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He despertado de una pesadilla:

Desde la parte superior de una casa, a través de una gruesa ventana, veía a Magalí arrastrarse desesperadamente. Unas lenguas gigantes golpeaban su cuerpo, salían de la oscuridad y se extendían como látigos, y aunque ella se esforzaba por eludirlas, las lenguas desaparecían y volvían con mayor potencia y la sacudían contra el suelo. Yo empujaba el vidrio e intentaba bajar hacia aquel lugar, todas las puertas estaban tapiadas y no había nada qué hacer. Desde ahí ahogaba gritos pidiendo que escape. Ella me miró y sólo sonrió resignada. Las lenguas la estiraron de sus extremidades y la despedazaron, dejando sólo un rastro de sangre que la tía de Viviana trapeaba después. Había sentido las lágrimas cubrir mi rostro más que el espanto, pero cuando desperté estaba seco y mis ojos lucían límpidos, como si nada hubiera ocurrido.

Inmediatamente fui a buscarla bajo la sugestión de aquel sueño. Aunque me quedé parado, pues no sabía mucho sobre ella, apenas conocía los alrededores de su hogar. Tuve que merodear aquella zona como un perro vagabundo que busca un hueso entre las aceras y no sabe qué responder a la gente de cerca. Por suerte la encontré, vestía una chompa de cuello alto, el cabello suelto y una mirada seria. Me saludó sin ninguna gracia, apagada. Por un momento esperé que diga: me has fallado, lo sé todo. No aconteció así, pero su silencio era una evidente insinuación. ¿Se habría enterado de mis encuentros con Viviana? Después de todo, esta situación tendría un final, mi actuar sólo precipitó el desenlace. El silencio y la seriedad de Magalí me sumergían en esa clase de pensamientos; aunque esto cambió, pues me fui acercando más y más y no rechazó nada, cierta docilidad fue levantándose en ella. Quise abrazarla y en ese momento el silencio resultó desenmascarado, lo disimulaba. La besé y al acercarse nuestros labios su boca cobró otro matiz, uno áspero, arrugado y tieso. Tras la sorpresa que no pude ocultar, ella se dio la vuelta y dijo que ya no podía más, ya no podía más.

Destapó su cuello y pude ver cómo ese extraño verdor iba extendiéndose.

No supe cómo reaccionar, estaba doblemente sorprendido. Primero, por aquella sensación de sus labios y, segundo, por aquel cuello enverdecido, como una putrefacción en vida. Intenté convencerle la urgencia de visitar un médico. Ella se rehusó, no por la enfermedad sino porque tenía muy poco tiempo. La dueña de los almacenes, la tía de Viviana, le había aumentado muchísimo más trabajo.

– Sólo me falta ensamblar unos juguetes... eso más y renuncio. –Se apoyaba en la banqueta del parque, con los ojos hacia el cielo.– La señora me dejó las llaves para quedarme allí, en el depósito hay habitaciones vacías. No he conseguido dormir este último... tal vez a tu lado podría sentirme mejor.

Tras un breve silencio, continuó:

– No creo que haya ningún inconveniente, este fin de semana su sobrina estará de viaje... no creas que olvidé tus propósitos.

LOS SAPOSWhere stories live. Discover now