1. Los Hechos.

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Todo empezó cuando apenas llevaba una semana de haber cumplido mis dieciséis años de edad. Antes de eso, tenía una vida común: Padres normales, escuela normal, amigos normales... Vida normal.

En ocasiones, veía sus naves al esconderse entre las nubes, y aunque nadie me creyera, yo tenía total seguridad de no estar loco; sabía que allí había algo, o alguien, vigilándonos. Una noche, simplemente, atacaron. Irrumpieron en todas las casas, asegurando que se llevarían sólo a los mayores de treinta años para trabajar en nuestras propias minas, asegurando que lo único que necesitaban eran los minerales que nuestro planeta posee. Sus verdosas pieles, malolientes y grotescas como la misma palabra lo permite, no dejaba de causarnos pánico a mi familia y a mí; eso, junto con las extrañas armas, voz inhumana, dientes puntiagudos y musculatura corpulenta de aquellas bestiales criaturas, no eran precisamente un elegante factor favorable para mentir, pero aún así mi hermano lo hizo. Cuando ¨ellos¨ permitieron que los mayores de treinta caminaran por su cuenta, mis padres así lo hicieron, pero él quería ser más listo. Una personalidad admirable al notar lo decidido que estaba a no dejarse adoctrinar por seres que no apreciaban la vida humana al tratarnos como esclavos.

— Nolo, corre. No dejes que estas cosas opaquen tu libertad. —Me murmuró él, colocándome detrás.

Cualquiera lo hubiese aplaudido, a excepción del hecho de que apenas se negó, su cabeza explotó desde dentro, dejando toda la sala de mi casa y mi ropa, incluso mi rostro y el de los extraños raptores, cubiertos con su sangre mientras que trozos de sesos, huesos e incluso sus ojos caían al unísono junto a su cuerpo. Los atacantes ni se inmutaron, mientras mi madre ahogaba sus lágrimas de desesperación e impotencia en el pecho de mi padre. ¿Yo? Yo tan solo caí de rodillas junto a su cadáver, preguntándome el por qué de un destino tan caprichoso. Al salir, noté como ocurría lo mismo con las otras familias; exceptuando en ocasiones la dolorosa muerte de tu único hermano. Una cosa era clara: No podías negarte, resistirte ni mentir, o perderías la cabeza. Pasaron los días y mis fuerzas regresaron.

Cada mañana rogaba para que todos mis recuerdos fuesen sólo una mala pesadilla, pero al volver a la sala de estar recordaba que no era así. Las manchas de sangre seca y el olor putrefacto desprendiendo del cuerpo de mi hermano me devolvían a la realidad todas las tardes.

Mis pesadillas solían ser comunes, pero desde entonces eran más y más frecuentes; más y más reales. Al intentar dormir, sentía cómo un millar de ojos observaba cada uno de mis movimientos y respiraciones sin perder detalle alguno, pero cuando conciliaba el sueño era otro mundo. Podía apreciar cada segundo de un nacimiento, como si yo fuese uno de los doctores encargados del parto, y aunque no lograba ver con exactitud el rostro de la madre, sabía por sus rasgos que era una mujer hermosa. Justo en el momento del alumbramiento, cuando el bebé está a punto de nacer, una intensa luz irradia desde su pecho y todo se distorsiona, hasta que vuelvo a recuperar la visión, pero de nuevo estoy en mi cama, sudando y con la respiración agitada. Cada mes vuelven los mismos seres para llevarse a los adultos que cumplen los treinta años, y tras su tercera visita nos dimos cuenta que jamás se iban a detener. Todos lo saben, pero nadie intenta hacer nada. Aquellos que se resisten a sus órdenes terminan igual que mi hermano, y aquellos que las obedecen desaparecen para siempre.

Tomé una decisión: Escaparé a un campamento rebelde ubicado al sur, entre una ciudad desierta y un espeso bosque salvaje. Escuché el rumor por parte de un amigo de confianza, por lo cual planeamos huir juntos. Incluso si sólo es un mito, cualquier cosa puede ser mejor que quedarse sentado a esperar que nos lleven o caer en la desesperación de intentar jugar a su juego en su tablero.


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Espero sus votos y opiniones.

F. <3

Rebeldes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora