Cuando abrió los ojos por la mañana hacía mucho calor, demasiado. El sol empezaba a irradiar su luz y a dejar dibujados difusos hilos de colores entre las nubes; las cuales se dejaban ver a través de las cortinas de su habitación como testigo de la escena.
Había dormido sin camiseta, pues, a pesar de que acababa de entrar el mes de septiembre, el clima seguía siendo suave y mucho más que agradable en su isla. A lo largo de la noche, otro cuerpo semidesnudo, el de un muy cariñoso Raoul, se enredó irremediablemente al suyo. Y, con las horas, su ya de por sí elevado calor corporal, empezó a afectarle de más.
Apenas eran las siete de la mañana cuando decidió que ya no podía aguantar un segundo más entre las sabanas sin atacar a su compañero de sueños. Raoul, con las mejillas sonrosadas y el cabello enredado se volvió a acomodar tan pronto como sus cuerpos se separaron y, a pesar de que por un momento le buscó entre las sábanas, volvió a quedarse dormido al instante.
Sonrió conmovido por su inocencia infantil y se asomó al balcón. A pesar de no estar en una planta muy alta, la cercanía a la playa les proporcionaba unas vistas privilegiadas del horizonte, gracias a la colina en la que estaba edificado el hotel.
Enseguida sintió la necesidad de bajar; no parecía suficiente para él asomarse al balcón, en realidad, nunca lo fue. Alguien que se siente tan cómodo en la naturaleza raramente se conforma con la panorámica de una fotografía o la de un vistazo desde lejos. Él necesitaba entrar en contacto real con el paisaje, hundir los pies en la arena y pasar a formar parte de la instantánea.
Se puso algo de ropa que encontró al fondo de su macuto y dejó las prendas que había traído para Raoul encima del sillón, por si el chico se levantaba antes de su regreso y quería vestirse. En pocos minutos ya estaba paseando por la playa.
En el raso cielo había ni rastro de aquellas nubes negras, presago de tormenta que amenazaban el ambiente de aquel miércoles de agosto en que todo empezó. Y, sin embargo, caminar en solitario por la arena le transportó de lleno a esa última vez que recurrió al mar con sus problemas. La última vez que buscó en él el consuelo que no hallaba en tierra y compartió con él sus últimas ilusiones y proyectos.
Miró alrededor y comprobó que la playa estaba, en efecto, totalmente vacía. La fiesta del día anterior se había alargado hasta altas horas de la madrugada, dejando estragos en el sentido común de locales y forasteros por igual. No parecía como que esa mañana ninguno de ellos tuviera pensado pasear o hacer deporte por la playa.
Encontró una roca los suficientemente cerca de la orilla como para mojarse los pies y se sentó sobre ella a contemplar el horizonte. El aire golpeaba con rabia, enfriando su rostro acalorado, y revolviendo sus rizos con cada soplo; por su parte, el sol comenzaba a ascender con calma, sustituyendo los vivos colores del amanecer por el azul intenso y raso de la mañana.
Se quedó quieto hasta que la luz brilló con mayor fuerza, calentándole aún más la piel y haciéndole entrecerrar los ojos hasta que logró acostumbrarse a su claridad.
Estático y con los ojos cerrados, logró interiorizar el sonido del mar, llegando a confundirlo con sus propios pensamientos; era tan natural que no se había ni dado cuenta. Así funcionaba, él se acercaba a la costa, pero era el mar el que se adentraba en sus profundidades y no al contrario. Era el agua la que le permitía encontrar la completa sintonía con ella, esa sensación de sosiego pleno que solo aporta el rugir de las olas y la brisa golpeando su rostro, haciéndole despertar por completo ante todo y ayudándole a discernir aquellas cosas que no podría concebir sin contar con la calma de su arbitrio.
Sin ser muy consciente de qué hacía comenzó a cantar, apenas un tarareo que salía tímido de sus labios y, en un primer momento, se ahogaba vacío entre el brío del aire antes de llegar más lejos. Pero pronto, su voz reunió la fuerza suficiente y empezó a combatir al poder de la naturaleza, imponiéndose al mar y exigiendo ser escuchada también.
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Siren
FantasyRaoul siempre ha querido conocer la isla y su gente, pero lo tenía prohibido. Ahora una amenaza inminente recae sobre su entorno y, por fin, tendrá vía libre para ir. Allí se reencontrará con Agoney, el chico al que salvó la vida hace años, comprom...