Capítulo 1

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Capítulo uno.

Mis padres siempre me llevaban allí. Ellos decían que sería como nuestro “santuario”. El lugar donde iríamos cada vez que estuviéramos molestos o felices. El lugar perfecto para arreglar un problema. Pero también sería el lugar perfecto para lamentarse y sufrir en silencio.

Pero lo que nunca me dijeron mis padres antes de morir era por qué necesitaría ese lugar para lamentar y sufrir en silencio. Jamás me dijeron el por qué sobre molestarse, o para arreglar un problema.

Creí que siempre viviríamos felices. Pero ahora, en su funeral, sé que no eso no es cierto. 

-Y ahora, unas palabras de su querida hija. –el hombre me señaló a mí. Quería negar con la cabeza, quería gritar que no subiría, quería decirle al mundo que no estaba preparada para esto. Que sin ellos, ya no había que seguir viviendo. 

Sin embargo, sabía que mis padres estarían decepcionados de esa conducta y lo último que quería era que estuvieran molestos. 

Así que me incorporé de la silla, caminé hacia allí y mire a las personas presentes. Mis padres tenían muchos amigos, pero sólo la mitad de ellos se encontraban allí y eso me dolió. Mis padres eran muy amigables. Eran las personas más agradables y bondadosas de todo el mundo y yo sólo espero no acabar como ellos lo hicieron. 

Así que busqué las palabras adecuadas y hablé.

-Ellos. –paré en seco. No podía. Las lágrimas gritaban desde lo profundo y no sabía si podría retenerlas. Miré hacia la pequeña multitud de personas y me di cuenta de que mi tía me daba ánimos, con lágrimas resbalando de sus mejillas. No podía verla así, por lo que proseguí. No tenía nada planeado, pero sabía qué diría. –En toda mi vida, no había conocido a personas semejantes a ellos. –me relamí los labios y respiré hondo. –Eran agradables y sinceros. Personas humildes que lo único que querían era que yo estuviera bien. 

“Una vez me dijeron, en un parque abandonado, que ese sería nuestro ‘santuario’, por lo que cada domingo, íbamos allí. Hablábamos de nuestros problemas, nuestros sueños, todas las cosas que nos hacían felices y todas las que nos atormentaban. Les juro, que si lo hubieran conocido a ellos a como los conocí yo, entenderían el por qué estoy aquí.”. 

Miré a mi tía y esta se tapaba el rostro con las manos. 

-Jamás conocerán a personas iguales a ellos. Mis padres eran únicos en este mundo lleno de personas iguales. –y diciendo esto, las personas en frente de mí aplaudieron levemente, haciendo eco con sus palmas. 

Me excusé al baño y lloré. Lloré como nunca. Jamás creí que estaría en esta situación: en el baño de la funeraria, mirándome al espejo y diciéndome lo estúpida que fui. Con los ojos hinchados y las mejillas rojas, el cabello enmarañado y la ropa negra arrugada. 

-¿Astrid? –preguntó una voz destruida en un ahogo. Giré mi cabeza y me encontré con la hermana de mi madre. Pero lo peor de esto es que ellas eran gemelas. Apenas podía observarla. Tan sólo me limité a abrazarla, como si fuera mi madre y que jamás la dejaría. 

Los días pasaban. Yo tenía diecisiete en ese tiempo. Ese jodido accidente había arruinado por completo mi vida. Ya no salía de casa. Mis amigos ya no me visitaban. Cada vez entraba más en la depresión, en mi habitación, en mi cama, o en ático, donde pasaba la mayor parte del día. Viendo el cielo gris.

Para mí todos los días eran grises. 

Mis ojos sólo veían blanco y negro. Ya no conocía los colores. No lograba descifrarlos. Hacían días que no soltaba mi cabello; estaba enmarañado en un moño desaliñado. Me aparecían llagas en los labios y tomaba café con regularidad. 

El café era lo único que me activaba en ese momento. 

Ya no veía la televisión. Había dejado de leer. Como había terminado las clases una semana antes de que mis padres fallecieran, me había perdido el viaje de graduación y había dejado de estudiar para la universidad. 

Sólo me concentraba en una sola cosa: no hacer nada. Nada de nada. Y no me cansaba. Me relajaba de algún modo. Dormía demasiado y mis ojos estaban hundidos en sus cuencas, rodeado de sombras. 

No me estaba volviendo anoréxica ni nada por el estilo. No me cortaba las muñecas y tampoco vomitaba en el baño. No hacía nada de nada. Sólo me limitaba a estudiar el cielo y sus nubes desde el ático de mi casa vacía. 

Mi tía se había quedado conmigo todo el tiempo. No se iba de la casa a menos que yo se lo pidiera: y no lo hacía. Ni siquiera había pronunciado una palabra. Sin embargo, había asentido con la cabeza un par de veces a las preguntas de mi tía. 

Atrápame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora