Capítulo 5.

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Capítulo 5.

 

¿Ahora se puede saber qué voy a hacer? ¿Lo dejo dormir y me voy a dormir también? ¿O lo despierto y lo echo de mi casa? La verdad es que me molestaba bastante que esté en mi casa, en MI casa, durmiendo en MI sofá, con, de hecho, MI manta.

¿Qué le pasaba? ¿Se estaba aprovechando de tener un cómodo sofá y una suave manta y dijo: “Ah, esto no está tan mal; mejor me quedo” y se arrojó al sofá así como así? ¿Qué se pensaba?

¡Arrgh!

Me decidí por dejarlo dormir. Se notaba que estaba cansado y ahora se estaba relajando. Aunque me molestaba bastante verlo así; sin embargo no lo desperté, por buena persona que soy; sino, ¡fuchila, perro!

De todas formas, sabré el por qué se quedó a dormir mañana, cuando me despierte. Y espero que no esté más cuando salga por fin de mi cómodo sofá. Así que respiré y me giré hacía la cocina.

Pero justo cuando iba a salir de encima del respaldo, al girar mi cabeza hacía la oscuridad, algo me agarró del brazo. Salté y mi corazón empezó a latir rápidamente.

Giré lentamente mi cabeza hacía desde donde venía el agarre y me di cuenta de que era una mano.

Oh, mierda, iba a morir.

Pero al girar la cabeza, me encontré con un rostro mirándome curioso.

Luego de recuperar la cordura, me di cuenta de que el chico que me estaba agarrando, era el mismo chico que hace tan sólo unos segundos estaba durmiendo plácidamente en MI sofá.

Y solté todo el aire, aliviada y avergonzada.

-¿Astrid? –preguntó en voz baja, por lo que casi pude escuchar. Era un poco gruesa y estaba nervioso.

Yo sólo asentí lentamente, tratando de verle a los ojos, pero la luz detrás de él me lo impedía. Todavía seguía agarrándome del brazo, por lo que él se dio cuenta y me soltó rápidamente, avergonzado.

-Emmm… -empezó, rascándose la nuca, nervioso.

No le diría ni una sola palabra. No dejaría que escuchara mi voz jamás. Ni eso se merecía.

-Ehh… -siguió diciendo, tratando de buscar las palabras para poder describir qué es lo que estaba pasando.

Lo miré esperando, hasta que finalmente él centró sus ojos en mí y no se apartó. Frunció el ceño levemente, pero aun así, no dijo nada.

Nada de nada.

Siguió así hasta que decidí por darme la vuelta e irme hacia la cocina, para hacerle saber que realmente no me importaba nada de lo que dijese ese estúpido aprovechador de sofás de casas ajenas.

Pero justo cuando ya casi no estaba en su campo de visión, habló.

-Lo siento. Emm…- ¡y volvemos a buscar palabras! –Es que… -me giré para mirarlo. –Tu tía me dejó quedarme a dormir sólo por esta noche, ya que no puedo ir a mi casa.

¿Ehe? ¿Qué clase de persona no puede ir a su propia casa? ¿Acaso se había olvidado las llaves dentro de ella? Qué estúpido…

Lo miré con las cejas arriba, desconcertada, pero luego volví a hacer mi típica subida de hombros y me dirigí hacía la cocina y me serví un vaso de agua fría. Esto refrescó por completo mi garganta y ya me sentía mejor. Así que, retomé mi camino hacia las escaleras, las cuales no volvería a bajar a menos que haya un incendio o estén robando, cosa que no creo. Nuestro barrio era muy “tranquilo”. 

Pero justo en el primer escalón que había subido, el chico volvió a hablar.

-¿Qué? ¿No dirás nada? –preguntó curioso e impresionado. Le di la espalda y con la cabeza bien en alto, me fui sin dejar rastro alguno.

Así que se me da bien por ignorar a la gente…

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Cuando me desperté, tenía un dolor de cabeza y los ojos me dolían terriblemente. Cuando trague, la bilis me quemó la garganta y me rasgó. Casi maldigo del dolor. Pero luego recordé que un intruso se encontraba en la planta baja y supongo que aún seguirá durmiendo como un perro oloroso, roncando como un viejo amargado y rascándose la cabeza, haciendo gestos de disgusto al oler su axila sudorosa.

Me estremecí y me sorprendí. Sí, y aun no logro comprender cómo es eso posible. Estaba sorprendida ya que fui capaz de pensar en eso. ¿Qué diablos me pasaba?

Suspiré frustrada y me dieron unas ganas de bajar las escaleras, pero me contuve. Aunque, mirar a escondidas no estaría tan mal ¿no?

Reprimí un bostezo (sí, se puede hacer eso, ahora pueden morir en paz) y me dirigí hacía donde comenzaba la escalera. Me senté en ella como en la última vez y miré hacia afuera.

No estaba. El sofá estaba limpio y sin ningún rastro de que alguien durmió allí y no había ninguna manta tampoco. Me desconcertó y fui muy valiente y bajé las escaleras.

Se olía el perfume de mi tía, el que usaba exclusivamente para “adornar” el aire en la casa. Pero tampoco había ningún rastro de ella. Fui hacía la cocina y en el mesa de madera se encontraba uno de esos papelitos amarillos para ir al mercado. En ella se encontraba algo escrito.

Astrid, me fui de compras. El sobrino de Thomas se fue temprano y dejó todo ordenado ¿no es un amor? ¡Lo es! Perdona si te ha causado un malestar; te lo contaré luego.

Besos, Isabel.

P.D: ¡Báñate!

 ¿Me contarás qué luego? ¿Que el estúpido del sobrino de Thomas se ha quedado a dormir y tú no me avisaste? ¿Eso? Ah, bueno; pues, ya me he enterado por mi cuenta. Muchas gracias.

Desayuné arriba, como siempre, mirando hacia afuera. Las personas corrían con maletines y otros se abrazaban. Dios, ¡no se abracen! ¡Qué feo! Dejé de mirar y me concentré nuevamente en las nubes, mis únicas amigas en este mundo lleno de estúpidas personas.

Bufé. ¿Por qué estaba muy molesta hoy? Ese chico sí que sabe cómo hacerme enojar…

Pero un ruido me hizo activarme. Un golpe. Otro. La puerta. Alguien estaba golpeando la puerta. Pero ya que mi tía no se encontraba, ¿Qué hago? Miré hacia abajo, a través de la ventana, donde estaba la puerta de entrada.

Un chico. Ya había visto a ese chico antes. Lo recuerdo.

Y lo vi la noche anterior. 

Atrápame.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora