VI

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Sakuretsu despertó sobresaltada, rompiendo el silencio de la enfermería con una inhalación y quedando sentada en la camilla de un brinco; como cuando tienes un sueño en el que caes al vacío y te despiertas asustado. Le costó un tiempo enfocar la vista y darse cuenta de dónde estaba, sus ojos dorados perdidos en el techo y las paredes blancas hasta que fueron a parar en la camilla de al lado donde Katsuki estaba acostado usando los brazos como almohada y tenía el ceño fruncido.

— ¿Y ahora qué mierda te pasa, zorra? —Escupió con nada de tacto, dándole una amenazadora mirada carmín que casi hace la sangre congelarse en sus venas.

Parpadeó una, dos, tres veces. Sacudió la cabeza y torció una mueca al recordar el dolor punzante en su hombro derecho tras la última detonación de su quirk que causó que se dislocara al estar en una mala posición además de no contar con el apoyo de su equipo. Que por cierto… no tenía puesto.

Los artilugios de metal estaban en una mesa
pequeña frente a su camilla, y se sintió ligeramente expuesta con la espalda y los hombros completamente al aire.

Estiró los brazos e hizo girar su hombro derecho: estaba curada. Seguramente recovery girl ya había hecho de las suyas hacía tiempo.

— ¿La vieja besucona ha…?

—Tch. —Bakugo chasqueó la lengua. Por dentro algo mínimo, mínimo se removió al escuchar el mismo sobrenombre que él le ponía a la enfermera de la ua— Qué carajo voy a saber. Me desperté hace diez minutos.

La pelirroja suspiró suavemente y se bajó de la camilla, su movimiento sonó pesado gracias a las botas de combate. Katsuki la vio de reojo y no pudo evitar pensar que parecía su sidekick, vestida con las botas iguales, un pantalón parecido, cinturones similares llevando granadas. ¿Las de ella también estarían hechas por sí misma?

Lo único que era distinto, era la delgada armadura a la medida de su abdomen trabajado y que sólo la cubría hasta las clavículas, dejando al aire libre su espalda blanca y los hombros que, aunque tenía brazos fuertes, seguían siendo demasiado delicados para que pudiera usar su quirk con soltura. Tenía el cabello recogido en una trenza hasta la curvatura donde la espalda perdía el nombre, pero ardía como una antorcha, recordándole ligeramente al padre del maldito mitad-mitad.

Sakuretsu resopló y un par de mechones rojos se removieron en su frente cuando vio el equipo de metal en la mesita. Estaba destruido. Supuso que entonces era hora de ir a visitar el departamento de mejoras para pedir que cambiaran el mecanismo por algo más práctico y resistente.

Además, quería salir huyendo de ahí.

Sentía la penetrante mirada de Katsuki siguiéndola y estudiándola atentamente, provocando que su corazón latiera malditamente fuerte en su pecho. Podría atragantarse con su propia saliva y morirse ahogada ahí mismo como la estúpida que era si se quedaba por demasiado tiempo y él no dejaba de mirarla.

Casi se infarta cuando escuchó los pasos de él moverse. Su corazón dejó de latir al alzar los ojos y encontrárselo de frente, las cejas fusionadas en una gracias a su ceño fruncido, y una forma de verla analítica pero altanera bien particular.

Tenía que levantar la cara. Él era demasiado alto: apenas le llegaba al pecho. Bakugo estaba casi inclinado hacia abajo con tal de verla fijamente de esa forma intimidante que le causó un vacío en el estómago a la mayor.

— ¿Qué coño quieres? —Dijo ella tras un par de segundos, su tono de voz áspero; esa era la forma que tenía de responder ante situaciones que no podía controlar.

Katsuki chasqueó la lengua y su mano viajó hasta posarse sobre el cuello de ella, encerrándolo fácilmente con la suficiente fuerza como para alarmarla pero sin llegar a cortarle la respiración.

—Escúchame, zorra —siseó, bajito, muy bajito, en una forma aterciopelada que no dejaba de ser amenazante—: no creas que no me di cuenta. Eres una extra de mierda, y no acepto compartir mi quirk con extras de mierda, ¿entiendes? —Estaba cerca, tanto que su aliento chocaba en la cara de ella, que lo miraba con ojos entrecerrados, el dorado parecía haberse encendido en llamas repentinamente, igual que su cabello—. Me voy a convertir en el mejor maldito héroe que la historia haya visto, y nadie me lo va a impedir. Así que apártate de mi camino.

Sakuretsu se había vuelto de gelatina. No porque tuviera miedo, sino por la cercanía y el tono de voz de él, que le habían calado profundo y ahora dudaba que sus piernas la sostuvieran sin tambalearse. Pero no era momento de dudarlo, él la estaba retando de una manera cruda y vil, y ella no era el tipo de persona que se quedaba callada ante insultos o faltas de respeto.

— ¿Eso es una amenaza? —Su ceja se alzó automáticamente. Una mano se encerró alrededor de la muñeca de Katsuki. No para separarlo, sino para sostenerlo cerca—. Eres muy atrevido, tomando en cuenta quién se atraviesa en el camino de quién, kohai.

Katsuki hirvió de ira por la burla de ella. Su mano se apretó ligeramente alrededor del cuello de Sakuretsu, pero no pudo hacer mucho más porque su cara explotó. Escuchó la risa de la pelirroja mientras el poco humo desaparecía, y cuando volvió a verla, estaba parada en la puerta de la enfermería, haciéndole un gesto obsceno con el dedo corazón por encima de su espalda a manera de despedida.

Estuvo tentado a seguirla para devolverle el favor de una cara chamuscada, pero cuando salió de la habitación, jurando al cielo que la volvería trizas, ella ya había desaparecido

Llegó al edificio 2-A odiando al mundo, frustrada con la vida y queriendo matarse por ser tan estúpida que ni siquiera podría soportarse a sí misma el resto de su miserable existencia

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Llegó al edificio 2-A odiando al mundo, frustrada con la vida y queriendo matarse por ser tan estúpida que ni siquiera podría soportarse a sí misma el resto de su miserable existencia. Era viernes, lo que significaba día de convivencia de su clase entera. Desde primer año tenían esa particular costumbre (salir todos juntos como hermanos miembros de una iglesia), y eso les había ayudado bastante a estrechar lazos y limar asperezas en sus tensas relaciones.

Claro, como ahora vivían todos en el mismo edificio, era más fácil reunirse. En la sala común, por ejemplo; donde justamente estaban alrededor de la gran mesa redonda rodeada de sillas y muebles. Había música a todo volumen y un gran escándalo, pero no de los que estaban en la mesa. Esos tenían caras de pan, literalmente.

Sólo podía significar una cosa. Sakuretsu alzó una ceja y se acercó a mirar por encima del hombro de Haru, que era uno de los espectadores.

— ¿Están jugando póquer? —Cuestionó al rubio. Haru dio un sobresalto en su lugar, observó a Sakuretsu de arriba a abajo y un escalofrío le recorrió la columna.

— ¡Estás viva! ¡Creímos que el salvaje de la 1-A te había matado! —Chilló, llamando la atención del resto de sus compañeros.

Lo que más pudo escuchar fue suspiros de alivio y uno que otro "que alegría que estés bien". Pero eso no era lo que le importaba, sino que el juego de póquer estaba interrumpido y ella podía entrar a jugar.

— ¿Tienen lugar para uno más? —Ignoró olímpicamente el resto de comentarios. Tomó asiento en un sillón libre, y de inmediato recogieron todo lo concerniente a la partida anterior para comenzar con una nueva.

— ¡No es justo, Saku-chan! ¡Estaba ganando! —Lloriqueó Asha, pero a Sakuretsu no pudo importarle menos.

—Que no me digas así.

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⏰ Última actualización: Oct 30, 2018 ⏰

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