Sigmund despertó el día de su cumpleaños número 29. Aquel día él junto a su pequeña hija y su hermano mayor se habían dispuesto a salir a bucear cerca de la isla de Colón en Galápagos, la península insular del Ecuador; la niña se encontraba muy contenta, le gustaba pasar tiempo de calidad con su padre, y él recíprocamente la llevaba a la mayor parte de sus viajes posibles mientras aprovechaba la privilegiada vida que le había dado la empresa privada de nanotecnología que había fundado junto a su madre años atrás.
Sin embargo, ese día se vería manchado por el accidente que los tres sufrirían en las cálidas aguas del Pacífico, en donde el yate por el que navegaban quedaría totalmente destrozado luego de impactarse contra una zona rocosa cerca de un pequeño islote, dejando a Sigmund herido e inconsciente.
Cuando el hombre despertó de su inconciencia un profundo dolor le invadió en sus piernas, con mucho esfuerzo se sentó y miró la inminente gangrena que se extendía por ambas extremidades, quiso gritar para pedir ayuda, pero las palabras no terminaron por salir de su boca cuando a unos cuantos metros vio el cuerpo de su única hija.
Le llamó a gritos pero no reaccionó, entonces él empezó a arrastrarse hasta llegar a ella, puso la mano en su pecho e intentó sentir el latido de su corazón. Ya no estaba.
El tiempo se detuvo para él.
—¡No lo entiendo, no lo comprendo y no lo acepto!
Se exaltó y, llorando, empezó a presionar el pecho de su hija, tratando de darle una reanimación cardiopulmonar.
—Uno, dos, tres...
Pero ella no volvió.
Entonces Sigmund pensó que ya nada importaba, no importaba si moría de la infección bacteriana, deshidratación o de hambre. Observó nuevamente la gangrena y sintió asco de lo que veía, así que se sacó la camisa y la colocó sobre sus piernas.
—Que irónico traer puesta la camisa que juré que nunca iba a volver a usar —se rio con amargura — justo el día de mi muerte.
¿Que nunca volvería a usar? ¿por qué nunca la volvería a usar una camisa? Pensó. Trató de hallar algún recuerdo pero no lo encontró.
—¡Se trata de otro maldito sueño!
Y despertó.
Con la respiración agitada abrió los ojos y supo que nada de lo anteriormente vivido era real.
—Que bueno —dijo con alivio, pero pronto cayó en cuenta del oscuro lugar en el que realmente se encontraba.
—¡Mierda!
¿Acaso esa maldita piedra absorbió mis recuerdos y colocó otros en su lugar?
—Es posible —contestó La Mente.
—Ag, eres tú de nuevo, creí que no volverías.
—Yo soy tú, no puedo escapar de aquello, aunque a veces me gustaría.
Sigmund se frotó el rostro y tomó un poco de agua que tenía a lado.
—No es gracioso.
—No pretendo serlo, solo soy un reflejo de ti mismo.
Se exasperó como solía hacerlo últimamente, y su humor no mejoró cuando vio el paisaje a su alrededor.
—Llevo veintiún días aquí, y aún no sé como regresar a la Tierra, ni como contactar a Victoria, si eres mi mente dame alguna idea.
—Ya te lo he dicho, tienes que restaurar este planeta primero, y luego sabrás como regresar a tu lugar de origen.
Tomó otra pastilla de nutrientes para ponerla debajo de su lengua, y espero a que estuviera totalmente desecha mientras intentaba no perder la paciencia. Siempre había sido un tipo muy paciente y amable, pero conforme sus recuerdos se volvían borrosos parecía que su personalidad se contradecía también, y eso lo asustaba mucho más.
—Es más fácil saltar a otra línea temporal antes que restaurar este lugar inerte, si no fuera por todos los objetos que Vi empacó probablemente ya hubiera muerto.
—Eres un ingeniero, ingéniatelas —respondió La Mente.
—¡Como si fuera así de fácil! Te detesto.
—No puedes detestarte a ti mismo.
—Créeme que lo hago. —Se quedó en silencio.
Estúpida Mente, se cree muy graciosa.
—¿Sabes que puedo oírte?
—¿Puedes callarte por un momento? Intento pensar. Si yo muero tú también.
—No en realidad —contestó otra voz.
Sigmund casi gritó.
—No hagas otras voces, es aterrador.
—No fui yo.
—¿Entonces quien...?
La otra voz habló nuevamente.
—Atrás suyo.
Dio la vuelta, y ahí estaba ella. Victoria, pero no su Victoria.
—¿Qué le pasó a tu cabello, Vi?
—El morado es lindo.
Él empezó a llorar, la había extrañado tanto. Envolvió sus brazos alrededor de su cintura y la apretó contra su pecho fuertemente.
—Dijiste que el escáner me llevaría al mejor lugar posible, Victoria. Aquí es horrible.
Ella se quedó inmóvil.
—No entiendo de lo que habla, y mi nombre es Zoned.
Sigmund se alejó extrañado. Debo estar alucinando.

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El Gen
Ciencia FicciónZoned me describió su despertar, y supongo que de alguna manera comprendí las palabras que salieron de sus resecos labios. Me gustaría poder invadirla de preguntas, cada noche invento una nueva, pero por ahora solo me queda recordar sus frases inco...