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Un ruido extraño empezó a deshacer mi burbuja de sueño, haciéndome ascender a la realidad por mucho que yo me aferrara a la inconsciencia.

Todo empezó a aclararse y pude identificar el ruido. Eran unos pitidos de ritmo constante que hacían daño a mis tímpanos que todavía no estaban acostumbrados a ello. Un olor extraño inundaba mis fosas nasales cada vez que respiraba y podía notar el leve cosquilleo del aire al entrar en mi nariz sin parar. Una luz empezó a tornar el interior de mis párpados de un color grisáceo y parpadeé sin abrir los ojos, molesta. Me removí en el sitio y un dolor atravesó mi pecho cuando cogí una profunda aspiración. Abrí los ojos horrorizada y me senté de golpe jadeando. Cerré los ojos con fuerza y me incliné, intentando volver a respirar normal, pero me costaba. Ahora sabía qué es lo que se sentían los que tenían asma. Una mano se posó en mi espalda y me apartó el pelo, que caía como una cascada alrededor de mi cara.

-Relájate y respira lentamente por la nariz. Con cuidado... -me explicaron y yo le hice caso. Costosamente, al final ya podía respirar con normalidad.

Esperé unos minutos para asegurarme de que no me volvía a ocurrir y levanté la vista con los ojos empañados por las lágrimas sin derramar. Una mujer de mediana edad, de piel oscura, me miraba con preocupación, con la mano todavía en mi espalda. Vestía una bata blanca y en el bolsillo del pecho guardaba unos cuantos bolígrafos. Su pelo oscuro caía sobre sus hombros en rizos perfectos. Me sonrió cuando la miré y me apretó el hombro con afecto.

-Hola, Octavia. Soy la doctora Williams.

No respondí, solo miré a mi alrededor. Estaba en una habitación blanca con una ventana pegada a la pared que daba a unas vistas de la ciudad y al otro lado otra más pequeña que estaba pegada a la puerta, cubierta por unas cortinas metálicas que no estaban bajadas y dejaban ver un pasillo de paredes amarillas. Había un pequeño baño enfrente de mí y una mesilla a mi lado con una tabla de escribir y una lámpara de noche. Un gotero estaba en ese mismo lado. Seguí el tubo y me di cuenta de que estaba clavado en el dorso de mi mano y justo al lado había un electrocardiograma, aquel que mide las pulsaciones del corazón.

De ahí provenían los pitidos. Pensé.

-¿Ha despertado? -preguntaron a mi lado, una voz ronca. Giré la cabeza y me encontré a otra mujer, puede que un poco más mayor que la doctora. Tenía el pelo marrón oscuro, notablemente teñido, cortado a la altura de la barbilla. Se podía divisar su vestido de flores y, en su regazo agarraba con una mano un bolso color beige. Entonces me di cuenta de que una de sus manos estaba sobre la cama. Mi ojos se abrieron como platos al ver a mi madre y me alejé hasta el borde del otro lado de la cama. Los ojos de mi madre se oscurecieron con nostalgia y se levantó suspirando.

-Iré a avisar a mi marido -se excusó, saliendo por la puerta y cerrándola. Una vez que me aseguré de que desaparecía por el pasillo me encaré a la doctora.

-¿Qué hace ella aquí? -pregunté con descaro.

-Cuando te trajeron aquí, tu novio no podía entrar, ya que no es familia y nos dijo cómo contactar con tus padres.

-¿Están los dos? -dije en un jadeo.

-Por su puesto -respondió con una alegre sonrisa. En ese momento entró mi madre de nuevo y la siguió un hombre con el cabello canoso que llevaba una camisa a cuadros azules y unos vaqueros. Sus zapatos de ante decían que era adinerado y sus ojos azules grisáceos iguales a los míos delataban nuestro parentesco.

Los miré fijamente hasta que se acercaron a los pies de la cama hospitalaria y desvié mi mirada a la doctora que los miraba a ellos mientras cogía la tabla que estaba en la mesilla que tenía a mi lado. Escogió al azar un bolígrafo de su bolsillo del pecho y escribió algo en el papel de la tabla.

Tu, yo y el hombre de Plata [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora