Capítulo 12

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Rabioso y con la mirada cegada por su propio cabello café claro, Kieran abandonó el bar. No dijo adiós. Tampoco dio una última mirada a la mujer que dejaba esperando en una de las rústicas mesas. Para Lauren Jauregui, el que Shudall se fuera así sin siquiera besarla, era una enorme rareza. Kieran Shudall siempre besaba a Lauren, tan hambriento y tan desesperado como si le urgiera dejarle en claro a todos los comensales que Jauregui era de su propiedad. Lauren no extrañó la ausencia de Kieran. Por el contrario, se regocijo ya que podría pasar el resto de la noche hablando con Camila y Dinah sin interrupciones.

Y así hizo la joven profesora, gastó gran parte de la noche bromeando con las chicas, inclusive a la conversación se unió Sam Rourke, el bajista de Circa Waves y, por lo visto, el miembro más aceptable de la banda. Sam, era rubio, un tanto atractivo y poseía un muy buen sentido del humor. Y repito, él era sin duda la única persona decente de Circa Waves.

Entre conversaciones vanas y estúpidas, esa fue una agradable noche para todos, menos para Kieran Shudall. Apenas estuvo en su solitario piso, el castaño destruyó gran parte de la vajilla blanca que su madre le había obsequiado por Navidad años atrás junto con un par de viejos cuadros familiares. El hombre gemía y rabiaba con tal fuerza que sus vecinos lo escucharon. La pareja de ancianos que vivía en el piso de al lado ni siquiera se alarmaron dado a que conocían muy bien los constantes cambios de humor del hombre que rozaba los treinta años.

—No vives conmigo, pero si corres a vivir con una lesbiana. ¿Qué te traes entre manos, Lauren? —enojado le preguntaba casi gritando al retrato de su novia que yacía en pedazos sobre la alfombra. Su cara roja hacia que sus ojos claros sobresalieran de sus cuencas—. ¿A qué estás jugando?

Y así Kieran pasó toda la noche maldiciendo y bebiendo cerveza en la oscuridad de su morada. Tenía tanto en mente y a la vez nada. Él era un gran desastre... como siempre.

Cuando Camila y Lauren hubieron llegado al apartamento de la de ojos color glauco, ambas mujeres aún seguían riendo de las tonterías que habían dicho en el bar. A Lauren Jauregui le dolía el vientre de tantas carcajadas que había tenido esa noche. No se había reído así desde hacía mucho tiempo.

—¡Dios, me duele el estómago! —dijo la mayor—. No recuerdo la última vez que reí así.

—Ni yo lo puedo recordar—mintió Camila—. Me duele la cara de reír.

La verdad era que la joven sí que recordaba la última vez que había reído así. Fue una de las últimas noches que había pasado en compañía de Normani Kordei, su amiga más cercana. Recordaba en ese momento las carcajadas de la mujer que había dejado atrás en Wisconsin. Recordaba muy bien la sonrisa de su amiga. Camila en ese momento volvió a echar de menos a la morena. Y su cara fue prueba viviente de esa nostalgia.

—¿Qué pasa, Camila? ¿Algo anda mal? —preguntó la mayor por el repentino cambio de la menor.

—No, todo está bien —dijo con una forzada sonrisa en su rostro, tan antinatural y tiesa.

—Dime la verdad, Camila —suplicó Lauren con su voz un poco más suave que de costumbre diciendo casi en un susurro el nombre de la menor. De esa forma, logró erizar levemente la piel de la hija de los políticos.

Por un momento se cuestionó acerca de si era buena idea contarle a Lauren sobre Normani. O si era fiable en algún momento contarle a Lauren sobre la ocupación de sus padres y la verdadera importancia de ellos en el mundo de la política.

—No es gran cosa. Es solo que extraño a alguien. He tratado de no pensar en ello, pero la verdad es que la extraño demasiado —dijo Camila casi en un susurro bajando su turbia mirada.

—¿Algún amor que dejaste atrás? —preguntó Lauren con un difícil fingido interés, casi doloroso ya que Lauren sabía muy bien que no se preguntaba lo que no se quería saber.

—Nada de eso. Se trata de una amiga.

—Eso es bueno —dijo Lauren Jauregui ganándose una mirada de confusión de parte de Camila—. Lo que quiero decir es que es mejor extrañar a un amigo que a un amor.

—¿Lo es? —inquirió la menor aun confusa por las palabras de Lauren Jauregui.

—Claro que lo es. De hecho, prefiero extrañarte a ti que a Kieran —dijo Jauregui con una media sonrisa dibujada en su cara. Aunque había sonado a una simple broma inofensiva, mucha verdad se camuflaba tras las palabras de la mujer.

Ambas mujeres se quedaron de pie, mirándose en silencio. Era uno cómodo y eso no notó la de ojos color glauco. No eran como los intensos silencios que compartía con Kieran.

—Se llama Normani.

—¿Normani es la amiga que extrañas? —preguntó con creciente curiosidad la mayor quien seguía estática frente a Camila.

—Así es.

—¿Por qué no la llamas? —propuso Lauren al tiempo que sacaba su teléfono móvil de su bolsillo trasero.

—No estoy segura —musitó la menor. En su joven mente, Camila evaluaba si era fiable o no ponerse en contacto con su amiga. Estaba la posibilidad de que Normani corriera a delatarla con sus padres. También estaba la posibilidad de que guardara el secreto.

Camila lo medito unos segundos mientras Lauren Jauregui sostenía el teléfono.

—No es buena idea —dijo finalmente Camila. Ella no quería correr ningún riesgo de volver a estar bajo el techo de sus progenitores.

—Cuando estés lista —sonrió Lauren y enseguida volvió a guardar su teléfono en el bolsillo del ajustado jean—. Descuida. Si de verdad es tu amiga, entenderá.

Cuando terminó de hablar, Lauren le dio una amistosa sonrisa a su compañera. Ese gesto Camila Cabello lo agradeció.

—Gracias, Lauren.

El nombre de Lauren sabía tan culposamente bien en la boca de Camila. Sabía tan bien, que esa misma noche Camila escribió un par de líneas pensado en ello.

Diminutivo

Tu nombre se convirtió en un mantra para mi boca

Lo lamento, tu nombre se va a desgastar por mi causa

Así transcurrieron pocos días. No había mucho para relatar, salvo los crecientes ahorros de la joven Cabello y el dedicado empeño que esta mostraba en todas sus labores. Por su parte, Kieran Shudall continuó maquinando pensamientos hostiles discretamente; el castaño se limitaba a observar a la distancia la cercana amistad que compartían su novia y la nueva mesera. Para esos días, Colin parecía ser el único que había notado la sospechosa actitud del treintañero.

Cabe aclarar que con el lento y monótono pasar de los días, la relación de Jauregui y Shudall se había congelado hasta el punto de parecer dos extraños que tenían sexo ocasionalmente. Una tarde, luego de dos cervezas y el peso de la acumulada decepción, Lauren dijo: «Esa mierda es patética, necesito amor.» Su mejor amiga asintió sin agregar nada más. La chica no tenía nada más por decir, Lauren había resumido todo a la perfección.

Durante ese no tan largo transcurso de tiempo, (cosa que sería una escasa semana) Camila notó el constante deterioro de la relación de su compañera de piso. Sin embargo, la joven de diecisiete años prefería callar a hacer cualquier comentario que pudiera herir a la de ojos color glauco. Aparentemente todo estaba bien, pero no fue hasta que una rabieta del progenitor de Camila Cabello acabó con la aparente calma que reinaba en Wisconsin. 

   

Cosas Vagabundas | CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora