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El sonido de la alarma sonaba estruendoso en las cuatro paredes del cuarto sacando a Sakuretsu de su ensoñación y provocándole, de paso, dolor de cabeza. Sacó la mano con pesadez de entre las gruesas cobijas negras y las miles de almohadas esparcidas alrededor, y la dejó caer sin delicadeza alguna sobre el despertador.

Era muy temprano. Demasiado temprano, tomando en cuenta que ahora vivía a menos de una cuadra de la escuela; así que se tomó todo el tiempo del mundo revolviéndose entre la calidez de sus cobijas. El aire acondicionado estaba encendido, y enfriaba como el último infierno de Dante.

Pero recordó que habían prometido desayunar todos juntos, así que todavía restregándose los ojos y acomodándose el pelo rojo sangre para que al menos estuviera mínimamente decente (sin mucho resultado, al fin y al cabo estaba en llamas como una fogata), salió de su cuarto y bajó por el ascensor, que por suerte estaba solo.

El salón común era enorme, igual que la cocina. Enorme, por no decir que grosera e innecesariamente grande. Pero al menos podían estar todos juntos en el mismo sitio, sin sobre saturar el lugar ni causar demasiado ruido al punto de ser aturdidor. En la cocina ya había algunas de sus compañeras de aquí para allá cocinando el desayuno, y dado que Sakuretsu se estaba comiendo un melocotón que tomó de la pequeña nevera en su habitación, decidió sentarse en la isla en medio de la cocina, observando a las chicas hacer... cosas de mujeres.

La clase 2-A era extremadamente unida. Los quirks de la mayoría se complementaban con facilidad y las personalidades de cada integrante eran sencillas y no era complicado convivir con ellos. Fácilmente Sakuretsu era la de peor temperamento, y se calmaba notablemente cuando estaba con sus compañeros de clase. Eran como una familia más grande de lo habitual; y todos habían decidido que, para celebrar que ahora vivirían en el mismo edificio, iban a desayunar juntos antes de prepararse para ir a clases.

—Gracias, Saya. —Habló cuando le dejaron al frente un plato con panquecas humeantes decoradas con fresas y azúcar pulverizada.

Saya era su estudiante prodigio. Una alta, pálida, pelinegra de cabello corto hasta el cuello con flequillo sobre la frente que siempre se recogía la mitad del cabello en una media coleta desarreglada. Tenía los ojos de plata, un poco ojerosos, y sus sonrisas eran flojas como su postura en general.

Su quirk era otro asunto. Y en parte, la razón por la que era prodigio: tenía el cerebro tan desarrollado que había logrado amplificar sus habilidades al punto de que podía hacer cosas que comúnmente le darían el nombre de bruja a ojos de la sociedad. Como mover cosas con la mente, tener sueños premonitorios, rastrear personas teniendo algo de su pertenencia en las manos, entre otras cosas. Como su cerebro seguía en desarrollo, aún tenía habilidades por descubrir.

Sakuretsu terminó de comerse el melocotón y tomó un trozo de fresa con dos de sus dedos, cuando un grupo consistente de personas entró en la cocina, haciendo escándalo.

— ¡Eh! ¿El desayuno se servía por orden de llegada? Creí que íbamos a comer todos juntos —ese era Haru, lloriqueando por haber visto a la pelirroja llevándose la fruta a la boca. Haru era otro de los sobresalientes, aunque lo era más por su popularidad entre las chicas: su cabello dorado y sus ojos azul cielo no pasaban muy desapercibidos.

Haru tenía fotoquinesis; es decir: podía controlar la luz. Lo que causaba que cada vez que entraba en una habitación, las luces parpadearan ligeramente, y pareciera sobresaltar con un brillo raro alrededor de su cuerpo. Esa vez no fue la excepción.

— ¡Quién iba a decir que Sakuretsu era de las que se levantan extremadamente temprano! —Asha, por su parte, se estaba desperezando. Ella era una estudiante extranjera. Rusa, para ser precisos. Y la delataban sus facciones, redondeadas, y su altura. El cabello color crema hasta la mitad de la espalda y los ojos rojizos sólo aumentaban su atractivo, era la flor exótica de la clase.

BnHA ▶ B A K U H A T S UDonde viven las historias. Descúbrelo ahora