10 - Pesadillas

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Después del trabajo en el restaurante, había que dejar la cocina limpia. Era una de sus múltiples tareas. Aunque él prefería las tareas que tenían que ver con cocinar. Le gustaba partir y preparar las verduras, era hábil con el cuchillo. Probar nuevos sabores... eso sí era un trabajo satisfactorio.

Aquel día se le hizo especialmente largo, no es que hubiese trabajo de más en el restaurante, pero aún quedaban varios fuegos por limpiar y estaba agotado.

—Link, tienes mala cara —le dijo su compañero Lott, que se estaba encargando de barrer.

—Estoy cansado y muerto de calor —reconoció él.

—Si quieres puedes irte a casa, yo me encargo de terminar lo que falta.

—No, no. Ya lo hago yo.

—Bah, no desaproveches la oportunidad de irte —dijo Lott, guiñándole un ojo —otro día me cubres tú y en paz.

Link terminó cediendo. Ese día ni siquiera se cambió de ropa, se marchó sin quitarse el uniforme de la cocina y se subió al coche para volver a casa sin detenerse en ningún sitio.

—¿Zelda? —preguntó al llegar, mientras soltaba las llaves en el mueble del recibidor.

Ella llevaba toda la semana de exámenes y estaba bastante perdida. Aunque él sospechaba que estaba más ausente desde lo ocurrido en casa de su padre, ya que no había vuelto a mencionar el tema. Link odiaba al viejo y odiaba todo lo que había hecho sufrir a Zelda, aunque fuese el rechazo de su padre lo que hizo que alguien como él terminase conociéndola.

También había otro gran tema olvidado entre ellos, Zelda no mencionó de nuevo el tema del regalo y mucho menos el del vale, así que Link empezó a creer que toda esa situación de "el beso de verdad" no le importaba en absoluto, que aquella noche se había lanzado a besarle porque estaba un poco borracha. En cierta manera se alegró de no haberse cobrado el beso la noche de la fiesta, así no se habría expuesto a una broma o a una fría reacción que sabía que podría hacerle daño.

Se sentó un rato en el sillón, con la luz apagada y cerró un momento los ojos. Cuando oyó la llave entrando en la cerradura de la puerta de entrada volvió en sí, pero no sabía cuánto rato llevaba ahí sentado ni si se había quedado dormido.

—¿Link? ¿Qué haces ahí con la luz apagada?

—Hola —saludó él, elevando un brazo.

Zelda encendió la luz y él entrecerró los ojos al sentirse deslumbrado.

—He llegado más tarde porque tenía que devolver unos libros en la biblioteca —explicó ella.

—¿No trabajabas hoy?

—Hoy no. Link, ¿has comido algo?

—No... es que he llegado muy cansado y creo que me he quedado traspuesto aquí.

Ella soltó sus cosas sobre la mesa y lo observó en silencio, con el ceño fruncido. Después avanzó hacia él y le puso la mano en la frente.

—Estás ardiendo, ¿no te habías dado cuenta de que tienes fiebre?

—No, sólo estaba cansado —dijo él, encogiéndose de hombros.

—Eres peor que un niño pequeño, venga, a la cama ahora mismo —Zelda tiró de su brazo, para que se incorporase.

A partir de ese momento, se dejó guiar por ella. En la cama se puso a tiritar y apenas pudo probar un poco de sopa caliente que Zelda preparó para que pudiera tomarse una medicina sin tener el estómago vacío.

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