Para agradar a la tía de Viviana fui recibiendo mensajes con datos, algunos intrascendentes, que me permitieron conversar fingiendo interés. Magalí había abandonado el almacén y se dedicaba a faenas que exigían un mayor desplazamiento alrededor de los negocios, los depósitos y los camiones con mercadería. En cuestión de semanas me gané el favor de la tía, quien nos dejaba siempre a solas con Viviana. Incluso, me recomendó para algún trabajo; como se enteró que estudiaba Comunicación Social, no hizo más que presentarme a propietarios de radios populares y canales de la ciudad.
Esto también trajo su contra. Magalí se alejó y nuestros deseados encuentros disminuyeron hasta cero; imaginé algún enojo, aunque ella siguiera cumpliendo con la información. En esos días había olvidado aquel problema cutáneo y no me atreví a mencionárselo. El único vínculo con ella residía en los mensajes que enviaba y aquellos que jamás respondió.
Todo marchaba sin altercados, hasta que una mañana escribió: Averiguaré de dónde saca tanto dinero. Era una acción innecesaria, nosotros no hacíamos de investigadores, sólo pretendíamos obtener el financiamiento y ya faltaba poco, muy poco. Quise hablar con Magalí, la llamé, quedamos en una plazuela, no se apareció. Llamé una vez más, no contestó; con una frustración dibujada en el rostro me senté en una banqueta, abstraído y cargado de conjeturas y, para peor, por allí aparecía Viviana. Me saludó y no ocultó opiniones sobre mi gesto, según ella, desconcertado. Propuso una película. Acepté y lentamente fui llevado hacia ese encanto que había olvidado al conocer a Magalí. Los labios de Viviana, el esbozo de una sonrisa intrigante, sus grandes ojos mirando con soltura. Se fue haciendo tarde, y tras salir del cine, me reveló que no deseaba regresar a su cuarto y que podíamos estar juntos, me enseñó las llaves de una de las tantas casas de su tía.
– No hay problema, la usa como depósito. No se molestaría si le dijera que dormiste allí, le agradas. No le sorprendería si se entera que allí fuimos a pasar la noche.
Esas palabras... no sé qué gesto me sacaron, hasta ahora no sé cómo recibirlas; sí, sé que soy medio tonto y no doy premio por ello. Incluso así... los besos que recibí, que caían como los colores del cuerpo, entregándome al apetito sexual como débil bicho de carne y huesos, más carne que huesos, y más carne y sexo que cerebro que palpitaba en mi interior, en cada latido que aceleraba mi cuerpo. Sólo me sentí aceptar y arremolinarme entre horas y sábanas con aroma a piel fresca.
Al amanecer, cuando salimos del cuarto, vi otro sapo de yeso en la puerta. Me miraba, sentí miedo y quise tocarlo, la pintura de su espalda lucía fresca... quizás fue sólo una impresión. Recorrí entonces mis dedos por su espalda, y a pesar de esa figura y color grotesco, sentí una lisura fina y familiar que se asemejaba a una mujer. La acaricié un poco más y Viviana me observó al igual que a esos tipos de los documentales, esos que parecen obsesionarse por algo mínimo, insustancial.
Confieso que cometí un terrible error, porque ese velo de sexo que había agitado, ese encuentro entre ella y yo, me hizo olvidar casi por completo a Magalí. Durante aquella semana, buscaba a Viviana y surgía cualquier excusa para amanecer juntos, nuestra intimidad se volvió una nube que impedía mirar hacia cualquier lugar o actuar con algo de razonamiento... no, no podía, era un animal guiado por sus instintos y los placeres más inmediatos. De haberse tratado solamente de eso, hubiera estado tranquilo; pero no, había algo detrás de mí, su quietud y aparente hostilidad escondida en su figura de yeso me revolvía la cabeza y erizaba la piel, ese asqueroso sapo que había dejado de tocar me observaba como si tuviera vida y eso no me dejaba en calma.
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LOS SAPOS
General FictionUn sujeto pretende conseguir los fondos para crear su revista, pero se estrella en medio de un dilema amoroso.