XI

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Había estado más de una semana encerrada en mi despacho husmeando entre todos los documentos de mi padre, deseaba descifrar la nota que me habían enviado. Pero al final viendo que no tenía ninguna respuesta llegue a la conclusión de que quizás simplemente sería un refrán. O eso quería creer, aunque algo en mi interior seguía manteniendo la duda.

Mi ensimismamiento había sido tal que había descuidado mis obligaciones, suerte que el señor London continúa viniendo ayudarme algunos días. ¿Qué podía haber hecho aquel buen hombre para que su madre se enfadara tanto y su mujer cayera enferma?

Una tarde, después de un largo día de trabajo decidí salir a montar. Llevaba mucho tiempo encerrada y necesitaba sentir el aire en mi cara. De camino a las caballerizas me topé con Marta, la pobre había venido a visitarme varios días, pero al verme tan ocupada se había terminado por irse sin que pasáramos tiempo juntas. Por eso decidí que lo mejor sería que volviéramos a disfrutar mutuamente de nuestra compañía.

-Marta ¿Qué te parece si mañana nos vamos de picnic?- su cara se iluminó.

-Oh Sira, ¿estás segura de que puedes?

-Sí, trabajaré un poco más esta tarde y mañana seré toda tuya-estaba tan feliz, debía atender un poco mejor a mi amiga si no quería perderla- ¿Deseas salir a montar?

-Querida ya sabes que lo detesto, pero nos veremos más tarde.

No llevaba más de 20 minutos cabalgando cuando oí que otro jinete se acercaba el galope. Ya de lejos distinguir la figura de Francisco. Detuvo su caballo junto al mío y proseguimos la marcha en silencio.

-Espero no molestarte, Marta me dijo que habías salido a montar, y hacía tanto que no te veía que...

-Me gusta cabalgar sola, pero también contigo ¿Has tenido mucho trabajo estos días?

-No tanto como tú al parecer-su tono de voz era distante.

-¿Qué ocurre?- Francisco no solía enfadarse por nada, ni tan siquiera cuando éramos niños y Marta y yo le molestamos todo el tiempo.

-Sira yo...-No se atrevía ni a mirarme-te voy a ser sincero. Te hice una propuesta el otro día, y tu respuesta fue una semana de aislamiento. Me gustaría que hablaras conmigo en vez de alejarte de mí... Aunque sea solo como amigos.

-Fran- dije deteniendo mi caballo- lo siento mucho, no pensé en ti estos días-el se puso rígido y rápidamente rectifiqué mi expresión-quiero decir, que no me he estado alejando de ti por tu proposición, ni por ninguna otra razón.

Decidí que podía confiar en él y le conté lo sucedido con el hombre, y el regalo de mi padre, pero no fui capaz de mencionar nada sobre la misteriosa nota.

-Sira, ¡ Qué egoísta soy! Tu sufriendo y yo solo pensaba en mí mismo.

-¿Sabes cómo podrías compensarlo? - dije intentando desviar el tema y quitándole hierro al asunto- te echo una carrera hasta el cuerno-dije mientras espoleado mi caballo para tener ventaja en la carrera.

Llegamos casi a la vez, pero él ganó, siempre ganaba. Desmontamos y subimos a aquella gran roca, a la que muchos años atrás habíamos bautizado como El Cuerpo. La razón de aquel nombre no lo tenía muy clara, ya que su forma distaba mucho de parecerse a un cuerno. Una vez sentados, Francisco me abrazó y yo apoyó mi cabeza sobre su hombro.

- Podría acostumbrarme a esto-dije sin pensar.

-Sería estupendo-me contestó él.

Transcurrieron los siguientes minutos sin que ninguno de los dos dijera nada ni se moviera, disfrutamos del paisaje y escuchamos como nuestras respiraciones volvían a ser lentas.

-De acuerdo-dije poniendo en el pie.

-¿De acuerdo qué?

-Puedes cortejarme oficialmente- Fran se puso de pie de un salto y me hizo girar por los aires.

-¿ Estas segura?

- Bueno, no es que nos estemos casando, como tú dijiste solo hay que dejarse llevar.

Volvimos a casa caminando, con una mano sujetando la riendas de nuestros respectivos caballos y la otra entrelazada. Esto iba a suponer un gran cambio para los dos y una gran noticia para la sociedad. Y por esto decidí que debía ser yo la que informar a Marta.

El picnic estaba yendo maravillosamente, hacía un día estupendo, el calor del verano se había marchado y el fresco del otoño fue muy bien recibido. Justo cuando Marta terminaba de contarme los últimos chismes sobre personas a las que apenas conocía, consideré que era el momento para hablarle de mi nueva situación.

-Marta hay una pareja sobre la que todavía no me has dicho nada.

-Si te refieres al archiduque Tony y a Lady Sofía-dijo hablando bajo-dicen que han roto su compromiso.

-No, la verdad es que no hablaba de ellos - se me escapó una risita tonta-hablaba de Francisco y yo-la boca de Marta se abrió desmesuradamente.

-Mí, mi hermano, mi hermano y tú-dijo tartamudeando-¡Lo sabia! -grito tirándose encima mío.

-Que mentirosa eres, ¿cómo lo ibas a saber?

-Bueno, no te voy a engañar. Siempre había pensado que odiabas a mi hermano, aunque yo no entendía la razón. Pero parece que eso cambió cuando yo me fui. Cuando regresé de la ciudad parecíais cambiados, tú estabas más feliz, hasta aceptabas estar a solas con él. Y bueno, el otro día mi hermano se delató. Nada más me vió volver de tu casa me preguntó cómo estabas, y cuando le dije que ibas a salir a montar corrió a las caballerizas sin terminar de escuchar-hice una breve pausa y sonrío- Amiga, no sabes cuánto me alegro ¡ Ahora si que seremos hermanas! -debió ver mi cara de espanto, porque rápidamente añadió - es broma Sira, pero sería fantástico.

Marta quería todos los detalles de nuestro romántico comienzo, pero no podía contarle casi nada. ¿Qué iba a decirle? Que casi me muero ahogada, que su hermano y yo nos habíamos encontrado tantas veces a solas, lo que habíamos vivido en el lago... Opte por contarle que habíamos empezado a llevarnos bien construyendo la cabaña de Jorge y poco más. Sabía que Marta transformaría mi relato en una gran historia de amor, pero no me importaba, así la gente le preguntaría a ella como habíamos comentado y a mí me dejarían en paz.

No hizo falta mucho tiempo para darme cuenta de mi ignorancia, tan pronto como la madre de Francisco, Sara London, fue informada por Fran de sus intenciones para conmigo, ella se encargó de que todo se enteraran y en poco tiempo comencé a recibir invitaciones para tomar el té de parte de demasiadas mujeres. Yo no entendía nada, que había cambiado, esas mujeres en roca Cion me invitaban a sus casas y yo lo agradecía. Como no había tenido una madre que me acompañara y mi padre se mantenía alejado de las mujeres, para mí lo normal era pasar algún tiempo en casa sola o en casa de los London o entrar ocasión con los archiduquesa los que nos tenían un gran aprecio.

Edite todas aquellas invitaciones para las que logré encontrar una excusa, pero no pude evitar y asistir a caixa de aquellas familias amigas de mi padre pues respeta su memoria.

Sin ninguna duda, lo peor de todo era que desde que se había hecho público el cortejo, no habíamos podido pasar ni un momento a solas, su madre siempre se las apañaba para que alguien nos acompañara o estuviera muy cerca de nosotros. Hecho que permitió que Fran y yo nos besábamos menos y nos conociéramos más, ya que solo nos dejaban una opción, hablar.

La DuquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora