Sira

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¿Cuántas veces me había dicho a mí misma que esto no podía seguir así? Toda la vida esperando para ese preciso instante y ni siquiera se había dignado a mirarme. Ya estaba harta, esto debía terminar, pero bien sabía que no tenía la fuerza para ello. Siempre había imaginado que este momento sería mágico. Los dos nos reencontraríamos y él por fin me miraría con otros ojos, sería capaz de ver en mi algo que todavía nadie habido sino capaz de encontrar...
Cuan equivocada estaba. Ahí se encontraba él tal como la última vez que lo había despedido en el puerto, más en esta ocasión no me había dedicado ni una leve inclinación de cabeza.
He de reconocer, que yo no tenía toda la culpa de encontrarme en esta horrible situación, ya que desde pequeña todos me habían dicho que nosotros seriamos una pareja estupenda y que algún día nos casaríamos. Todas estas habladurías habían hecho que sin yo darme cuenta, en mi interior, fuera creciendo el anhelo de que algún día realmente esto llegara a ocurrir. Que poco se acercaba esto a la realidad, él me odiaba, o por lo menos eso creía yo. Cada vez que su mirada de desagrado se había posado en mí todo mi cuerpo se estremecía. Lo peor es que no recordaba haber hecho nada para que él sintiera tal rechazo hacia mí. Quizás por esta razón siempre había albergado la esperanza de que él descubriera alguna de mis muchas cualidades y comenzara a verme de otra manera.

¡No! Yo debía cortar con todos estos pensamientos, o por lo menos intentaba auto convencerme de ello repitiéndome una y otra vez que realmente yo no lo conocía, hacía cuatro años que no lo había visto. Es cierto que nuestras familias habían sido vecinas y habían establecido una relación íntima toda la vida, pero yo no tenía ni idea de cómo era él en realidad.

Un ligero apretón en el brazo me hizo salir de mi misma, un hombre alto, moreno y encantador estaba junto a mí extendiéndome la mano para invitarme a bailar. En silencio nos situamos en la pista de baile y nos dejamos llevar por la música.
-Hija ¿qué te sucede? - su mirada era tan profunda y compasiva que cada vez que lo miraba por mi mente pasaba un único pensamiento, jamás podría vivir sin él.

-Nada padre, solo estoy algo cansada, eso es todo- Levantó una ceja y apretó la boca, para nada se había creído lo que le había dicho, pero acostumbrado a ver cómo mi mente y mi cuerpo nunca estaban en el mismo lugar no volvió a preguntarme.

Decidí disfrutar de éste mi último baile con mi padre por mucho tiempo, ya que a la mañana siguiente partiría a un largo viaje de negocios. La música se detuvo y nosotros con ella, nuestro baile había finalizado. Padre me pidió que lo acompañara a su despacho para despedirnos. Entramos y me senté en el sillón mientras él cerraba la puerta.

-Hija odio tener que irme y dejarte sola en esta gran casa, recuerda que los London te han invitado a pasar el verano con ellos y que si te sientes muy sola estarán encantados de adelantar tu llegada.

-Padre, estaré bien, no te preocupes. Estoy acostumbrada, me gusta tener paz.

-Eso es lo que más me preocupa cariño. Me encanta que no seas como esas muchachas que lo único que hacen es merodear alrededor de un heredero, pero el hecho de que tú ya tengas dinero y título, Señorita Condesa, no quiere decir que siempre debas estar sola.- Alargó su mano hacia mi mejilla y beso mi frente. Ese era su sello, su manera de mostrarme cuanto me quería siempre había sido sencilla, pero para mí era perfecta.- Te he preparado un regalo que alguien te dará el día de tu cumpleaños, pero hay algo que quiero que tengas.- metió la mano en su bolsillo y sacó un anillo, no, era más que eso, ¡Era su anillo!

-Pero padre, no puedo aceptarlo.

-Claro que puedes y lo harás. Además a mí ya no me viene.-me colocó el precioso anillo de plata con aquella pequeña piedra azulada y me di cuenta de que me venía perfecto, seguramente Padre había hecho que me lo hicieran a medida.

-Gracias, es precioso.

-Me alegra que te guste. Ahora vuelve a la fiesta si así lo deseas, yo he de ultimar detalles del viaje.- Me levante para irme, pero antes de alcanzar la puerta giré sobre mis talones y me abalancé sobre los brazos de mi padre.

-Buen viaje, cuídese.
....

Decidí no volver a la fiesta, pero en uno de los pasillos me encontré con Marta London.
-¡Sira! Por fin te encuentro... no te ibas a tus habitaciones ¿verdad?

Mi sonrisa me delató y ella se apresuró a cogerme del brazo. Marta era lo opuesto a mí, era de estatura baja, con cabellos dorados, risueña, encantadora y vivaz. Lo único que teníamos en común eran los libros, pero a pesar de ello siempre habíamos sido inseparables.

-Sira solo un baile más... porfavor, aunque sea por mi hermano Fran.

Sin darme cuenta frené en seco y mi corazón dió un vuelco.

- ¿Qué quieres decir?
-Bueno he estado hablando con él, y dice que todavía no te ha visto, quizás podrías bailar una pieza con él antes de retirarte.
-No gracias- mis palabras habían sido tan secas que Marta se sobresaltó- Discúlpame ante tu hermano, pero me encuentro indispuesta- Sin esperar respuesta me solté delicadamente de su brazo y me dirigí hacia mis habitaciones.

Quizás si Marta supiera lo que sentía por su hermano Francisco a lo mejor no me pondría siempre en situaciones tan comprometidas. Bueno, tal vez sí. Para Marta todo había sido más sencillo, ella y Pol llevaban prometidos toda la vida, y en menos de un año estarían casados. Por otro lado, yo ya empezaba a ser una solterona, o eso había oído de algunas malas lenguas. Tras haber rechazado un par de proposiciones a los 16 y 18 años, parece ser que había extendido el rumor de que yo no deseaba casarme, por ello a mis 20 años no tenía ningún joven que deseara cortejarme.

Entre en mis habitaciones y esperé junto al fuego. Que alguien viniera a ayudarme a desvestirme y antes de darme cuenta, estaba en mi cama con los pensamientos en otro mundo.

La DuquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora