Un gran paso

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El día en que firmé mi primer contrato como cantante me enteré de la feliz noticia de que podría alojarme en el hotel los días que trabajase. Mi primer impulso fue alegrarme enormemente ya que no tendría que conducir de noche y además podría disfrutar de todas las comodidades que me ofrecía un alojamiento tan exclusivo.

Ahora que ha pasado mi primer fin de semana de trabajo la alegría se ha disipado considerablemente. Puedo decir sin temor a equivocarme que fui demasiado optimista, ya que estaba claro que no iba a ser todo tan bonito como lo imaginaba, me dejé llevar.

No me quejo, es decir, tengo el trabajo de mis sueños, en mi ciudad, cuento con amigos como compañeros y tengo un público entregado que disfruta con mi show cada noche. Por ese lado estoy bastante satisfecho, no se puede pedir más. No obstante, una parte de mi nueva realidad sí que ha tomado un poco desprevenido a mi yo más inconformista, la soledad. A pesar de que estoy muy acostumbrado a estar solo ya que, al fin y al cabo, vivo solo; en esta nueva etapa esperaba algo más de compañía, especialmente desde que conocí a Raoul.

Pensaba que mi nuevo trabajo me daría la opción de pasármelo bien después de cantar, que por una vez no todo sería sacrificio y que las elegantes fiestas del hotel se convertirían en mis pequeños triunfos profesionales; que podría disfrutarlos con mi familia, mis amigos y con él. Obviamente no está siendo así, mi familia vino al primer show y a lo largo del fin de semana mis amigos han dejado de visitarme.

Mi público ahora se compone por una multitud de acaudalados turistas en busca de diversión y de aquellos hombres de negocios de bien que prefieren la buena música a la compañía de profesionales. Tengo algún que otro admirador que viene a cada espectáculo, como esa señora alemana que no se pierde ni los ensayos y que me para para felicitarme por mi voz y preguntarme por Bambi. Una mujer adorable y perturbadora a partes iguales.

Mis compañeros de trabajo tampoco están precisamente animados últimamente, si hace menos de un año Ricky y yo pasábamos el día juntos en clase y salíamos por Barcelona casi todas las noches; ahora se debió cansar de mí, ya que prefiere pasar el tiempo con uno de los bailarines del show, su nueva pareja. Por un tiempo nuestra amistad fue indestructible, casi tanto como sus intentos de flirteo conmigo, pero ahora ni eso. Y no es que no me alegre, lo nuestro no iba a pasar jamás y su chico es guapo y parece buena persona, solo me quejo de que ahora solo estoy con mi amigo poco más que el rato que comparto escenario con él.

Y también está Raoul, bueno, más bien no está; ni siquiera sabría localizarle desde hace días y no lo admitiré en voz alta, pero me está matando no saber si está bien. Me he acostumbrado a que cuelgue de mí como un llaverito y ahora, que se ha ido sin decir cuándo volverá, solo quiero que el tiempo pase lo más rápido posible.

Pasar la noche en una habitación de hotel, por lujosa que esta sea, tirado en la cama y mirando el techo no es lo más apasionante del mundo para nadie. Supongo que fui un poquito iluso al pensar que el rubio vendría a alguna de mis actuaciones, que llenaríamos de espuma la bañera y nos lo pasaríamos genial en la cama king size, jugando y tonteando entre risas. Si alucinó con el sabor de los simples combinados del chiringuito de playa al que le llevó mi hermana, se moriría con los elegantes cócteles que preparan aquí, tan dulces y bonitos. Aquí podría achisparse sin tener que preocuparnos de no despertar a mi familia con el ruido.

Ni siquiera el regreso a casa es como lo imaginé. Este sería el momento de relajarme al fin después de días cargados de emociones, podría descansar, ensayar y perfeccionar la canción que le compuse a Raoul; pero ni eso soy capaz de cumplir.

Al abrir la puerta me encuentro con la cara de Raoul, y en cualquier otra circunstancia me alegraría encontrarme enfrente el retrato que yo mismo coloqué en mi estantería, pero en este momento casi duele. Su imagen se clava en mi mente y unos nervios en forma de descarga recorren mi cuerpo, siguiendo un camino que culmina en mi estómago en menos de un segundo; anticipación. Parece que el chico ha estado o está en mi casa, encuentro indicios de que ha estado aquí después de que yo me fuera; mi foto compartiendo espacio con la suya, el frasco que descansa junto a ellas y varios de mis utensilios de cocina fuera de lugar. Ojalá siga aquí.

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