Relato de una pérdida no anunciada

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El repiqueteo de la lluvia en tu ventana ya no me logra calmar.
Nuestra serie se escuchaba al fondo, pero a pesar de la lluvia y el susurrar que producía no escuchaba más que tú respiración, ese suave vaivén que producías en medio de tu sueño que inspiraba tranquilidad.
No era la primera vez que te veía dormir, después de todo, era tu segunda cosa favorita solo precedida por la química, la forma en que por momentos lograbas transmitir absoluta placidez cuando alguna de estas dos te invadía lograba sorprenderme tanto como tú sonrisa traviesa tras alcanzar un beso perdido.
No era la primera vez que te observaba dormir un domingo envueltos en un mar de frazadas, pero era la última vez que lo haría y no lo sabía, ni siquiera lo imaginé.
Tras un tiempo logré que despertaras, se hacía tarde y aún me quedaba un largo camino a casa, tus padres estaban ahí, querían hablar conmigo y mi pena iba ganando la batalla, nunca fue fácil para mí lograr abrirme a alguien, mientras que para ti no existía algún problema; me acompañaste por el camino que tantas otras veces habíamos recorrido, el camino que tantas veces te condujo a un náufrago, nos detuvimos, tenía prisa, pero tenía muchas más ganas de estar otro rato a tu lado, no lo dude, debía alargar aunque fuera unos minutos mi estadía, la excusa perfecta, un helado.
El tiempo no me alcanzaba para admirarte entre los besos y sonrisas que siempre me sacabas, debía irme, tenía una lucha contrarreloj.
Estabas ahí, cómo otras cuantas veces, junto a mí, tomado de mi mano en el atardecer contiguo a la estación, me custodiaste hasta ahí, un beso sin sabor a despedida y una espera por el próximo siete que se aproximará a mí.
Un día, me despedí de ti sin saber qué sería la última vez que te encontraría.

Notas de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora