Cuando comienza la tormenta

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Tal como había anticipado Walter, el mapeo de la costa entre Gijar y Factua era impecable. Y, como también les había adelantado, toda esa zona de la isla era escarpada, no habiendo una zona playa accesible. Nada que pudiese servir de puerto y desembarco enemigo.

–Brunner dijo que de este lado solo hay mar, ningún continente cerca –les recordó Hausdorf.

–Eso explicaría ningún cuarto muro de este lado –dijo Sommerville cerrando la carpeta.

El escuadrón completo contemplaba hacia el mar, el risco bajo ellos. El viento azotaba sus cuerpos aun cuando era mediodía del segundo día que ya llevaban en camino de regreso al sur. Su ubicación actual los dejaba a la altura de Factua, que estaba hacia el interior a aproximadamente un par de horas de galope.

–Deberíamos continuar –indicó Jean –A partir de ahora tendremos que optimizar el tiempo de mapeo. Si trabajamos arduamente podremos llegar al cuartel de la costa sur dentro de tres días.

Los integrantes del escuadrón asintieron en silencio. Hasta esta ubicación existían mapas. Una vez que rodearan este risco, el trabajo sería arduo como hasta hace un par de días.

–¿No pasaremos a Factua? –preguntó Miller extrañado –Ya creía que ibas a aprovechar la oportunidad para perder el tiempo con alguna excusa barata y aprovechar de abusar de mi chinita –agregó de malas pulgas.

Sommerville esbozó una sonrisa. Hausdorf soltó un bufido, Betza estaba tomando impulso para atestarle un golpe a Miller en la nuca. Fue Haller quien la detuvo tomando su mano con la sutileza de un amigo.

–Ackerman no es tu chinita.

Cuando la voz de Benson resaltó entre el resoplido del viento todos le prestaron atención. Miller quiso responder algo. Miró a Benson de la manera más intimidante que pudo, pero el hombre tenía su mirada perdida en la nada. Benson era… perturbador.

–Vamos –concluyó Jean el amague de discusión.

Ordenaron los documentos y continuaron la marcha hasta bordear el risco. Desde ahí continuarían con la medición y los dibujos. Instalaron un campamento en una zona rodeada de árboles para evitar la ventolera. Hicieron uso de sus víveres, puesto que pescar era imposible. Pero Miller insistió en cazar algo, porque de meriendas y papas no se vive. O eso dijo. Betza y Mikasa se sumaron a ello.

Todos quienes podían tomar un lápiz o un instrumento estaban trabajando con tesón. Aquello sorprendió y, al mismo tiempo, preocupó a Mikasa. ¿Por qué Jean ponía tanta insistencia en terminar el trabajo? Desde la visita a Kakaro que lo notaba acelerado e intranquilo. Honestamente, esperaba tal como Miller, que Jean quisiera tomar un descanso de una noche en la ciudad.

Tras un par de horas, Jean y Mikasa comenzaban ya la ronda nocturna. Recientemente habían relevado a Benson y Sommerville. La ventolera costera hacía que la costa estuviese despejada, pero las estrellas se perdían al medio del horizonte.

–Me gustaría saber qué piensas cuando estás tan callado… –Mikasa rompió el silencio.

–Lloverá… –dijo Jean volteándose hacia ella. Ambos a varios metros de distancia del campamento –Deberemos buscar resguardo.

–No sabía que tenías dotes de meteorólogo –bromeó Mikasa bajando la escopeta que cargaba durante la guardia, otra de las indicaciones de Jean –¿Qué pasa? –el muchacho la observó un instante sin saber qué responder –Hace días que pareces intranquilo, desde que abandonamos Gijar.

–Tengo un mal presentimiento –confesó Jean y Mikasa tomó su mano aprovechando la soledad de la ronda nocturna –Gijar me dejó con un mal sabor de boca.

El como Mikasa se enamoró de JeanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora