XII

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Adoraba los domingos, eran días interminables de no hacer nada y hacerlo todo; leía, daba paseos, contemplaba el paisaje y pasaba algo de tiempo con Francisco. Y aquel domingo aún presentaba algo mejor. Esa misma mañana me había llegado la invitación al baile de máscaras de los Archiduques Llache, era el último baile que se celebraba antes de la llegada del invierno. Los bailes en general no me fascinaban, pero adoraba los bailes de máscaras, en ellos nadie sabía quién eras, no debías comportarte conforme a tu título y podías hablar con todo el mundo o con nadie.

La invitación venía acompañada por una breve carta en la que se indicaba que era obligatorio el uso de máscara. Estaba yo riéndome ante esta innecesaria aclaración cuando volvieron a mi mente las palabras de la nota que alguien había introducido en el regalo de mi padre "Las máscaras a veces son una buena aliada, pero en ocasiones esconden a nuestros peores enemigos". ¿Se habría referido su autor a este baile? todo el mundo sabía que los archiduques siempre celebraban un baile de máscaras. Estaba desquiciada, daba una y otra vez vueltas en mi cabeza a esta frase cuando alguien me tapó los ojos. Respiré profundamente para calmar mis nervios y el aroma de Francisco me invadió los pulmones. Sonreí y gire la cabeza con la intención de bésalo, pero el giro su cara, haciendo que mi beso se depositará en su moflete.

-Pero Duquesa ¿Cómo se atreve usted a besar a un hombre sin estar casada? - dijo poniendo voz de vieja.

-No me mal interprete, no pensaba besarlo quería robarle el alma- conteste risueña.

-¡Ah! En ese caso... adelante- a pesar de la posición incómoda en la que estábamos, había aprendido a saborear cada uno de los besos que nos dábamos.

-Vale ya os he dejado un minuto de intimidad- dijo Marta entrando al salón fingiendo taparse la cara con la mano. Se sentó junto a mí y al ver qué es lo que tenía entre las manos exclamó- ¡Ya te ha llegado la invitación! Que ganas tengo de recibirla ¿Has pensado ya que te vas a poner? Tendremos que ir a que nos confeccionen vestidos y las máscaras por supuesto...

Marta continuó con su cháchara. Pero su pregunta había hecho que en mi mente apareciera el vestido que mi padre me había enviado, habría sido de su agrado que me lo pusiera en esa ocasión, quizás me lo había regalado para ese baile. Volví a la realidad y comprobé que Marta no se había percatado de mi ausencia, pero Francisco me observaba divertido y yo no pude evitar mostrar una sonrisa sincera.

-Por cierto- continuó Marta- mi madre quería saber si serias tan amable de acompañarnos en la cena, mi abuela viene a cenar y quiere que la conozcas.

-Pero si yo ya la conozco Marta, olvidas que vivimos al lado desde que nacimos.

-Bueno haberla visto un par de veces o haber comido con ella cuando eras niña no es lo mismo que ahora - dijo levantando las cejas y desviando su mirada de Francisco a mí.

-Claro, será un placer.

...

Me dirigía a casa de los London, había decidido ir a pie, nuestras casas estaban a 10 minutos de distancia, por lo que era un paseo agradable. Además necesitaba tiempo para relajarme, pensar que la abuela de los London iba a estar ahí me ponía nerviosa, pero al mismo tiempo me llenaba de intriga, si volvía a enfadarse con Víctor London podría enterarme de sus fechorías. Negué con la cabeza rápidamente, cómo podía tener una mente tan malvada, Víctor era y había sido siempre un bueno hombre, o por lo menos yo lo había conocido siempre así.

Tras las debidas presentaciones nos sentamos a cenar. Todos estaban un poco tensos, menos la abuela, que parecía sentirse como en casa.

-Bueno niña, me han dicho que mi nieto te está cortejando ¿te está obligando alguien?

Mis mejillas se encendieron y en aquel momento comprendí que esa mujer no estaba bien, a quien se le ocurriría hacer semejante pregunta y ¿llamarme niña?

-¡Abuela! - dijo Francisco a modo de reproche

-Calla Francisco, que ella tiene boca.

Carraspee un poco para aclararme la garganta y contesté tímidamente.

- Si señora le han informado bien, pero no, nadie me está obligando.

-Era broma jovencita, me alegro mucho de que una muchacha tan bella y distinguida se fije en mi nieto.

La cena transcurrió sin ningún altercado, la conversación fue pasando de una banalidad a otra. Cuando terminamos nos trasladamos al salón del te y mientras Marta y Fran tocaban a dúo yo me senté junto a su abuela para escucharlos.

-Siento mi pregunta de ante Sira - dijo en un tono casi inaudible.

-No se preocupe, me gustan la bromas.

-No era una broma- prosiguió muy seria, sin aumentar el tono de voz y sin dejar de observar a sus nietos- solo quería averiguar si mi hijo te está obligando a hacer algo. Víctor puede ser ... ya me entiendes.

-La verdad es que no la comprendo, porque iba Víctor a obligarme a estar con su hijo, y porque debería aceptar yo. No es que importe, pero no tiene nada que ofrecerme que yo no tenga, más que a su hijo.

La anciana se giró, me miró directamente a los ojos y en su rostro se dibujó una pequeña sonrisa.

-Mejor prevenir que curar. Mantén los ojos abiertos.

Estaba dispuesta a continuar con aquella conversación y averiguar que era lo que aquella mujer quería decir, pero la música había dejado de soñar y los intérpretes se acercaban a donde estábamos. Rápida la abuela mostró una sonrisa deslumbrante y propuso que fuera yo la que los deleitará ahora.

-Bueno, la verdad es que no toco muy bien el piano.

-Eso no es cierto Sira, lo tocas tan bien como yo - dijo Marta rápida- pero si crees que necesitas ayuda, seguro que Francisco pude ser de utilidad.

Los dos nos dirigimos al piano y seleccionamos una partitura, era una de mis canciones favoritas, tenía una melodía lenta y una letra maravillosa. Comenzamos a tocar y tras superar los fallos de sincronización, conseguimos reproducir perfectamente la canción, tanto era así que sin pensarlo me puse a cantar. Las últimas notas nos sacaron de aquella imnosis y comprobé que todos en el salón nos miraban estupefactos, de pronto comenzaron a aplaudir.

-Habéis sonado increíble Sira - dijo Marta cuando me acompañaba a la puerta- realmente estáis hechos para esta juntos.

Francisco me esperaba fuera, su madre nos había dejado ir solos a casa, pero Fran debía volver rápido.

Caminamos tranquilamente cogidos de la mano.

-Me gusta tu abuela, aunque no he entendido muy bien que quería decir- Francisco se tenso e intentó disimularlo, pero yo ya lo había visto- ¿Qué crees que quería decir?

-Yo... bueno a mi abuela a veces se le va la cabeza. Este verano también montó un follón en casa...

-¿Por qué?- pregunté intrigada, Francisco pareció dudar en que contestar, pero finalmente dijo.

-No lo se.

Aquello rasgó el lazo que nos unía, plantando la semilla de la duda. Él no era totalmente sincero conmigo, pero no podía culparlo, yo también tenía secretos, por lo que tampoco podía juzgarlo. Sin embargo Francisco ya no contaba con una total confianza por mi parte.

La DuquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora