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Pude escuchar los pasos antes de que la puerta de mi habitación se abriera sigilosamente. Me negué a abrir los ojos ya que estaba muy cansada. Seguro que sería mi madre para dejarme algo que se me había olvidado abajo. Pero cuando los pasos se acercaron, pude notar que estos no eran los pasos de mi madre. Eran pasos de hombre, mucho más pesados que los de una mujer. Pronto pude sentir la presencia de alguien cerca de mí y supe ya directamente quién era sin siquiera abrir los ojos. 

–Ni se te ocurra hacer alguna tontería, Brad. Puede oirte incluso antes de que entraras –dije, con voz somnolienta y me removí hasta quedar bocabajo y restregué la cara contra la almohada. 

–¿Es que acaso tienes súper oído vampírico? –replicó y se tumbó encima mía. Sí, encima mía. 

–Brad, no puedo respirar –protesté, intentando quitarlo de encima de mí. 

Intenté coger aire, pero me era imposible. Me empecé a estresar y el pánico me invadía mientras que mis pulmones reclamaban oxígeno y el poco que podía coger no llegaba. Milagrosamente, Bradley comprendió qué era lo que pasaba e inmediatamente se apartó y yo me di la vuelta para poder llenar mis pulmones de aire, pero volví a tener el ataque. Me senté y eché la cabeza abajo. Me obligué a respirar por la nariz, dolorosamente. 

–Ei, Octavia. Lo siento, en serio... –cogí la sábana fuertemente con las manos, mientras intentaba que mi respiración volviera a la normalidad pero decidí en el último momento alargar el brazo, abrir el cajón y cojer el inhalador. 

Esperé unos segundos, después de haber inhalado varias veces, para comprobar que todo estaba bien. Me volví a tumbar y cerré los ojos. El colchón se hundió a mi lado y abrí un ojo. 

–Lo siento –murmuró Bradley–. No lo sabía, en serio. 

–Dime qué hora es, por favor –pedí, ignorando sus palabras, ya que no sabía que decir. 

–Las ocho y cuarto. 

–¡¿De la mañana?! –casi grité–. Espero que tengas una buena excusa para despertarme tan temprano...

Él se empezó a reír y yo fruncí el ceño. Le tiré una almohada a la cara para que hablara y paró. 

–Sabía que no lo recordarías. El partido, Octavia, el partido. 

–Oh... –maldije y me puse en pie apresuradamente. Abrí el armario y miré la ropa que había dentro. Todo eran faldas, blusas y vestidos. Busqué más adentro y pude encontrar unos pantalones vaqueros, cogí una camiseta básica y también, al fondo del armario, pude encontrar una sudadera, la única que había. Definitivamente tendría que renovar mi armario. 

Me di la vuelta, dispuesta a cambiarme y me encontré a Brad todavía sentado en la cama, jugando con algo que tenía en la mano. 

–Brad, largo. Ahora –le ordené, señalando la puerta. Este suspiró audiblemente, se levantó y salió lentamente. 

Me cambié lo más rápido que pude y entré en el baño para arreglarme el pelo. Decidí dejarlo suelto y me maquillé un poco los ojos, haciendo que resaltara su color azul. 

Cogí los tenis que solía utilizar para ir a correr y bajé las escaleras de dos en dos. Entré en la cocina y directamente cogí un bol y la leche para tomar unos cereales. Me apoyé en la barra, frente a Brad y lo observé mientras comía. Estaba con su móvil, sin apartar la vista de este. 

–¿Qué haces? –pregunté con la boca llena de cereales.

Una sonrisa asomó por sus labios pero siguió sin mirarme.

–Hablar –contestó.

Esta vez tragué antes de hablar y me arqué para ver mejor, pero apagó el móvil justo cuando podía ver.

Tu, yo y el hombre de Plata [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora