sin recuerdos

522 41 1
                                    

#SinRecuerdos

Capítulo 14

� Qué alivio.
� ¿Qué te parece si vestimos al niño y nos vamos a pasar la tarde a Liberty Park?
� ¿Dónde está eso?
� Cerca. Compraremos algo y nos lo comeremos debajo de algún árbol. Así podremos dar un paseo a Hector. Solo si estás bien.
� Estoy bien. El doctor Brown me dio unas pasti¬llas para no marearme. Me apetece la idea de tomar el aire.
� Muy bien. Vamos allá, pues.
No tardaron mucho en preparar todo y marcharse. Hacía mucho calor y Maria se recogió el pelo en una coleta. Al ver que tenía muchas ganas en un cajón del aparador, se imaginó que debía llevarlo de esa forma.
Después vistió a Hector con un trajecito verde, se cambio de vestido y se puso unos pantalones cortos y una camiseta amarilla. Cuando salió, vio que Esteban también se había puesto pantalones cortos y camiseta negra. Los dos llevaban sandalias.
Aunque no dijo una palabra, sus ojos hablaban por él. Estaban sonriéndole. Tenían un brillo que nunca antes había visto.
Aunque no lo recordaba, algo por dentro le dijo que entre él y ella había habido momentos similares antes. Estaba feliz. Y eso no podía fingirse. Debía de ser porque iban a salir a dar una vuelta juntos.
Para ser franca, ella había deseado pasear con su marido. Esteban era un hombre muy atractivo.
Por primera vez se olvidó de las preocupaciones y trató de disfrutar el momento. Se sentía viva y no quería que nunca terminara el día.
Después de pasear y contemplar la vida animal, y reírse juntos de una familia de codornices que iba de¬lante de ellos, Esteban compró perritos calientes y palomi¬tas.
Se sentaron en una manta debajo de uno de los inmensos pinos y comieron. A Hector no le gustaba mu¬cho que lo dejaran a un lado. Se turnaron para darle el biberón.
� Es el mejor bebé que hay en la tierra.
Esteban asintió.
� Eso es porque eres una madre maravillosa.
Se le puso un nudo en la garganta.
� Gracias, pero tú también estás participando en su educación.
� Gracias.
Los ojos de Esteban brillaron antes de tumbarse en el suelo y ponerse a Hector encima.
� ¿Recuerdas el Rubáiyát de Ornar Khayyám?
Se terminó el helado y se limpió la boca con una servilleta.
� ¿Es lo de una barra de pan, una jarra de vino y tú?
Esteban asintió.
� No tenía que ser padre, porque si no habría dicho una barra de pan, una botella de vino, un bebé y tú.
Su comentario la hizo reír, hasta que se dio cuenta de lo cruel que era recordar cosas que había leído, pero nada de su vida anterior.
� ¡Piensa en otra cosa! � la reprendió Esteban. No sa¬bía cómo pero parecía que podía leer su pensa¬miento y sabía con exactitud lo que estaba pen¬sando� . Disfruta de este momento conmigo y trata de no pensar.
� Lo estoy disfrutando. Más de lo que tú piensas.
� Y nosotros también � levantó a Hector y le dio un beso en la tripa. El bebé sonrió mientras él lo subía y lo bajaba en sus brazos.
Había comido hacía poco y con tanta excitación podía vomitar lo que había comido. Pero prefirió no decir nada.
Al poco tiempo colocó al bebé entre ellos. Maria se puso de costado y acarició la cara de Hector. Abrió y cerró los ojos y después estornudó.
� Es tan dulce e inocente... � comentó Maria.
� Está totalmente a nuestra merced � murmuró Esteban. La miró a los ojos� . Así estabas tú cuando yo entré en el hospital después de tu caída. Como un bebé re¬cién nacido, totalmente indefensa. He estado espe¬rando decir esto durante mucho tiempo, Maria. Dé¬jame decírtelo ahora. Eres la mujer con más coraje que jamás he conocido.
� Si a mí me hubiera pasado lo que te ha pasado a ti, no sé cómo habría reaccionado. Pero seguro que no con tu paciencia y gracia.
Notó una sensación sofocante en su pecho.
� Gracias por confiar en mí lo suficiente como para dejarme ayudarte. Soy tu marido y me sentí in¬defenso.
� Te portaste muy bien con Hector y conmigo. No fue difícil confiar en ti.
� Entonces no tengo derecho a pedirte más � mur¬muró en tono grave� . Está oscureciendo, será mejor que nos vayamos a casa.
El cambio tan brusco de conversación la pilló des¬prevenida. Sus últimas palabras siguieron resonando en su mente. Esteban debió notar su gesto de preocupación.
� ¿Quieres que vayamos a montar en los caballitos con Hector, antes de irnos a casa?
� Me encantaría.
Cuando llegaron, Esteban fue a comprar las entradas.
� ¿Qué caballo prefieres?
� El blanco.
� Muy bien. Nosotros iremos en el negro de al lado.
En cuanto los caballitos empezaron a girar, el ca¬ballo de ella empezó a subir y bajar. Al poco tiempo, la cabeza empezó a darle vueltas. Se agarró con fuerza a la barra.
Esteban debió darse cuenta de la cara de terror que te¬nía. Se bajó y la ayudó a bajarse. La atracción no se detuvo, pero él logró bajarlos a los dos sin peligro al¬guno.
Se sentaron en el banco que encontraron más cerca.
� Lo siento, cariño � le susurró� . Estaba disfru¬tando tanto que me olvidé de tu problema. Perdó¬name.
La abrazó y la acurrucó. Aquella preocupación por ella la llenó de gozo.
� Estoy bien. De verdad. Mucho mejor que el día que me llevaste a casa desde el hospital. Anda, vamos.
� Sujétate en mí � le puso una mano en la cintura y la apretó contra él. Le encantaba estar tan cerca de su cuerpo. Le hubiera gustado estar de esa manera siem¬pre.
Cuando llegaron a casa ya se le había pasado el mareo y logró entrar por su propio pie. Esteban la siguió con Hector en brazos.
� Será mejor que lo bañemos antes de acostarlo.
� ¿Quieres que lo hagamos juntos?
La cuenta atrás había empezado. Podía sentirlo. Y Esteban también. Aquella noche era la última noche que podían pasar como si fueran una familia. Quería alar¬garla lo máximo posible.
El bebé pareció sentir que algo especial estaba ocurriendo. Le encantaba el baño. En cuanto sintió el agua caliente en su cuerpo empezó a chapotear. El agua le salpicó a la cara de Maria y Esteban empezó a reír, con esa risa cálida tan reconfortante que tenía.
El bebé le había hecho un favor, porque así Esteban no se daría cuenta de que estaba llorando. Había estado tragándose las lágrimas toda la tarde.
Cuando acabaron de darle el baño, los dos estaban empapados. Pero les daba igual. El cuidar de Hector los llenaba de gozo y satisfacción.
Esteban no lo tenía que decir, porque lo veía en sus ojos.
Pero al día siguiente por la noche otros padres dis¬tintos se encargarían de llevar a Hector a la cama.
Tuvo que tragarse las lágrimas.
¿Se daría cuenta Hector de la diferencia? ¿Echaría de menos las nanas que le cantaba? ¿Echaría de me¬nos las canciones que Esteban se inventaba y que a ella tanta gracia le hacía?
� ¿Quieres algo de beber? � le susurró cuando sa¬lieron de la habitación del niño.
� Sí, estoy sedienta � lo siguió hasta la cocina.
� ¿Quieres una Coca Cola o algo más fuerte?
Después de un momento de duda, respondió:
� ¿Tú qué vas a tomar?
� Una cerveza.
� Pues yo otra.
La miró con cara de sorpresa.
� ¿Es que antes no me gustaba?
� Ni lo más mínimo.
� ¿Y qué tomaba? � por alguna razón empezaba a dar lo mismo su pasado.
� Vino blanco.
Sirvió un poco en un vaso y se lo dio. Maria tomó un sorbo.
� Parece que antes tenía buen paladar � comentó ella.
� El problema es que no creo que el doctor Brown te lo permita.
� ¡Es cierto! No me acordaba de que estaba emba¬razada. A lo mejor es porque no re...
� Así es � la interrumpió con delicadeza� . Yo sí me acuerdo de la mañana que te dejé embarazada. Era una mañana deliciosa de junio.
Dio un sorbo de la lata de cerveza.
� Se oían los pájaros cantar por la ventana. Me ha¬bía dormido después de hacer el amor y estaba so¬ñando que me estabas besando. Cuando abrí los ojos, vi que no era una fantasía. Me estabas besando.
Maria se enrojeció.
� Los dos queríamos que te quedaras embarazada, a pesar de que el médico nos había dicho que tenías que darle un descanso al cuerpo. Esa mañana no qui¬siste esperar más y me dijiste que no me pusiera nada.
Dudó unos segundos, y luego añadió:
�Aunque sabía que no era lo mejor, hay que ser un hombre y tener lo que yo tenía entre mis brazos para decir que no. Los dos estuvimos remoloneando en la cama, sin ganas de ir a trabajar. Pero tú habías que¬dado con Leonel en hacer unas cartas a primera hora. Y te dejé que te marcharas. Una hora más tarde, mientras me estaba afeitando, llamaron del hospital. Me dijeron que el bebé estaba bien, pero que a mi es¬posa la estaban tratando de un golpe que había reci¬bido en la cabeza. Que si podía ir cuanto antes.
Terminó la cerveza de un trago y tiró la lata a la basura.
Maria se puso los dedos en los labios, recordando el beso que él había querido darle en el hospital.
� Después de esa apasionada mañana, no me extraña que te doliese tanto el que te rechazara como te rechacé.
� El problema, Maria, fue que yo fui egoísta y no logré entender al principio lo que era haber perdido la memoria. El médico me dijo que estabas desorien¬tada pero yo no logré entenderlo del todo. Ya te he di¬cho en el parque que eres la mujer más valiente que conozco. Estoy avergonzado de mi conducta en el hospital.
� No digas eso, Esteban. Ni lo pienses siquiera. Si hay alguien que tenga que pedir disculpas, soy yo. Nadie ha sido tan cariñoso como tú, ni lo puede ser.
� Yo era un desconocido para ti, y todavía lo soy.
Ella movió la cabeza.
� No, eso no es verdad.
� Prométeme solo una cosa, Maria.
� ¿Qué?
� Que cuando nos divorciemos saldrás conmigo de vez en cuando.
Maria se apoyó en el mostrador de la cocina para no caerse.
� Seguro que ya te habrás dado cuenta de que es¬toy enamorado de ti. Si quieres saber qué Maria quiero, te puedo decir que no lo sé. Las dos sois más o menos igual.
Esteban la miró con cariño.
� Cuando nos casamos, no sabía que iba a conse¬guir dos mujeres por el precio de una. Y yo no quiero ser fiel a una y traicionar a la otra. Estoy dispuesto a cometer adulterio con cualquiera de vosotras. Y si por mí fuera cometería adulterio todos los días. Puedes negarlo si quieres, pero sé que anoche disfrutaste estando conmigo en la cama. Y esta tarde sé que te lo has pasado bien. Si dices lo contrario sé que mientes.
� No iba a decir que no � le confesó lo más bajo que pudo, porque el corazón le latía con fuerza.
De repente él se levantó y tomó las llaves que es¬taban en la mesa del desayuno.
� ¿Dónde vas? � le preguntó ella alarmada.
� Tal y como me siento ahora no estás segura con¬migo. Vendré mañana por la mañana para ayudarte a preparar a Hector.
Maria se quedó boquiabierta. No sabía cómo reac¬cionar, ni qué decir.
� En cuanto me vaya echa la llave. Si Vivian ha hecho bien su trabajo, nadie puede salir ni entrar sin tu permiso.
En un abrir y cerrar de ojos salió por la puerta de atrás. A los pocos segundos oyó el motor del Saab. Hector lo debió oír también, porque empezó a llorar. Nunca se despertaba a aquellas horas de la noche.
¿Podría sentir el niño que su familia se estaba se¬parando?

DESPUÉS de conducir un rato por Parley's Ca¬non, donde luchó contra sus propios demo¬nios, Esteban volvió a casa de Leonel a pasar la noche. Se levantó a las siete de la mañana, se fue a su casa y llamó a la puerta.
A juzgar por las marcas debajo de los ojos verdes de Maria, cuando ella le abrió la puerta, tampoco ha¬bía conseguido dormir mucho. Llevaba una bata y a Hector llorando en brazos.
� ¿Cuánto tiempo lleva llorando? � le preguntó Esteban.
� Desde que te fuiste.
� Déjamelo un rato.
De nada sirvió. Hector no se tranquilizaba. Parecía que tenía fiebre.
� ¿Has llamado al médico?
� Sí. Dijo que podían ser varias cosas. Le he estado dando algo para que le baje la fiebre. Tendríamos que estar dándole muchos líquidos pero no quiere el biberón.
� Déjame que intente darle algo de zumo. Vete a la cama.
� No puedo. Angelica me dijo que los padres que van a adoptar a Hector vendrían esta mañana. Si está enfermo, no podrá ir a ningún sitio.
� La llamaré por teléfono.
� Ya la he llamado yo. No me ha devuelto la lla¬mada.
� Lo hará.
Sin mirarlo, le preguntó:
� ¿Has pasado la noche en casa de Leonel?
� Sí. Estuve a punto de venir a eso de la una, pero tendría que haberte llamado por teléfono para que me hubieras dejado entrar. Y tenía miedo de despertarte a ti o a Hector. Si hubiera sabido...
Maria movió en sentido negativo la cabeza.
� No tienes que disculparte. Por lo menos pudiste dormir en casa de Leonel.
� Eso es mucho decir.
No sabía si le había oído o no, porque en el mo¬mento en que puso a Hector en la cuna, empezó a llo¬rar.
Lo levantó otra vez en brazos, lo sacó de la habita¬ción y se lo llevó al dormitorio de matrimonio.
� Vamos chiquitín. Dejemos que tu madre des¬canse un poco.
Después de varios intentos de consolarlo, Esteban se lo puso boca abajo sobre su estómago y comenzó a acariciarle la espalda. De pronto reinó la paz.
Esteban notó la presencia de Maria en la puerta. Giró la cabeza y la miró a los ojos.
� ¿Sabías que mi mano obra milagros?
� Menos mal que has conseguido tranquilizarlo. Voy a ducharme y a vestirme.
� Muy bien.
� Cuando llame Angelica...
� Sé lo que tengo que decirle � la interrumpió.
Pero ella no sabía que no iba a llamar por telé¬fono. Que se iba a presentar a eso de las nueve e iba a poner la excusa de que John Warren se había confun¬dido y les había dicho que podían ir por Hector a las nueve.
Pasaron quince minutos. El bebé se durmió. Esteban lo puso con mucho cuidado en la cuna, lo tapó con la sábana y se fue al cuarto de baño a ducharse también.
Cuando salió, con una toalla alrededor de sus ca¬deras, vio a Maria al lado de la cuna de Hector. Se ha¬bía puesto unos pantalones blancos de algodón y una camiseta beige. Se había cepillado el pelo. Estaba guapísima.
Cuando lo oyó abrir uno de los cajones del apara¬dor, lo miró.
� ¿Ha llamado Angelica? � le preguntó.
Esteban movió en sentido negativo la cabeza.
Su rostro adquirió un tono de sufrimiento, antes de volver a concentrarse en Hector. Esteban aprovechó ese momento para vestirse.
Cuando terminó, se acercó a ella y le dio la mano.
� Vamos � le dijo y la levantó. Juntos salieron del dormitorio y se fueron al salón.
� Mejor esperamos aquí. He desconectado el telé¬fono de la habitación para que Hector no se despierte.
� Mejor, porque el pobrecillo no ha dormido nada.
� No te preocupes, los niños son muy duros.
� ¿Cómo es que sabes tanto de niños?
� No sé nada.
� Pues no lo parece, porque has conseguido lo que yo no conseguí anoche.
� Probablemente tenía el estómago revuelto. Seguro que cuando vine por la mañana ya estaba ago¬tado de tanto llorar.
� ¿Crees que tiene algo grave?
� No creo, si no el médico te habría dicho que lo llevaras a urgencias.
� Tienes razón � le respondió� . Lo que no entiendo es por qué no ha llamado Angelica. Hasta que Hector no esté bien, no se puede ir a ningún sitio.
� Maria, Hector está bien. Los padres que se lo van a quedar sabrán cómo cuidar de él. Todo está ya arre¬glado. No te olvides. Mañana por la mañana tendrás que ir al ginecólogo. Eso no lo puedes aplazar porque arriesgarías...
No pudo terminar la frase, porque en aquel mo¬mento sonó el timbre.
Angelica había llegado justo a la hora que le dijo.
� ¿Quién puede ser tan temprano? � preguntó Maria.
� No lo sé. Vamos a ver.
Lo siguió hasta el vestíbulo. Cuando abrió la puerta, fue Maria quien exclamó:
� ¡Angelica, pensábamos que ibas a llamar pri¬mero!

SIN RECUERDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora