Los días siguientes estuvieron marcados por el aparente cortejo a Viviana y el silencio de Magalí. Ella no mostraba ningún gesto que delatara disgusto, celos, o por lo menos incomodidad. Yo pensé que esto debía afectarle... siquiera un poco. No puedes actuar como si nada hubiera ocurrido, como si aquella vez no valiera en absoluto, como si aquella idea sólo hubiese sido mía.
Esto me provocaba unos intensos deseos de olvidarla, concentrarme en Viviana y su tía; ya no estaba muy seguro de querer conquistarla, aunque sí esperaba conseguir el dinero. Sin embargo, algo tuvo que ocurrir entre ese actuar que Magalí fingía, pues una noche recibí su llamada. Quería que nos encontráramos. Quedé perplejo y, aunque nunca le había entregado mi número y su voz resonaba allí, estaba tan aburrido e idiota que respondí a sus palabras con el desgano del campeón mundial de bostezos.
El lugar de la cita fue un boliche cerca al centro de la ciudad. Me sentía escéptico por cómo se había armado la situación, pero en el fondo deseaba encontrarla y tenerla, así que intenté disfrutar del lugar y Magalí, olvidándome de todo. Entre el baile y las botellas de cerveza, fuimos apegándonos más y más, y vino un beso, y vino una caricia, y después... la llevé hasta mi cuarto.
No puedo afirmar que el alcohol haya influido, de hecho, cuando el taxi nos dejó en la puerta ella ya estaba recuperada. Sus besos alimentaban mi deseo y el recorrido de sus manos abrían mis sentidos en una escalada tenue y vibrante. Coloqué música y, de inmediato, los parlantes invadieron el ambiente con suavidad, los instrumentos empezaron una cadencia débil como si cada uno murmurara sus notas, con Magalí fuimos pareciendo una especie de coreografía espontánea, prendas que van cayendo y rozando y besos y contoneos casi imparables. Quedé hinchado de placer. Esos labios brillando entre la oscuridad, sus cabellos meciéndose en la espalda desnuda, la mirada fija que pronto es cambiada por un gesto de contención, entre un gemido y la delicadeza de mantener el silencio y el secreto.
¿Qué haría entonces con Viviana?, tuve que enfrentar ese problema, pues, pasaron los días y el trato entre ella y Magalí se volvió chocante, áspero, como si ella estuviera enterada de nuestra relación y sólo estuviera guardando silencio. Una insoportable atmósfera nos rodeaba, y pese a que habíamos escondido cualquier indicio, la sola presencia de los tres resultaba incómoda. Llegué a pensar que lo mejor podría ser alejarme de Viviana, ya no visitar el almacén, pasar dos o tres veces por su facultad, y luego dos, y luego una para que ya nada, nada más con ella.
Por otra parte me negaba a olvidar la revista, quería centrarme en aquel objetivo, pero el cuerpo y la presencia de Magalí lo cubrían todo. ¿Acaso dejaría de pensar en publicar por el placer que había despertado? ¿Acaso mi búsqueda sólo había consistido en hallar a otra persona para llenarme de ella y olvidarme del afán de escribir? ¿Acaso era un dilema? Claro que no. Así que escogí congraciarme con la tía de Viviana, aunque para ello debía elaborar un plan y también debía decírselo a Magalí. Por más que pueda sonar bajo, no deseaba renunciar a su compañía.
Busqué una noche para explicárselo. Prometí que no me acostaría con nadie más que ella y que sólo se trataba de conseguir el dinero. Tuve calma y me escuchó. Llegué a sentir algo de miedo y me repugnaba a mí mismo por las palabras que iba soltando, yo era en ese instante una rata que no merecía ni la más mínima consideración y con sólo aplastarla hubiera bastado para que muera borrado con el paso de los días. En la oscuridad del cuarto, percibí los ojos de Magalí y noté brotar un tono rojizo en ellos, su mirada parecía endurecer lo que había alrededor. Pensé que lloraría y terminaría con todo esto. Me equivoqué. Dijo que podría ayudar, que me brindaría algunos datos de la señora, que se había ganado su confianza y trabajaría por tiempo completo. Su voz brotaba como un autómata que había memorizado un guión, la frialdad de sus palabras parecían más de obligación que de fastidio o decepción. Pero aquellos detalles terminaron en segundo lugar cuando descubrí algo que me dejó atontado... en un punto de su espalda, al cual ella no accedía con la mirada y las manos apenas podrían alcanzar, sentí una superficie viscosa y arrugada con erupciones salientes. Deseaba comprobarlo con mis propios ojos, todo su cuerpo ostentaba una exquisitez innegable, lo cual hacía que advirtiera como imposible el brote de una desfiguración de semejante naturaleza.
Lo vi y quedé convencido, no sólo había una deformación sino también un encoloramiento verdusco. Temí contárselo... era una mancha que había matado, casi de golpe, esas ansias de continuar a su lado. ¿Por qué tendría que negarlo? Algo estaba brotando en su piel, quizás una infección, algo simple y pasajero... yo en verdad lo esperaba así.
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LOS SAPOS
General FictionUn sujeto pretende conseguir los fondos para crear su revista, pero se estrella en medio de un dilema amoroso.