Parte III - 13 El pueblo de las sombras

320 48 30
                                    


Tu cara verdadera... ¿Qué clase... de cara es? Eh... La cara bajo la máscara... ¿Es... tu cara real? – Niño Lunar, en la Máscara de Majora.

***


La explosión retumbó en todo el edificio.

Zelda miró a un lado y a otro, y de milagro pudo ponerse a salvo justo cuando la enorme cicatriz se abrió en el suelo. Había una luz cegadora, como la del sol, era imposible que hubiera nada dentro del museo que pudiera emitir una energía así.

Estaba sola.

Las máscaras se habían desintegrado, o se las había tragado la tierra. Lo último que vio antes de perder el conocimiento fue un ojo sin párpado, con una lágrima pendida del borde inferior, como el péndulo de una campana. Necesitaba ayuda. Estaba aterrorizada. Pronto un dolor intenso creció desde el cuello hasta la parte trasera de su cabeza. Fue lo último que sintió antes de que todo se apagase.

***

Cuando despertó, lo primero que percibió fue el dolor aún remanente en la parte de atrás de la cabeza. Se llevó las manos al punto donde más dolía y notó hinchazón y un poco de sangre seca, pero también los restos de una sustancia pegajosa, como si alguien le hubiera tratado el golpe.

Estaba tendida en una cama húmeda y estrecha. Al incorporarse tardó un poco en recuperar el equilibrio, y sobre todo la perspectiva de sí misma.

No estaba en el museo y definitivamente no estaba en un hospital ni nada que se le pareciese. Estaba en un espacio cuadrado con paredes de piedra y adobe. Sólo había una chimenea con un pequeño hogar a su lado, había restos de cenizas y olor a leña quemada, el fuego debió estar encendido hasta hacía poco. El techo estaba construido a base de más adobe y unos endebles tablones de madera. ¿Qué era aquello? ¿Una especie de cobertizo viejo?

Sus zapatos estaban en el suelo, al lado de la cama. Se los puso con la intención de salir de allí para poder ubicarse mejor, pero no tardó en darse cuenta de que estaba encerrada.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —preguntó, esperando recibir respuesta del exterior —¿Olly?

Golpeó la puerta un par de veces. No había ventanas ni ningún lugar por dónde salir. De repente sus ojos se fijaron en el atizador de hierro que había junto a la chimenea. La puerta era gruesa, de una madera ruda y pesada, pero los goznes estaban viejos y oxidados. Con el atizador comenzó a golpearlos y a hacer palanca hasta que uno de ellos cedió, y después el otro.

En el exterior hacía frío, humedad, y había un olor profundo a árboles y vegetación. Apenas tuvo que alejarse para darse cuenta de que había estado encerrada en una pequeña cabaña en medio de un bosque.

—¿Olly? —volvió a preguntar. Él fue la última persona que vio antes de la explosión.

Una extraña sensación de pánico empezó a recorrer su cuerpo, de pies a cabeza. Echó a andar hacia la parte posterior de la cabaña. Tenía que encontrar algo cerca, civilización, casas, una carretera, lo que fuese. De repente recordó su teléfono. Lo sacó del bolsillo y comprobó que había perdido toda conexión. Lo último que tenía eran algunos mensajes de Jel, de hacía un par de días, y una llamada del trabajo para confirmar su turno.

El corazón empezó a latirle con velocidad y echó a correr, sin sentido, en medio de aquella arboleda. Corrió entre la maleza, entre arroyos y troncos caídos de árboles. Corrió hasta que no pudo correr más. Aquel bosque no tenía fin.

TeofaníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora