VI

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Ya no tenías novio.

Habías cumplido los dieciocho y yo los diecinueve.

Estaba feliz, había creído que al fin tendría una oportunidad contigo.

Empezamos a salir, no como novios, éramos amigos pero había algo.

Parecía que querías darme una oportunidad. Y yo, yo la iba aprovechar.

Recuerdo aquel catorce de febrero como si fue ayer, me esmeré en darte una de las mejores cenas de toda la vida, preparé tu comida favorita, la mesa fue decorada con las flores más bonitas y al mirar tu sonrisa supe que lo había hecho bien. Cenamos, te regalé una cadena de oro blanco, el dije era una bailarina bailando y llevaba tu nombre grabado.

Lloraste.

Me asusté.

Me tranquilizaste diciendo que estabas bien, me había acercado para aliviarte y entonces me miraste, recorriste mi cara con tus ojos y te detuviste en mi boca. El corazón me empezó a latir con tanta fuerza que creí perderlo en ese momento, tomé tu cara entre mis manos, sequé tus lágrimas, besé tus mejillas y, después de admirarte por unos segundos, quizá minutos, te besé en los labios y te sentí mía.

Comprobé una cosa: tus labios eran igual de suaves que los malvaviscos de la cafetería.

Un consejo de amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora