Doppelgänger

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No podía dejar de mirarla.

Mientras estaban comiendo en una mesa del Lido Café, a orillas del lago Serpentine en Hyde Park, Ángel la miraba con la intensión de grabar su imagen en su mente como si se tratara de una de las pinturas de Serena. Su belleza no dejaba de sorprenderlo. Aunque había algunos detalles de los que antes no se había dado cuenta y que despertaban aún más su curiosidad por conocerla mejor. Como el hecho de que la rubia tocaba constantemente los anillos que llevaba en su mano izquierda y que antes no había notado: un anillo de compromiso y una argolla de matrimonio de plata. Además de que, aunque sonría ante los comentarios que hacía, esa sonrisa no le llegaba a los ojos, era como si en la claridad de los ojos azul cielo de ella, hubiera una tristeza permanente que no desaparecía por más que se esforzaba en mostrarse alegre.

–¿Tienes mucho tiempo viviendo en Londres? –preguntó Serena con curiosidad.

–Casi tres meses –respondió él, recordando cómo uno de sus motivos para estar en la cuidad era la esperanza de que los médicos le dijeran que el diagnostico de amnesia que tan bien conocía se podía revertir con la esperanza de recuperar su memoria. Pero ya se había resignado al hecho de que jamás recobraría sus recuerdos.

–Y antes de llegar aquí, ¿en dónde vivías, Ángel?

–En todas partes y en ninguna a la vez –musito él dando un suspiro–. Prácticamente durante más de un año he sido un ciudadano del mundo. He recorrido la mitad del mundo: Seúl, Beijing, Shangai, Sydney, Dubái, Moscú, Viena, Praga, Zúrich, Berlín, Roma, Paris, Nueva York.

–Vaya... sí que te gusta viajar –dijo ella, sorprendida de todos los lugares en los que él había estado.

–No voy a negar que todos esos lugares son muy interesantes, Serena, pero mi recorrido por el mundo no ha sido exactamente por placer.

–¿Negocios, supongo? –inquirió ella.

–En parte. A mi padre se le ocurrió buscar un lugar donde expandir el negocio familiar más allá de Asia, y Londres fue una buena elección.

–Ya lo creo. Por lo que he visto hasta ahora del Hotel Kensington, es un lugar fantástico. Parece como si hubieran rescatado su encantó de siglos pasados.

–Es uno de los aspectos que nos hemos esforzado por conservar. Imagino que aún no has visto todo el hotel ¿verdad?

–No, aún no –confirmo ella.

–En ese caso, más tarde me encargaré de darte un tour personal por todo el lugar –le aseguró Ángel–. El Kensington se ha convertido en muchos sentidos en un lugar muy especial para mí, no solo por mi trabajo, sino porque gracias a él tuve la oportunidad de conocer tu magnífico trabajo.

–Ni lo menciones, jamás hubiera imaginado que una de mis pinturas llegaría a una ciudad tan importante para mí.

–¿Ya habías estado antes en Londres? –preguntó él con curiosidad.

Ella asintió. –Hace seis años. Cuando era aún estudiante, obtuve una beca para un curso de verano en University Of The Arts London. En aquel entonces vivía en un pequeño apartamento en Covent Garden de la mitad de grande de lo que es la suite en la que estoy hospedada en el Kensington.

–Eso es prueba de que todo tu trabajo ha cosechado tu éxito. ¿Siempre quisiste ser artista?

–Sí, desde niña. Me la pasaba dibujando todo el tiempo, siempre llevaba cuadernos de dibujo conmigo porque siempre ha habido algo o alguien de quien he querido conservar su imagen en el papel, es como si inmortalizara de esa forma los recuerdos más importantes para mí.

Beso De ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora