La claridad del amanecer empieza a hacerse lugar en la habitación. Una tenue y apacible brisa matinal es la perfecta compañera de baile de las blancas cortinas que se agitan a ambos lados del ventanal frente a la cama. Mi primer impulso es el de levantarme, bajar la persiana, cerrar las cortinas y disfrutar de otro rato de sueño, pero me fijo en el hombro que me sirve de almohada y en el brazo que me cubre, reposado a lo largo de mi espalda para terminar descansando en mi cintura. Miro hacia arriba y, sorteando el afilado mentón de mi compañero de sueño, veo la expresión relajada de Raoul. Me invade la felicidad más plena, siento que ahora mismo podría incluso ronronear.
Encontramos el sueño en una postura muy diferente, compartíamos el mismo colchón, pero teníamos un espacio más o menos delimitado para cada cuerpo. Sin embargo, se ve que a lo largo de la noche nuestros cuerpos se fueron necesitando hasta terminar prácticamente abrazados. Ahora medito, sobre el pecho del chico profundamente dormido que me abraza, sobre si es buena idea levantarme y arriesgarme a despertarle o quedarme disfrutando de su abrazo y que la luz del sol le termine despertando como lo ha hecho conmigo.
Finalmente decido arriesgarme a levantarme, si consigo hacerlo sin armar demasiado alboroto prolongaré el tiempo con Raoul más que de cualquier otra forma. Vigilando que su rostro siga relajado, agarro con suavidad su mano y la deslizo por mi cuerpo para que caiga por su propia cuenta en la cama. Siento un escalofrío cuando sus dedos rozan, sin pretenderlo, la marca de mí costado y relaciono mi reacción a que nunca nadie la tocó antes. Raoul se agita levemente, él es el primero en tocar algo tan íntimo y especial para un humano como es la marca de alma gemela y ni siquiera será nunca consciente.
Una vez consigo zafarme de su agarre, ya he superado lo más difícil; solo queda rodar en sentido contrario al cuerpo del chico, sin hacer ruido ni agitar demasiado el somier. Tan pronto como salgo de la cama, antes de cumplir mi objetivo de oscurecer la habitación, me quedo un momento mirando al chico descansar. No es la primera vez que le veo dormir en mi cama, pero sí es la primera vez que despierto junto a él en ella y, además, en esta ocasión no es la almohada la que recibe su abrazo, sino yo.
Tampoco es que haya compartido el sueño con muchas personas. A que no suelo invitar a chicos a mi casa se une que, los pocos que han pasado por mi cama, nunca se quedaron a dormir; bien porque no significaban nada para mí o bien porque yo no lo significaba para ellos. Hasta ahora este ha sido mi lugar en el mundo y no puedo más que sentirme afortunado porque el primero en compartirlo conmigo de verdad sea Raoul.
Vuelvo a mi sitio junto a él y compruebo que, a pesar de que se revuelve un poco sigue dormido, me coloco de espaldas a él y utilizo su bícep de improvisada almohada, ya que quedó su brazo estirado en mi lado de la cama. No tardamos en encontrar otra vez una postura cómoda para ambos. Se gira hacia mí y vuelve a poner sobre mi cuerpo su brazo libre, doblando sus rodillas hasta casi entrelazar las piernas con las mías. Este gesto involuntario de volver a abrazarme termina de confirmar que mis movimientos no le han despertado ya que ayer demostró que mi cercanía, al menos en la cama, le da vergüenza.
Puedo pecar de egoísta por no despertarle temprano para que pueda hacer todo lo que tenga pendiente antes de irse a alta mar. Es más, me siento algo culpable, pero no lo suficiente como para hacerlo; por lo que sin darle más vueltas vuelvo a quedarme dormido en sus brazos.
Tras algo más de dos horas de sueño ininterrumpido me despierto, ya no siento el cuerpo del rubio cubriendo mi espalda y, con una rápida mirada, compruebo que ni siquiera está al otro lado de la cama. Me pongo unos vaqueros y bajo las escaleras esperando encontrarle abajo, deseando que no se haya ido sin despedirse.
Cuando bajo al salón escucho un tintineo de platos proveniente de otra habitación y, al asomarme a esta, encuentro a Raoul. El chico está haciendo de las suyas en el centro de mi blanca y limpia, hasta hace un rato, cocina rústica. Está muy concentrado en lo que se trae entre manos y en un primer momento ni siquiera nota mi presencia, solo levanta la mirada cuando escucha mi carraspeo; el cual improviso sobre la marcha para ocultar una risa involuntaria por la imagen tan tierna que tengo ante mí.
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Siren
FantasyRaoul siempre ha querido conocer la isla y su gente, pero lo tenía prohibido. Ahora una amenaza inminente recae sobre su entorno y, por fin, tendrá vía libre para ir. Allí se reencontrará con Agoney, el chico al que salvó la vida hace años, comprom...