Prólogo

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La habitación estaba tenuemente iluminada por lámparas de luz amarilla y la música retumbaba en mis oídos, aún que parecía lejana. De vez en cuando dejaba de oírse y luego volvía de repente, haciendo estallar mis tímpanos. Solo podía percatarme de lo que sucedía a mi alrededor en un círculo que ocupaba más o menos los dos sillones de aquella parte de la habitación. Uno lo ocupábamos yo y una muchacha con el pelo cortado hasta la mandíbula, de un rojo intenso que solo los tintes permitían. El segundo estaba enfrente de nosotras, separado por una mesita de café de cristal, repleta de vasos de plástico usados y trocitos de papel. La pareja que estaba en ese sillón sacaba de vez en cuando una pequeña bolsita con polvos blancos y extendía parte del contenido encima de la mesita, dibujando líneas rectas con él y después aspirándolas por la nariz por medio de un trozo de papel enrollado. Nos dejaron probar de vez en cuando, pero después se negaron a darnos más y ahora estábamos tomándonos una bebidas de color oscuro. No sabría decir el color exacto ya que en la habitación no había la luz necesaria y la atención se me iba a otras cosas.

Me levanté, todavía con el vaso en la mano y me encaminé, tambaleándome ligeramente sobre los tacones altos, hacia donde la muchedumbre bailaba. No podía mantenerme sentada, parecía absurdo, en una fiesta había que divertirse bailando, moviéndose.

Las chicas, vestidas con minifaldas o pantalones cortos meneaban la melena a un lado y a otro, apretándose a los chicos y estos movían las caderas, sin quitarles la vista de encima. Las bebidas que contenían los vasos de plástico rojo que tenían en la mano derramándose cada vez que hacían un movimiento muy brusco, haciendo resbaladizo el suelo.

Miré a un lado y vi a una pareja besándose salvajemente en medio de la pista de baile y empecé a reír. Seguí caminando, mezclándome entre la multitud. Me llevé el vaso a los labios con la intención de beber un trago y me di cuenta de que ya estaba vacío. Me encogí de hombros y lo tiré al suelo. Comencé a bailar, desprendiéndome de la sensación extraña de que el mundo se inclinaba al estar parada o moviéndome despacio. Tenía tantas ganas de bailar, quedarme despierta para siempre, moviéndome al ritmo de la música. La música. Paré de golpe al darme cuenta de que eso no era música. Era un sonido distorsionado como una radio a la que la antena no podía alcanzar el canal, pero los bailarines no parecían notarlo, seguían bailando, con sus ropas manchadas de sudor.

Alguien me empujó, vertiendo líquido oscuro en mi vestido. Ahogué un grito de sorpresa y levanté la vista para mirar al muchacho que me había tirado la bebida encima mientras decía:

-¿Pero a ti qué te pasa? ¿Es que estás ciego o qué?

-Yo... -tartamudeó- Yo... Lo siento...

Su respuesta me enfadó aún más y no sabía por qué.

-¿Que lo sientes? ¡Espero que lo sientas de verdad! Porque este vestido me costó lo suyo y tú vas a pagar la tintorería...

Un chico más alto se puso al lado del que me había tirado la bebida y le susurró algo al oído, este asintió y se marchó, dejándonos al chico alto y a mi solos entre la gente.

-¿Qué haces tú aquí? ¿Es que has decidido seguirme ahora? -pregunté al reconocerlo.

Él no dijo nada, solo me agarró del brazo y tiró de mi hasta la puerta, empujando a cualquiera que no se apartara. Me quejé, pidiéndole que me soltara, que me estaba haciendo daño, pero no sirvió de nada, siguió agarrándome, llevándome calle abajo hasta un barrio donde las tiendas de ropa y souvenirs estaban cerradas y los carteles de los restaurantes relucían como estrellas, pero no había nadie en la calle, estaba totalmente desierta. En los arcos de los portales de viviendas descansaban algunos gatos callejeros y otros rebuscaban comida en los cubos de basura cercanos.

Tu, yo y el hombre de Plata [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora