3O | TALK BETWEEN FATHER AND SON

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CHARLA ENTRE PADRE E HIJO.

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Inflé las mejillas y dejé caer la mano del picaporte, soltando el aire que contenía en el interior de mi boca

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Inflé las mejillas y dejé caer la mano del picaporte, soltando el aire que contenía en el interior de mi boca. Giré con lentitud sobre mí mismo y vi a mi padre mirándome fijamente, de brazos cruzados y semblante serio. De una manera casi inconsciente tragué saliva y di un paso hacia detrás, provocando que mi espalda chocase contra la puerta de madera haciendo un ruido seco. Tensé los labios y busqué a tientas el picaporte de la puerta, queriendo huir del sitio, pero sabiendo que realmente no tenía escapatoria para lo que se me avecinaba.

Desvié la vista hacia Michonne, que agarraba su manzana con las dos manos y se reía ligeramente, mientras trataba de evitar el contacto visual conmigo. Fruncí el ceño y volví a mirar a mi padre con la misma seriedad que él me miraba a mí.

Él me hizo un gesto vago con la cabeza, para que fuera detrás de él y caminó hacia el salón. Solté un suspiro de desesperación y cuando pasé junto a Michonne, ella me dirigió una mirada y acabó soltando una enorme carcajada, lo cuál consiguió irritarme un poco.

¿Tan graciosa era la situación?

—Tu cara ha sido todo un poema —habló ella con tono burlón, lo cual me hizo fruncir aún más el tema—. Parece que no soy la única que se ha enterado de que tienes sexo con alguien en casa.

—Por última vez —gruñí—. Yo no he tenido sexo con nadie —bufé desesperado, fiel a mis mentiras—. Los únicos que lo hacéis en esta casa sois tú y mi padre.

—Ya, claro —ella rió tras hablar con un tono sarcástico—. Los únicos.

Mi padre asomó la cabeza desde la puerta del salón, cortando nuestra conversación. Sus ojos visualizaron primero a su novia y después a mí. Seguidamente frunció el ceño.

—Seguimos teniendo que hablar —masculló mi padre mirando el reloj de su muñeca—. Y tengo que ir a una expedición para conseguir lo que sea que pueda servirnos de ayuda, así que, Carl, por favor.

Solté un gruñido que incrementó las risas de Michonne y caminé arrastrando los pies hasta el salón.

—Suerte, Carl —Michonne rió a mis espaldas y yo volví a suspirar.

Cuando entré al salón y cerré la puerta, mi padre, que ya había entrado, me esperaba sentado en el sofá con los codos hincados en sus muslos y la mandíbula apoyada en la palmas de sus manos.

—Siéntate —señaló el sillón frente a él—. Toca charla entre padre e hijo.

Dejé escapar un suspiro, pero obedecí sin rechistar. Cuando estuve sentado frente a él, comencé a juguetear con los dedos de mi mano, señal que delataba que estaba muy nervioso.

—Quería comentarte algo relacionado contigo.

Mi cuerpo se tensó de golpe y me incorporé ligeramente del respaldo del sillón para mirar fijamente a mi padre.

Pensé en confesar. Estaba claro que mi padre sabía algo, por lo que si le contaba sobre los ruidos que Michonne había oido y que probablemente él también debido a las últimas declaraciones, tal vez no pasaría nada. ¿O sí?

—Empiezas a pasarte, Carl. Antes no eras así. Solía recordarte como un chico mucho más centrado —me dijo y agaché la cabeza mordiendo el interior de mi mejilla—. Pero, ¿ahora? Ahora has cambiado por completo. ¡No puedo creerlo! Yo no te he educado así. Sabes que tienes obligaciones y que como tal debes cumplirlas. No estamos en nuestro mejor momento y lo sabes. Los Salvadores siguen viniendo a reclamar suministros, y tú...

Apreté los labios esperando gran cantidad de posibles respuestas. Todas y cada una de ellas relacionadas con Aira. Habían pasado unos días y seguíamos ocultando nuestra relación por el temor a que pudieran separarnos o prohibirnos estar juntos.

—¡Tú te pasas todo el santo del día durmiendo o fuera de casa! —exclamó—. ¿A qué demonios estás jugando, Carl?

Abrí mi único ojo en señal de sorpresa ante su declaración. Sentí como sobre mi cuerpo caía un gran alivio de golpe.

No le faltaba razón, cuando no estaba durmiendo estaba deambulando por el bosque o en el Santuario. Pero jamás esperé esa respuesta.

—Yo... —intenté buscar una respuesta lo suficientemente válida y mi padre suspiró ligeramente—. Lo siento, pero no puedes pretender que sólo me centre en actividades básicamente económicas cuando tengo dieciséis años.

—Escucha, hijo. Se que esto no es fácil. Probablemente tus salidas al bosque te agotarán —dijo él. No lo sabes tú bien, papá—. Tienes razón, eres un chaval, y como tal te gustan hacer determinadas cosas y no puedo pretender que te centres únicamente en nuestros problemas con los Salvadores. Pero te necesito, Carl. Necesito que estés conmigo para ayudarme con los Salvadores. Con los suministros y con todas las cosas que se nos vienen encima. Se te da bien encontrar suministros y siempre te gustó ir a una búsqueda de estos. Me vendría bien una ayuda de vez en cuando.

Mi padre me miró y se frotó el puente de la nariz. Yo simplemente asentí con lentitud dándole la razón que realmente llevaba.

Pero me aliviaba tremendamente que no fuera nada relacionado con Aira y conmigo. Aunque Michonne comenzaba a indagar demasiado en el asunto si es que no lo sabía ya.

—Está bien —dije al cabo de un rato y mi padre me miró apretando ligeramente los labios—. Lo siento.

—No lo sientas, eres un chaval. Entiendo que necesites salir por ahí —respondió poniéndose en pie y acercándose a mí—. Mañana vamos a hacer un viaje por carretera hacia Hilltop. Hablaremos con Maggie, Jesús y el líder de esa comunidad para tratar de negociar con ellos. Así nos ayudarían con los suministros. ¿Vendrás?

—Claro. Dalo por hecho, papá —sonreí levemente y las comisuras de sus labios se arquearon en una pequeña sonrisa.

Él asintió y acarició mi cabeza para después dejar un beso en ella.

—Te quiero, Carl —siguió acariciando mi pelo con lentitud.

—Yo también te quiero, papá —sonreí y él me devolvió el gesto. Después caminó hacia la puerta.

—Salimos mañana a las nueve. Más te vale no quedarte dormido —advirtió.

Las risas inundaron la estancia.

El Nuevo Mundo || Carl Grimes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora