2 - Falsas promesas

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"Nada va a cambiar, seguiremos siendo nosotros, como siempre". Eso había dicho Link. Pero lo cierto es que desde que había empezado a salir con esa tal como-se-llame todo había cambiado. Apenas paraba en casa, pasaba los fines de semana enteros en casa de como-se-llame. A veces venía para lavar algo, o cambiar su ropa, pero era casi un espectro en el apartamento.

Habían dejado de hablar por mensaje. Zelda se estrujaba la cabeza pensando por qué él no encontraba un segundo para mandarle alguna estupidez por el móvil, como solía hacer. Antes era extraño el día que no recibía un vídeo gracioso, o una foto de comida y eso que estaban juntos a casi todas horas. También sus mensajes habían desaparecido y Link no tenía excusa para eso, siempre hay tiempo para mandar un mensaje. "Sólo tardas un segundo, sólo uno" se mortificaba una y otra vez. La ausencia de mensajes sólo servía para agrandar la sensación de vacío que la pérdida de su mejor amigo le había dejado. "Las personas cambian de interés. Es cruel, pero es así" reflexionaba.

Link había conocido a como-se-llame en una cafetería, cerca del centro. Al parecer él había derramado un café sin querer y... no. Seguro que fue ella la que se había echado encima de él adrede provocando que derramase su café en su blusa. Maldita impostora. Zelda apretaba la cara contra un cojín para apartar todos esos malos pensamientos de su cabeza. Odiaba tenerlos, pero le resultaba casi imposible sacárselos de encima. Link era demasiado bueno para esa chica. Era demasiado bueno para cualquier chica. Y lo peor, era él quien la sacaba de quicio, no como-se-llame, parecía como si él estuviese bajo una especie de hechizo o encantamiento. Había dejado de ser Link para convertirse en una sombra que sigue a su nueva novia a todas partes sin rechistar ni plantear sus gustos personales.

—¿Zel? ¿Has oído lo que te dicho?

—¡Ah! Estabas ahí —dijo ella, volviendo en sí.

—Te decía que este fin de semana me quedo aquí, vienen el hermano y los padres de Marie de visita y no podré estar en su casa.

—¿Quién es Marie? —insinuó ella, fingiendo no despegar los ojos de las páginas de su libro.

—Vamos, no empieces con eso otra vez... —protestó Link. —Me encantaría que os llevarais bien, de hecho... tal vez ella venga aquí al apartamento, a pasar unos días. Así podríais conoceros mejor.

—Estoy ocupada, no tengo tiempo de conocer mejor a nadie.

—Estás enfadada y lo entiendo —dijo él, sentándose a su lado en el sofá —He sido el peor amigo del universo. He empezado a darme cuenta de que apenas te he visto estos días... es que mi vida ha sido un poco como una locura. Pero prometo estar más-

—No hagas promesas que sabes que vas a romper. ¿No era eso lo que me dijiste una vez?

Se puso en pie y empezó a recoger los libros que tenía desparramados por toda la sala de estar. Link también se puso en pie. Había una tensión en ella tan fuerte que se sintió frágil, a punto de romperse. Era paradójico comprobar lo cercanas que están la fortaleza y la fragilidad.

—Zelda, dime qué puedo hacer para arreglar lo nuestro. Quiero que estemos bien, como siempre.

Para estar como siempre nada debería haber cambiado. Para estar como siempre él debería dejar... Suspiró y se detuvo a mirarle por primera vez. De veras parecía afligido, aquellos malditos ojos azules suplicaban que dejase de un lado su arrogancia... y sí... ella era la peor amiga sobre la faz de la tierra. Link tenía todo el derecho a ser feliz, a enamorarse y a empezar a compartir su vida con quien él quisiera.

—No tienes que hacer nada, Link. Todo volverá a estar bien. Es que estoy un poco estresada, es todo.

—¿Han vuelto las pesadillas?

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