-Creo que debería teñir mi cabello, ¿Qué opinas? -propuso el joven mirando un hebra de su cabello.
Ya le tocaba cortarlo, pues le llegaba a los hombros, pero le quedaba bien ese estilo, lucía como un niño a pesar de que ya no lo era.
- ¡Maximiliano Bailey! -chilló Anaís tras soltar una carcajada. Por un momento pensó que lo que su hermano diría, sería algo más serio que eso-. No es por nada, hermanito, ¿Pero tú con el cabello teñido? Lo dudo.
Ambos rieron, porque sería, ciertamente, algo raro de ver. Además, por su color de cabello los dos tenían problemas cuando intentaban pintarlo.
-Tienes razón, ¿Y si tú te lo tiñes? No te vendría mal un cambio de aires -habló sonriente el menor, mientras se sentaba en la cama.
Anaís sonrió un poco distraída, pero dándole atención a su hermano.
-Llevo casi veinticuatro años en cambios de aires, y la última vez que cambié de aire me hice un tatuaje de una rosa en la cadera junto con una frase francesa debajo -comentó divertida, mientras tapaba sus ojos con su antebrazo-. Y dolió como el infierno.
-Lo sé, estaba contigo y pude escuchar tus chillidos desde afuera -se burló el menor, recibiendo una mala mirada de parte de Anaís-. Admítelo Aís, parecía que te estaban torturando.
-Ni que lo digas, no me vuelvo a hacer algo así jamás en la vida. Y te recuerdo que tú también te hiciste uno, mira que yo no olvido -recordó poco después, quitando su brazo para mirar a su hermano-. Y tú te lo hiciste en alguna parte del torso, ya ni lo recuerdo.
-Justo en el medio del lado derecho -habló el chico, subiendo la camisa gris que llevaba puesta hasta revelar el tatuaje, en el que se leían algunas palabras en francés.
-Le coeur sait ce qu'il veut -pronunció Anaís, recordando el por qué de esa frase-. El corazón sabe lo que quiere.
Ese día ambos la habían pasado mal. Ella había terminado con su segunda pareja y, en cierta forma, la que más le había dolido. Y su hermano había tenido su primer fracaso amoroso. Ese día notaron que realmente no les había dolido lo suficiente dichos fracasos, y ella le mencionó al menor "El corazón sabe lo que quiere" poco antes de optar por tatuarse en un acto de rebeldía.
-Por cierto, nunca me mostraste el tuyo -le recordó el chico luego de bajar su camisa-. ¿Cuál era la frase?
Anaís desabotonó su pantalón y lo bajó lo suficiente para mostrar la rosa negra que tenía en la cintura, junto con la frase en francés debajo.
-Donne-moi un câlin, un de ceux qui apaisent ton âme -leyó lo que decía con una sonrisa ladeada-. Dame un abrazo, uno de esos que calman tu alma.
Había decidido el tatuarse esa frase al recordar a su abuela Merín, quién en vida había sido un gran ejemplo para ella y luego de su muerte dejó un vacío que llenar.
- ¿Aún extrañas a Merín? -inquirió su hermano, mientras se estiraba antes de levantarse.
-Sí, un poco. Aunque era un poco extraña -confesó Anaís antes de soltar una risita-. Ella siempre llevaba gas de ajo y objetos metálicos en su bolso, además de que tenía una gran obsesión con los lobos.
- ¡Sí! -concordó el menor-. En su habitación tenía colgada la cabeza de uno, y siempre decía que ella misma lo había cazado durante su juventud.
-Lo peor de todo era que creía en el mito de los hombres lobo y vampiros -se burló la mayor, negando con la cabeza-. Recuerdo que me contaba historias sobre ellos y me hacía leer libros enteros sobre su historia.
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Luna Llena.
Hombres LoboAnaís Bailey terminó accidentada tras un fatídico día, y no era un buen momento para aquello, pues estaba varada en medio de la deriva con el gran y frondoso bosque a un lado, pero lo peor de todo no era eso, sino que ya había anochecido y era tempo...