Me encogí más contra la pared mientras Matthew golpeaba la puerta, la forzaba y gritaba frustrado. Estaba temblando y si seguía, pronto tendría otro ataque y tenía mucho miedo.
-¡Abre la maldita puerta! -gritó, volviendo a golpear la madera y, esta vez, cedió y se abultó un poco.
Todo se quedó en silencio por un momento, donde solo se oían mis sollozos. Esperé a oír algo pero todo seguía igual, así que, lentamente, me estiré y salí de mi escondite para acercarme a la puerta. Salté hacia atrás del susto cuando oí el inconfundible sonido del cristal romperse y, cuando me di la vuelta, el vidrio de la ventana que estaba detrás mía se rompió. Grité al ver a Matthew, con la mano ensangrentada, intentando entrar, y salí corriendo, de nuevo, de la habitación. Crucé el pasillo corriendo y me coché con algo. Me cogieron de la cintura y me retorcí, suplicando y gritando.
-¡Octavia!
Me quedé quieta y miré arriba, la lágrimas corriendo por mi rostro y lo abracé cuan fuerte podía. Él no me soltó en ningún momento, ni siquiera cuando dejé de llorar y recosté mi cabeza en su pecho, me sorbí la nariz y lo miré.
-¿Dónde está? -pregunté.
-No lo sé. Acabo de llegar.
Me alarmé al momento y comencé a mirar a todos lados, esperando a que saliera de las sombras como en la películas de miedo. Agarré la mano de Brad y me eché hacia atrás. Él entendió y tiró de mí para caminar hacia su coche. Me paré y recogí la sudadera que estaba en el suelo y la apreté contra mí, tapándome lo más posible. Cuando entramos en el coche aproveché y me vestí, pero seguía sintiéndome desnuda. Me crucé de brazos y apoyé la frente en el frío cristal de la ventanilla del coche. Brad puso la calefacción ya que hacía un frío de muerte y creo que me quedé dormida, porque cuando abrí los ojos estábamos aparcados delante de mi casa. Me separé del cristal y sentí el frío en la piel de mi sien. Miré a Brad, este miraba al volante, con las manos apretadas alrededor de él. Alargué el brazo y le hice quitar una de las manos del objeto, pero no llegué a soltársela. Me dio un pequeño apretón y luego me miró.
-Vamos a dentro -dije con una pequeña sonrisa, antes de que él pudiera decir algo.
Asintió y salimos del coche, apurando a entrar dentro de casa para no helarnos hasta los huesos. Lo raro era que mis padres no estaban. Todo estaba apagado y frío. Me abracé los codos y entré al salón, seguida de mi amigo. Me agaché frente a la chimenea y la intenté encender, pero las manos me temblaban demasiado. Brad, que estaba detrás mía, pasó los brazos por delante de mí y la encendió por mí. Murmuré un "gracias" y luego me senté sobre la alfombra aterciopelada. No había vuelto a entrar en esta habitación desde mucho tiempo. Los recuerdos acudieron a mí con rapidez, pero pronto se fueron cuando Bradley me habló.
-No me puedo creer que estemos sentados en el suelo -dijo en apenas un susurro. Reí sin ganas y lo miré estirando las piernas y apoyando las manos en el suelo, intentando que mi cuerpo se calentara lo más posible-. Recuerdo cuando entraba aquí y tu madre me hacía quitarme los zapatos.
Reímos juntos y él se sentó a mi lado, copiando mi postura.
-Si mi madre se entera de lo que estamos haciendo nos va a matar -dije.
-Lo sé.
Respiré hondo, cerrando los ojos y moví mi cabeza hasta dejarla sobre el hombro de mi mejor amigo, intentando capturar el momento para recordarlo para siempre. Pero esa paz que me causaba se fue demasiado pronto, cuando los recuerdos volvieron. Odiaba no poder controlar a mi mente, que me hiciera una mala jugada y me hiciera volver todas aquellas cosas malas que me habían pasado. Sobre todo odiaba ver la sangre, verme a mí misma reflejada en el espejo y no poder reconocerme o recordar el dolor. Un escalofrío recorrió mi espalda y me apreté más a Brad.
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Tu, yo y el hombre de Plata [PAUSADA]
Novela JuvenilOctavia se marchó de casa antes de acabar el instituto hace dos años. Ahora vive con su novio, pero las cosas se complican y sus padres la encuentran y la llevan de vuelta a casa. ¿Podrá volver a ser la misma de antes después de todo lo que le pasó?