8 - Cumpleaños

323 51 21
                                    

Ya habían pasado casi cinco meses desde que se había mudado al apartamento de Zelda. El apartamento no era muy grande... dos dormitorios, baño compartido, salón y cocina. Pero así no tenían que invertir apenas tiempo en mantenerlo limpio y ordenado. Además, no estaba lejos de la cafetería donde trabajaba ella y del restaurante donde él había empezado a trabajar como pinche de cocina.

Y fue su trabajo en el restaurante lo que los había llevado a la rutina de cenar juntos todos los días. Él solía llevar alguno de los platos sobrantes del trabajo y ella llegaba tan agotada que él se negó a que malviviese a base de sándwiches, aperitivos y tazones de cereales. "Si solo comes esas porquerías y bebes tanto café, morirás dejando un bonito cadáver" solía decirle cada vez que la veía meter la mano en una bolsa de patatas fritas en lugar de esperar a que él sirviese la cena.

Su tiempo juntos se traspasó a los fines de semana. Él hacía visitas periódicas a la granja, para ver a papá y la abuela, y tras algunas visitas se llevó consigo a Zelda, para que conociese familia. No había ni que decir que Nana cayó rendida ante ella, y esperaba que Zelda aprovechase esa pequeña ventaja para que lo ayudase a suavizar las reprimendas de la abuela, no que ambas se aliasen en su contra. ¿Y papá? Él hasta parecía otro cuando estaba ella delante, tal vez se comportaba así porque él nunca había llevado a ninguna chica a casa antes, pero con Zelda, Ralek parecía como si la hubiera adoptado como segunda hija.

Lo raro era que Zelda nunca iba a su casa, ni hablaba de sus familiares. Pudo averiguar que ella formaba parte de una familia muy adinerada, que su padre era un tipo importante con muchos negocios. Estaba casi seguro de que Zelda había perdido a su madre, igual que él, pero prefería mantener la discreción y no preguntarle nada.

Los fines de semana en los que ninguno de los dos viajaba se convertían en sesiones de cine, de visitas a los museos y de largas excursiones, descubriendo rincones secretos de Central Hyrule.

—Link, ¿se puede saber qué demonios haces con esa pinta? Podrías ponerte algo de ropa en lugar de pasearte en calzoncillos por la casa —refunfuñó ella a su espalda.

—Dame cinco minutos más, estoy a punto de pescar el pez lobo.

—No sé cuántas veces te he dicho que vas a desperdiciar tu vida con ese ridículo videojuego de pesca.

—Sólo protestas porque sabes que he ganado más puntos que tú, y que el otro día saqué un pez de 35 libras.

—Absurdo —gruñó.

Link sonrió de manera disimulada mientras notaba cómo Zelda se rendía y terminaba sentándose a su lado, en el suelo del salón.

—Estás moviendo mal el anzuelo —observó ella —si mueves la caña un poco a la izquierda picará.

—¿Acaso crees que no lo sé? He jugado muchas más horas que tú.

—¡No, así no!, maldita sea, lo vas a espantar. Es el pez más enorme de ese lago, más te vale atraparlo si tienes intención de mantener tu dignidad de jugador.

Él no pudo evitar soltar una carcajada.

—Está bien. Tome usted, tanto que sabe usted de pesca —dijo él, dándole los mandos del videojuego.

—No tardaré ni dos minutos en sacarlo.

Ella estuvo forcejeando durante un tiempo con el mando, de un lado a otro, con el ceño fruncido y toda su energía concentrada en lo que estaba haciendo, así que era mucha energía porque se trataba de Zelda y no de ninguna otra persona.

—¡Lo he sacado! ¡Lo he sacado! —gritó, poniéndose en pie —soy la campeona mundial, soy imbatible.

—Y tu récord está registrado en mi usuario, todo ha salido perfecto.

TeofaníaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora