Capítulo 6.

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Capítulo 6.

 

Oh mierda. Oh, esta maldita mierda. ¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Encima, en la mañana. ¿Acaso no tenía códigos ese chico? Pero, lo peor de todo, ¿Qué hago? Los nervios me comían la cabeza y mis manos estaban empezando a sudar. Me lo preguntaba una y otra vez, pero el chico aún seguía ahí. ¿Le abro la puerta al sobrino de Thomas? ¡Dios! ¡¿Cuál era su maldito nombre?! Ya me estaba desesperando, ¡y tan sólo lo había conocido el día anterior!

Respiré, tranquilizándome y volví a mirar hacia abajo.

Y el corazón casi se me escapa de las manos. Estaba mirando hacia mí. Con una sonrisa burlona y con curiosidad. Cuando sonreía, se hacían unas pequeñas arrugas debajo de sus ojos y estos brillaban.

Oh mierda.

Bueno, ya que estaba mirándome y sabía que estaba en la casa, no había otra cosa que abrirle la puerta ¿no? ¡Mierda!

Los nervios, cuando llegan a determinado nivel, ya empiezas a marearte y desesperarte. ¡Este chico hacía mi vida peor aún!

Pero inhale y exhalé, tronando mis dedos y dirigiéndome a la escalera.

Dios. ¿Iba a hacer esto? ¿En serio? ¿Soy tan valiente como para hacerlo? Quería huir de allí lo más pronto posible, pero sabía que no había escapatoria. Él ya me había visto, así que ahora él estaba esperando. Sin embargo, me estaba retrasando. Daba un paso atrás y otro adelante, aún sin avanzar.

Esta sería la primera vez que abría la puerta.

Tome aire y, por alguna razón, arreglé mi cabello. ¿A quién diablos le importaba cómo estaba? Ya no tengo amigos ni enemigos que me critiquen por cómo me visto y cómo no me arreglo el cabello. Ya no existían ese tipo de personas en mi vida. De hecho, a penas existían personas en mí alrededor.

Así que abrí la puerta, con el sol en contra y ocasionando que mis ojos se achicaran y me impidieran ver al chico.

-Astrid. –habló como un saludo. No dije nada. Ni levanté mis hombros, ni volqué los ojos y tampoco asentí. Así que él lo tomó como un “Pasa, eres bienvenido”. Pero me hubiera gustado echarlo de mi casa, y del barrio si fuera posible.

Entró. Me sacaba una cabeza y media y tenía hombros anchos, pero no tanto. No se parecía a un jugador de fútbol americano, ni tampoco a un jugador de básquet. Se parecía de hecho a un chico normal que viene a interrumpir en mi casa en la mañana. Y no, tampoco se parecía aún testigo de Jehová.

Se puso en frente de mí y me miró a los ojos, tratando de adivinar un acertijo muy difícil. Se notaba bastante que el chico tenía curiosidad por saber por qué era así y por qué aún seguía en mi casa, sin haber salido ni una sola vez desde no sé cuándo.

-Así que… -comenzó, estudiándome el rostro. Pero si ponía uno de sus ojos en mi cuerpo, le daría una buena patada que no querrá volver a verme jamás.

Empecé a ponerme un poco nerviosa, pero, ¡vamos! ¿Ponerse nerviosa por un estúpido chico? ¿Qué diablos me pasaba?

Dejé de mirar al vacío y me dirigí hacía sus ojos. Azules. Azules como el mar del caribe, o como el cielo en mitad de la tarde. Mi miraban con curiosidad nuevamente y no habían quitado la vista de mí. Como si fuera a desaparecer en cualquier momento, como un fantasma. ¿Acaso me parecía a uno? ¿Y si me parecía a uno por qué él no se fue aún? ¿Él era otro fantasma y me venía a buscar para ir al “Reino Oscuro de los Fantasmas”?

Atrápame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora