CAPÍTULO IV: El Silencio

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Sigmund

Cuando despierta tiene miedo. Tiene miedo de ser alguien más, y de que alguien más termine siendo él.

Con temor observa su alrededor, parece solitario y está bastante oscuro.

Cae de rodillas, siente un líquido que recorre sus ojos y mejillas. Sangre. Mete su mano en el bolsillo más pequeño de los pantalones y saca un pedazo de papel, sonríe por la costumbre de siempre llevar papel.

Se limpia suavemente y cae en cuenta de que ha estado respirando sin dificultad, entonces contiene su respiración y del segundo bolsillo más pequeño de su maleta saca un verificador de gases. Espera unos segundos y vuelve a inhalar.

—Niveles de oxígeno 95%, nada mal —dice, —toxicidad del ambiente: 0,2 %, nada mal. Me matará en un año. Nada mal.

Mira el suelo y toma una pequeña piedra, tiene cristales de un verde esmeraldas incrustados que comienzan a resplandecer. Lo suelta rápidamente y su resplandor se opaca. Todo es oscuro otra vez.

—Desde que ese mineral casi me mata en LaRamide no vuelvo a tocar nada que emita brillo...

Se toma un instante para recordarlo: Victoria y él, en una inocente travesura, como lo llamaban ellos, habían llegado al planeta próximo a la derecha del Cinturón de Orión. Bastante lejos. La causa: conocer..., frunce el ceño, no lo recordaba. ¿Por qué no lo recordaba?

Sigmund se asustó. Su memoria estaba fallando, incluso los recuerdos más recientes se habían vuelto confusos.

—¿Cabe la posibilidad de que esa roca haya absorbido mis recuerdos?

Si ese era el caso, o cualquiera que fuese la causa, sabía que era una posibilidad perder sus recuerdos para siempre. Empezó a respirar lentamente, se concentró en la armonía, en su armonía interna y tuvo ganas de llorar.

Si me quitan mi memoria, borran quien soy. Mi memoria hace que yo exista.

No tenía tiempo para lamentaciones así que sacó una grabadora, Victoria la había tomado de un auto abandonado en el desierto de 1986 en California. Presionó un botón para empezar una nueva grabación y habló, despacio y claro.

—Mi nombre es Sigmund Ariel Doss. Pertenezco al planeta tercero del Sistema Solar ubicado en la Vía Láctea en el cinturón de Orión, galaxia próxima a Andrómeda, soy un prófugo y forastero. Mi edad se ha distorsionado, pero tengo las condiciones físicas de una persona promedio entre 28 a 36 años, edad en la Tierra...

Mientras seguía hablando sacó un temporizador.

—He temporizado 359 días en la Tierra, es el tiempo que tengo para salir de este lugar antes de que el ambiente me mate. Mis recuerdos se disipan lentamente... —suspira. —Sigmund del futuro, si estás escuchando esto, recuérdame. Recuerda a Victoria.

Describió a su esposa y continuó dando instrucciones.

Una voz le susurró...

—No hables tan fuerte.

¿De dónde provenía eso?

—¿Por qué? —susurró él de vuelta.

—El sonido del silencio...

Buscaba el origen de aquella vos pero no veía nada.

—¿Eres mi mente?

—Considerame eso, pero ya te he dicho que no.

Supo que no necesiaba hablar más. 

Enfréntalo y muévete. 

Siente como eres tú mismo. 

Pero susurró por última vez. 

—Todos estos años, has estado presionándome. Siento que soy yo mismo allí... ahora. 

—Ve allí y resuélvelo —respondió La Mente. 

Esas sería las últimas palabras que escucharía en 359 días, y él lo sabía.

Eso le aterraba tanto. 

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