Capítulo tres (primera parte)

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Cuando Ali despertó era de noche y su padre golpeaba la puerta frenéticamente y le pedía por favor que le abriera, al principio no tenía sentido en la mente dormida de la joven por qué su padre no entraba simplemente igual que había hecho toda la vida cuando lo recordó: antes de dormirse había cerrado con cerrojo la puerta de su habitación. Se levantó de un salto y corrió a abrirle antes de que tirara la puerta abajo. -¡Alicia !- dijo su padre con un grito de alivio y le dio un abrazo- ¿Estás bien? ¿Sucedió algo?- preocupación mezclada con desesperación podía oírse en su voz mientras la sacudía queriendo comprobar que estaba sana y salva.

-Si papá- explicó tímidamente la muchacha- es solo que sin querer me quedé dormida con el cerrojo puesto, no fue mi intención asustarte.

-Pues lo lograste jovencita- dijo José enojado- Si vas a cerrar la puerta así mejor que la abras antes de quedarte dormida tan profundamente.

-Perdóname- repitió la muchacha honestamente arrepentida.

-Ya pasó, estás perfectamente y eso es lo importante- dijo tomando mucho aire. Se estaba yendo cuando se giró hacia ella de nuevo y le dijo- Y cierra esa ventana, hay viento de tormenta.- Y salió de su cuarto con paso tranquilo. Ali confundida miró al interior de su habitación y en efecto, la ventana estaba abierta de par en par, pero ella recordaba con claridad haberla cerrado antes de dormirse. ¿Cómo era posible aquello? Giró sobre si misma contemplando el lugar mientras las cortinas azotadas por el viento flotaban como fantasmas a su alrededor dándole a toda la habitación un aspecto espectral y notó que sobre la cama no estaba el cuaderno con la portada de Grecia, desesperada revolvió las sábanas en su búsqueda, tenía que estar por allí, revisó el suelo, quizá cuando se levantó para abrir la puerta lo había tirado, pero tampoco estaba. Casi entraba en shock cuando miró sobre su escritorio y allí estaba descansando en una punta del mismo, abierto en la última hoja que ella había escrito. Un fuerte escalofrío atacó su columna: ella lo había cerrado y lo había dejado sobre su regazo antes de dormirse, exactamente en la otra punta de la habitación ¿Cómo era posible? El escalofrío era reemplazado por una punzada de miedo. ¿Alguien había entrado allí y ella no había siquiera reaccionado ante aquello? Estaba a punto de dejar escapar un grito de horror perseguida por su propia imaginación cuando su madre la llamo a cenar. Salió disparada de su cuarto luego de cerrar la ventana y meter el cuaderno en un cajón de su armario.

Una vez en la mesa Al se quedó muy callada con la mente en movimiento intentando encontrarle el sentido a todo lo ocurrido. Absorta en sus pensamientos ni siquiera se percató de que su madre, Susana, estaba hablándole y de no ser por la patada que le dio su padre por debajo de la mesa no habría prestado nada de atención

... y si vuelves a dejar la puerta de tu cuarto con cerrojo se lo quitaré ¿entendiste?- preguntó Susana

-Si, entendí- parecía justo.

-Me alegra que estemos de acuerdo y ahora come que dormiste todo el día sin comer absolutamente nada.- En ese momento Ali se dio cuenta de que era verdad, había dormido todo el día para compensar las horas de sueño perdidas en la noche pero por algún motivo, estaba exhausta. Comió con ganas todo el plato de comida y se fue a su habitación tras un breve saludo.

Al entrar, la ventana seguía cerrada y el cuaderno donde lo había dejado. Lo sacó de ahí y lo metió bajo su almohada. Luego simplemente se acostó deseando dormir de corrido la noche entera, sin despertar para escribir nada y esperando encontrar su ventana cerrada hasta la mañana siguiente.

Aunque sin éxito alguno. Al despertar notó que la ventana estaba entornada que había sido abierta por la noche. Se movió para quedar boca arriba cuando se clavó algo duro y pequeño en la espalda, con la mano fue en busca del bulto para sacarlo y al hacerlo vio que era una lapicera. Desesperada se giró para alargar la mano y agarrar el cuaderno y así leer que era lo que había escrito, pero antes de llegar hasta él, notó que no era el cuaderno lo que había usado para escribir, sino las blancas sabanas de algodón egipcio que su madre le regalado una navidad «Nunca voy a regalarte algo inútil» le había dicho ese año y efectivamente jamás lo hizo. Se sentó en la cama para estirarlas y poder así leer lo que había escrito, y se encontró con que una y otra y otra vez había garabateado dormida una y otra vez «Ve a buscar a Kedar Imbarak » Se quedó atónita unos minutos sin comprender por qué había escrito aquello, pero no tenía tiempo de averiguarlo. Se levantó de la cama de un salto y se vistió para ir a correr; no sin antes poner para lavar todas las sábanas. Llegó a la cocina y no vio a nadie, la casa estaba muy quieta. Miró la habitación de sus padres cuando lo recordó: era lunes y sus padres tenían que trabajar, benditas vacaciones de verano ya no volvería al tortuoso colegio tenía tres largos meses para hacer lo que le diera la gana y a eso tenía pensado dedicarse. Se sintió repentinamente cómoda y tranquila, podía salir sin tener que mentir sobre el motivo por el cual iba al parque. Salió del departamento tan rápido que no había notado la lluvia cálida que caía intentando refrescar el suelo de la Tierra sin resultado alguno. Complacida por la sensación de las gotas rodando por su rostro, se dirigió al parque aunque en realidad no iba a correr, sino que iba a hacer exactamente lo que se había ordenado estando dormida: buscar a Kedar Imbarak, el extraño, atrayente, arrogante y atractivo muchacho de ojos verde jade.

Los Guerreros CelestialesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora