Abonada a los amores clandestinos

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Abonada a los amores clandestinos, a los besos ilegales en los aeropuertos latinos. Juego al ping pong con el destino. Un día él gana y otro lo hago yo.

Así han sido los últimos capítulos del mismo libro que releo en vacaciones. Lo guardo en mi maleta antes de embarcar al próximo lugar del mapa: un corazón impermeable a la emoción.

Miro las fotos de las playas, los lagos, las montañas y el hielo que visité este tiempo contigo, con nombres difíciles de pronunciar. No era yo, más bien una réplica simpática de mis ganas de mujer en busca de un Romeo idealizado.

Un amante, un desvío, un pseudo novio me dieron abrazos para acompañaron en cada trayecto. Cada uno a su manera: sin ilusiones, con dudas, o besos eternos. Mucho e insuficiente para mí. Es que las fotos no alcanzan para llenar el vacío de la última herida y en venganza rompí las barreras de lo que dicen está bien.

Transformé mi seducción en un camino al abismo, mis palabras se convirtieron en canjes por besos con tal de no escuchar pavadas en frente. Aprendí a esconderme detrás del asiento por si alguien miraba demás mis ojos.

Me quemé más de una vez en trenes, autopistas, motocicletas y terminales por igual. Más de una vez llegué tarde y prefiero darle por ganada la partida al destino. El abono a los amores clandestinos me hace inmune a responder las preguntas de quienes se enamoran en tierra firme.

Yo sigo volando literalmente y con mis besos en el aire para el viajero atento a mis señales de niña asustadiza.

JULIETAS DEMACRADASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora