Por las escaleras de arriba bajan más vecinos alarmados. Son Miguel, Mónica, Sandra y María, que me pillan con las manos en la masa y corren de nuevo arriba, presas del pánico (sobre todo Miguel)
Sólo tengo que dar unas zancadas para pillar a Sandra por la pierna antes de que termine de subir. Pego un tirón y se cae de boca, luego la arrastro por las escaleras mientras sus compañeros no hacen nada.
Casi me da pena acabar tan fácilmente con ella. Suelto su cuerpo en la puerta de Juan, con la cabeza en la entrada. La abro al máximo y la cierro de golpe. Su cerebro se desparrama y la cabeza queda partida como cáscara de huevo.
Muertos: ya perdí la cuenta.
Subo y me encuentro a María de espaldas intentando abrir con más torpeza que rapidez, una ventana enorme. No sé si para que se escape el humo o para escapar ella. Sólo sé que de la patada que le doy, atraviesa la ventana y se precipita al vacío como un saco de patatas.
Puedo oír cómo Miguel y Mónica están dentro de casa intentando llamar a la policía. Pobres ingenuos, deberían haber cerrado la puerta. "¿María?" pregunta Mónica al oír pasos aproximándose.
Cierro la puerta tras de mí y Miguel ya me está sacando de quicio gritando como una cobaya histérica. Así que lo levanto del cuello y lo cuelgo de la lámpara del salón mientras me encargo de Mónica, que ha ido a refugiarse a su habitación, cuya puerta abro fácilmente de una patada. La cantidad de pósters de KPOP que hay en las paredes me nubla de extrañeza por un momento, y ella aprovecha para lanzarme un disco de BTS. "Te lo vas a tragar" le digo agarrando, no el disco, sino la caratula entera. Con una mano la agarro del cuello y con la otra le meto la carcasa a presión. No sé si se está rompiendo más su boca o el plástico, pero poco a poco va entrando, hasta que se la dejo encajada y astillada en el esófago.
Vuelvo a por Miguel pero está haciendo videollamada con un venezolano. "Este chico nunca aprende" susurro.
Lo bajo de la lámpara (seguía colgado, le da igual todo) y le ato la cintura con un cable y el cable al sofá, mientras le pone morritos al venezolano. Le tiro el móvil de un guantazo y ya vuelve a gritar. Me da tanto repelús pegarle que me limito a arrastrar el sofá al balcón y lanzarlo por allí.
Miguel es arrastrado por el cable, pero lo agarro de los brazos. Quiero ver cómo le va cortando la circulación. No tarda mucho, pues sólo con el tirón se le ha debido separar la columna. Se ha puesto morado y ha vomitado hasta el hígado. Espero un par de segundos más, viendo cómo se desvanece, mientras el sofá, colgando, le arrastra y a mí ligeramente con él. Lo suelto y se va a la mierda también.
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