sin recuerdos

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#SinRecuerdos

Capítulo 10

Maria había estado esperando la vuelta de Esteban a casa. Aunque no había oído la conversación, sabía que Leonel había estado hablando con él. Los dos hombres se llevaban muy bien.
Leonel y su mujer se habían portado muy bien con ella, pero se preguntaba qué pensaban de ella. En aquellos momentos hacían lo que los amigos hacen, tratar de protegerlos hasta que la crisis pasara.
¿Pero y si la crisis no terminaba? ¿Y si nunca vol¬vía a recuperar la memoria? ¿Cuánto tiempo iba a se¬guir teniéndolos por amigos, al no ser la misma per¬sona que era antes? ¿Cuánto tiempo iba a pasar antes de que Esteban le pidiera el divorcio?
Eran preguntas que la torturaban porque no sabía las respuestas. Se fue a ver si el niño estaba dormido. Se le veía crecer cada día que pasaba. Estaba desean¬do saber qué color de ojos tenía. Ojalá los tuviera como los de Esteban, oscuros y con largas pestañas ne¬gras. Cuando sonreía, su marido tenía los ojos más bonitos que había visto en su vida.
Vivian había dicho que Leonel era un hombre muy guapo. Aunque Maria estaba de acuerdo en que su jefe era un hombre muy atractivo, al estilo europeo, y Luciano también, ella prefería el físico de Esteban, mucho más del oeste.
Hector iba a tener a un modelo perfecto de padre.
Solo había pasado una semana y se había dado cuenta de que Vivian le había dicho la verdad so¬bre Esteban. Era un hombre único. Ya se lo había demos¬trado de muchas formas.
El problema era que ella no estaba dando la talla frente a él.
El incidente de esa misma tarde en el vestíbulo lo demostraba. Había estado deseando desde entonces que llegara el momento para disculparse. Pero si no entraba pronto a casa, tendría que esperar a la ma¬ñana siguiente.
Deseó que Hector estuviera despierto. Su cuerpecito caliente siempre la reconfortaba. Pero estaba durmiendo tan plácidamente que no quiso moles¬tarlo. Salió de la habitación y se dirigió hacia su dor¬mitorio.
� ¡Oh! � exclamó, cuando se topó con alguien en la oscuridad. Esteban debía haber vuelto del patio. Le puso las manos en los hombros para tranquilizarla.
� Perdona, Maria. Has salido tan pronto de la habi¬tación, que no me he dado ni cuenta. ¿Estás bien?
� Sí, sí. Estoy bien � le mintió. Aunque había es¬tado trabajando todo el día, pudo oler el aroma al ja¬bón que utilizaba� . ¿Y tú, estás bien?
Durante los escasos segundos que sus cuerpos ha¬bían estado juntos, ella había sentido el latir de su co¬razón, la dureza de su pecho y de sus piernas.
� Muy bien. ¿Qué tal el niño?
� Muy bien. Se come todo, echa los gases cuando los tiene que echar y duerme. Siempre había oído que los recién nacidos dan mucha guerra. Pero Hector es un niño excelente. ¿Crees que eso es normal?
� Creo que hemos tenido suerte. Ya que estamos hablando del niño, ven a la cocina, que te quiero en¬señar una cosa.
Maria lo siguió intrigada. Esteban encendió la luz de la espaciosa cocina.
� ¿Qué es? � le preguntó, cuando él abrió el frigorí¬fico para sacar una Coca Cola.
� Lee esta nota y lo sabrás.
Parecía una carta. Empezó a leerla. Levantó la ca¬beza nada más empezar la primera frase y miró a Esteban.
� ¿Qué ocurre? ¿Recuerdas haberla leído antes?
La esperanza en sus ojos, la intensidad de su pre¬gunta la hizo sentir culpable otra vez.
� No, lo siento.
� No te disculpes. Al ver tu expresión, pensé...
� Pensaste que había recordado algo. Pero no. La razón por la que me he extrañado es porque la nota está dirigida a mí.
� Así es � comentó él� . Léela.
Sus manos temblaron cuando empezó a leerla. Cuando llegó al último renglón, estaba sollozando.
� ¿Estás enfadada conmigo?
Sorprendida por su pregunta, lo miró.
� ¿Por qué me preguntas eso?
� Porque no te conté toda la verdad sobre lo que decía la carta desde el principio.
� No, no lo estoy. Además entiendo por qué no lo hiciste. El día del accidente yo pensaba que el niño me pertenecía a mí, por derecho divino. Si hubiera tenido esta carta en la mano hubiera sido mucho peor.
� No hables así de ti misma, Maria. Has pasado por un verdadero calvario que poca gente es capaz de soportar. Todo el mundo está admirado de tu coraje. Yo... � hizo una pausa� , yo te admiro más de lo que te puedas imaginar.
� Eres muy amable, pero necesitaba algo que me pusiera los pies en la tierra. Y esta nota lo ha conse¬guido.
� ¿Qué quieres decir? Yo pensaba que te iba a ilu¬sionar que la madre del niño te eligiera a ti para que cuidaras de él.
� Habla en plural. Te menciona a ti en la carta tam¬bién. Pero es un arma de doble filo. Quien quiera que sea la madre de Hector, sabe quiénes somos y dónde es¬tamos. Puede volver cuando ella lo desee. Cada vez entiendo más lo que me dijiste en el hospital, que te¬nía que estar preparada para devolverlo en el futuro.
Esteban se acercó un poco a ella con expresión impla¬cable.
� Yo te dije eso para advertirte, pero no creo que ocurra. Y lo mismo piensa Leonel. Y yo me fío de él.
� ¿Y si las cosas no salen como nosotros queremos y alguien lo adopta primero?
� Ese es el trabajo de Angelica. Va a hacer todo lo que esté en su mano para que nosotros nos lo quede¬mos. Pero tenemos que cumplir nuestra parte, que es la de conseguir el certificado. Las clases empiezan mañana por la tarde.
� ¡Pero a lo mejor no sirve para nada y al final no nos lo podemos quedar!
Su grito reverberó en las paredes de la cocina. Cuando el sonido desapareció, se hizo un silencio tenso. Esteban entrecerró los ojos.
� Si eso es lo que sientes, quizá lo mejor sea que vengan por el bebé mañana por la mañana.
� ¡No! � se limpió las lágrimas con las manos� . Sa¬bes que no quiero perderlo. Lo que ocurre es que es¬toy asustada.
� Lo sé. Pero este es un momento en el que tene¬mos que tener fe. A lo mejor lo que tenemos que ha¬cer es lo que la madre sugiere.
Maria frunció el ceño, sin comprender.
� Nos pide que llevemos a Hector a la iglesia. A lo mejor, cumpliendo sus deseos, encontramos la paz que necesitamos.
� ¿Íbamos nosotros antes a la iglesia?
Esteban asintió.
� A la misma en la que nos casamos. Pero no pode¬mos ir todos los domingos, porque yo trabajo esos días también. Y en la agencia Lufka también se tra¬baja en domingo.
� Pues entonces puedo ir yo. Lo único que preferi¬ría es ir a otra iglesia distinta.
� ¿Por qué? ¿Es que has recordado algo?
Otra vez la misma pregunta. Era insoportable.
� No. Ojalá fuera esa la razón. Es porque no puedo soportar la idea de encontrarme con personas que me conocían antes del accidente.
Esteban guardó silencio unos segundos.
� Pues iremos a otra en la que nadie nos conozca.
� ¿Hablas en serio?
� Maria, nosotros somos creyentes y la iglesia desempeña una parte importante en nuestras vidas. Pa¬rece que para la madre de Hector también, si no, no lo habría mencionado en su nota. ¿Crees que me im¬porta a qué iglesia vayamos?
� No, claro que no. Me gustaría ir este domingo si podemos.
� Iremos � como el sol apareciendo detrás de unas nubes, vio que sus ojos brillaban con una luz que no había visto antes en ellos. Su respuesta le había agra¬dado.
Maria no recordaba haber ido a una iglesia, pero sintió que era lo que tenía que hacer.
� ¿Maria? Quiero comentarte algo más.
� Dime � le respondió, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.
� ¿Me dejas que por la noche te ayude a dar el bi¬berón a Hector? Me gustaría estar también algo de tiempo con él.
Su petición debía haber supuesto un alivio para ella. Pero su reacción fue una mezcla de sorpresa y desilusión, porque había pensado que le iba a pedir algo que no tenía nada que ver con el niño.
� Claro � le respondió muy animada� . No te lo he sugerido yo antes porque has estado trabajando mucho en la mudanza. Quería que descansaras lo suficiente.
� Lo sé y te lo agradezco. Pero quisiera conocer mejor a mi hijo.
� Y él te necesita a ti también. Buenas noches, Esteban. Gracias por enseñarme la nota � añadió� . Quiero que sepas que estoy muy emocionada de que nos haya elegido a nosotros.
Maria salió de la cocina muy deprisa. Le daba miedo admitir que había disfrutado de la conversa¬ción con su marido y que cada día que pasaba quería estar más tiempo con él.
Una semana antes, lo había rechazado cuando ha¬bía intentado besarla. Incluso había pensado en pe¬dirle el divorcio.
¿Cómo podían cambiar tanto las cosas en tan solo una semana? ¿Cómo podía incluso sentirse celosa del bebé que merecía la atención completa de su padre por la noche?
� Vamos Hector, una sonrisita a papá. Eso es.
Mientras ella tenía al niño en brazos, Esteban lo mi¬raba. El perfume de Maria se mezclaba con el olor a polvo de talco del bebé.
� Hoy ya parecemos una familia, hijo. La semana pasada todo eran dificultades, pero parece que se van solucionando � le dijo al niño� . La semana pasada tu madre no quería que estuviera en la misma habita¬ción que ella. Le dijo al médico que no quería venir a casa conmigo. Y en una semana aquí estamos los tres, bajo el mismo techo. Es un buen presagio, Hector. Recemos para que esto no sea algo temporal � le dijo y le dio un beso en el cuello, en el mismo sitio donde Maria le había dado el suyo.
Puso con mucho cuidado al bebé en la cuna y lo tapó con la manta.

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