Capítulo 49

887 107 15
                                    

Pasaron cuatro días desde lo ocurrido con Patt

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Pasaron cuatro días desde lo ocurrido con Patt. Aún no he podido visitar a mi hermano, pero hoy jueves, podré verlo después de tanto tiempo. No he dejado de pensar en él. Mamá se niega a decirme algo al respecto, y cuando le insisto, solo niega y me dice que debo verlo por mi misma. La curiosidad me carcome. Quiero saber si todo esto sirvió de algo para hacerlo cambiar de actitud.

Estamos en la sala de espera. Thom quiso acompañarnos, pero le dije que era mejor que vinieramos solas. Aún así, insistió para traernos.

—¿No vas a decirme nada? No aguanto el suspenso.

—Faltan menos de cinco minutos, Peyton, deja de preguntar lo mismo. —Niega con la mirada fija en su teléfono, quiero espiar con quién habla pero odia que haga eso, así que me ve aparta—. Estás siendo una caprichosa.

El ambiente del lugar es un poco extraño. No es como un hotel agradable, claro está. La pintura blanca tiene algunas manchas de humedad, el suelo es opaco, pero al menos todo está impecable. Hay como unas diez personas esperando, y la mayoría son de familia humildes. Bueno, eso supongo por la ropa, o los teléfonos celulares.

Al rato, un sujeto con camiseta blanca, y barba candado, aparece, llevando un café en mano:—Adelante, pueden pasar, las habitaciones siguen siendo las mismas.

Me levanto deprisa, pero noto que mamá no me sigue:—¿No vienes?

—No, quiero que estén solos un rato. Es la número tres.

Cruzo la sala y voy hacia los pasillos de habitaciones. Hay muchísimos chicos fuera, esperando a alguien, y me siento un poco incómoda cuando algunos voltean a mirarme. Sin embargo, por lo que estoy más nerviosa, es por la persona que se encuentra al otro lado de la puerta.

Tomo aire y muevo el chirriante picaporte, rogando que sea bueno conmigo, y mis ojos no tardan en encontrarlo. Hay dos camas en la pequeña habitación, pero la otra está desocupada. Carraspeo para que me note, y noto que lleva puestos sus auriculares, así que camino en puntas de pie y cuando estoy a su espalda, le quito la música, temiendo que pueda enojarse.

Su mirada está más despierta. No lleva miles de aritos en las orejas ni sus collares.

Y de repente sin que pueda esperarlo, se levanta de la cama y me da un profundo abrazo, tan fuerte, que se me saltan lágrimas al instante.

—Gracias por venir —susurra, y se que él también llora.

No puedo hablar, y solo me quedo ahí, descubriendo cuanto lo había extrañado. El abrazo me demuestra todo lo que mamá no había querido decirme, a modo de sorpresa. Francis está tan cambiado. Al llegar nos odiaba, nos dijo cosas horribles, pasando a rogar que no lo dejáramos.

Y ahora me abraza.

—No quiero terminar como él.

Lo escucho y me aparto para verlo a los ojos. Las palabras me salen con total seguridad y certeza:—Eres mejor que todo eso que está ahí fuera. Ambos somos fuertes, porque nuestra mamá siempre luchó para protegernos, y por más que fuésemos inmaduros, vamos a encontrar el camino de vuelta. ¿Me escuchaste? Eres más fuerte y mejor que toda esa mier**.

Líneas racialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora