo. Mañana vería otra vez a mis amigas, y eso me animaba ya que ellas eran las únicas que me entendían de verdad. Aunque ya no estábamos todas juntas. Esperaba que se le pasara rápido el enfado a Iraultza, sino nada sería como antes. Al menos había conocido a Rebeca, que era muy maja. Bueno, estaba muy cansada, había sido un día largo y lleno de emociones, así que dormí enseguida.   

Atormentados FracasosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora