Capítulo V

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Los hermanos Rodbone hacía un mes que estaban en Exeter, acompañando al Duque, en la compra de las tierras, que necesitaban para comenzar la explotación de la mina. Esas semanas fueron agotadoras para los tres caballeros, ya que, los terratenientes y nobles al saber de su presencia, los invitaban a cenar e inventaban fiestas, con el solo deseo de que alguno de ellos se fijase en sus hijas, sobrinas o parientas casadera, haciendo más difícil y exhausta   la tarea de los caballeros.

Retornaron al castillo y descansaron casi dos días seguidos. Cuando estaban los dos hermanos en el despacho del Duque, firmando algunos papeles, de pronto, el mayor se quedó en el aire, y suspiró, el señor Conrad al ver la actitud extraña de su hermano, indicó:

—Jorge qué le pasa, usted está en otro sitio.

—Conrad ya no puedo más, me marcho a Chervach.

—No comprendo Jorge.

—He sido un tonto hermano, en este mes no puedo olvidarme de ella, de sus labios, es como morir si no la veo, me importa un bledo que no sea de mi rango social, la amo y la voy a convertir en mi esposa.

El señor Jorge dejó a su hermano con la boca abierta.

El Duque lo había escuchado todo, desde la puerta, cuando el señor Jorge caminaba hacia él, indicó:

—Su excelencia, como usted escuchó me marcho a Chervach, hoy mismo.

El Duque solo asintió con la cabeza, después, miró al caballero salir a toda prisa de su despacho.

El señor Conrad comentó a su amigo:

—Creo que Jorge está infectado con la enfermedad del amor.

—Así parece...

El señor Mellor estaba sentado muy plácidamente en la terraza trasera, leyendo la Biblia y meditando en ella, cuando la puerta que daba a la biblioteca se abrió, con tranquilidad el anciano vio salir al señor Jorge:

––Buenos días, hijo, si podemos llamarlo así, aunque creo que es buenas tardes.

––Es que llegué muy tarde anoche, necesitaba dormir un poco más.

––Eso es normal, después de un viaje desde Exeter, ¿Y Conrad está aún durmiendo? ¡Eso es extraño en él!

––Conrad no me acompañó.

El anciano frunció el entrecejo, más no dijo nada.

El señor Jorge tomó asiento a su lado, después, comentó:

––Señor Mellor lo que me hizo viajar a Chervach es una dama.

––¡Jajaja! Me lo imaginé muchacho, ellas son las únicas capaces por lo que un caballero viaje grandes distancias, bueno, también está la avaricia y el orgullo y la gloria. Pero continúe usted.

––Deseaba hablar primero con usted, deseo explicar mis motivos por lo que he esperado tanto tiempo.

––Soy todo oídos.

El caballero evidentemente nervioso, pasó una mano por su pelo, después se movió inquieto, sentándose en la orilla del sofá, dijo aclarando primero su garganta:

––La dama de quien le hablo, fue al principio una simple amiga, nos reunimos por primera vez próximo al lago, por casualidad, ella caminaba por el sendero, en cambio fui a tratar de olvidar algo, la saludé por cortesía, ella a la vez me sonrió, así comenzó nuestros encuentros, volviéndose cada vez más asiduos, ella escuchaba con atención todas mis desventuras y de mi parte sentía que podía ser sincero con aquella hermosa criatura, cada semana en la que pasé el verano pasado, aquí en Chervach, fui a su encuentro, cuando me marché en otoño, aprecié su falta y por primera vez, me sentía solo.

Improvisto Amor IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora