Capítulo 2.

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Capítulo dos.

 

¿Alguna vez te has dado cuenta si te quedas mirando una nube, esta se mueve, y mientras entrecierras los ojos, más rápido lo hace? Me había quedado impresionada, realmente. Sabía que las nubes se movían. De algún modo tenían que hacerlo. Pero quedarse horas y horas observando cómo cambian de forma y se unen con otras, las dejan y se van por su camino y luego vuelven con otras, era impresionante.

Estaba cautivada por su belleza, la manera de deslizarse, formarse y deformarse. Pero cuando llegaba el atardecer, era mejor aún.

El cielo se teñía de rosa, anaranjado, violeta; según como estaba el tiempo.

-¡Astrid! –grito mi tía sacándome de mis pensamientos. Esperé hasta que llegara desde las escaleras, mientras me sentaba en indio en el sillón para mirarla, esperando que siguiera hablando. -¿Cuándo es tu cumpleaños? –su rostro mostraba preocupación e histeria.

¿Respondo?

Tomé aire y la miré. –En una semana. –susurré.

Dioses. Eran las primeras palabras desde cuatro meses, cuando tuve que responderle a mi tía qué no había más papel higiénico y ella había quedado pasmada por mi voz.

Pero ahora, estaba mucho más que pasmada. Su rostro era la imagen viva de: furia, preocupación, sorpresa, pena y luego finalmente una sonrisa cariñosa y penosa.

Esperé hasta que siga hablando, con las cejas arriba.

-¡¿Y por qué no me dijiste?! –chilló.

No respondí, me la quedé mirando y levanté mis hombros, desinteresada.

No tenía caso festejar mi cumpleaños; sin embargo, había empezado a contar los días para que eso pasara. Sería el primer cumpleaños sin mis padres. El primer cumpleaños sin las personas que me trajeron a la vida. Era raro ¿no? Una fiesta “homenajeando” mi nacimiento sin las personas que lo hicieron. Es por eso que no tenía caso festejar algo sin las personas más importantes.

Mi tía me seguía mirando con pena. Yo dejé de hacerlo y miré a las nubes nuevamente, concentrándome en una que tenía forma de unas alas. Era raro, como si un ángel hubiera pasado por allí y hubiera dejado la marca para siempre. Aun así, la nube se deformaba y trataba de disfrutarla lo más que pude.

-¡Vamos Astrid! –me llamó mi tía, aún en la mitad de la sala, a unos pasos de mí. Tenía una sonrisa de dientes y abrió sus brazos como diciendo “ven aquí”. Pero no lo hice.

La miré esperando que siguiera hablando.

-¿No quieres festejar tu cumpleaños número dieciocho? –negué con la cabeza, algo que se había convertido en mi amigo. -¿Sabes una cosa? –volví a negar. –Te conseguiré un amigo.

¿Ehe? ¿Y cómo hará eso? ¿Acaso encontraría a alguien tan valiente como para dirigirme la mirada?

Volví a subir los hombros, desinteresada en su objetivo.

Volví a mirar a la ventana hasta que mi tía se fue por las escaleras, con una sonrisa en su rostro, animada.

¿Qué le pasaba a esa mujer?

Volví a observar las nubes y desapareció las alas.

Bufé.

 

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